Aquel día el cielo se encontraba gris. Las gotas en la ventana se deslizaban rápidamente sin dejarme ver nada más que charcos en los cristales. El viento alzó las cortinas haciendo que choquen entre ellas mismas y dancen. El frío fue golpeando mi piel hasta traspasarme y hacerme estremecer. Un apagón hubo, pero un destello resplandeció toda mi habitación instantáneamente, haciendo siluetas en la pared gris que tenía frente a mí. Y así, con solo una luz tenue, tras la pared, vi aquella figura negra con filo que me miraba y hablaba.
Entre las sombras
me miraba esperando
que la usara.
Aquel día era gris, llovía, había una tormenta; todo se estaba reflejando en mí. Fue así como descubrí que aquellos ojos ya no tenían luz, que ya no volvería escuchar aquella voz que me hablaba para meterme a casa porque la comida estaba lista. Y fue así, como aquel filo me llamó, me dijo “ven y hazlo, quieres hacerlo”. No me contuve, mi piel comenzó a titilar; mi sudor fue derramándose lentamente tras mi piel, cayendo poco a poco sobre el suelo; mis manos de maraquera fueron tomando la navaja y flagelando mi piel. La sangre brotó en instantes. Roja se fue tornando mi piel, roja se fue convirtiendo mi ropa, rojo se fue haciendo el suelo. Mis ojos poco a poco se fueron desvaneciendo, los destellos fueron iluminando mi habitación y de nuevo la navaja me llamó.
“Mi filo quiere
traspasar tu piel, lenta
y profundamente.”
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