“Recuerda que eres fuerte, eres fuerte, eres fuerte, eres fuerte…”
Nueve de la mañana y me encontraba frente a la puerta de casa de mi abuela. Muchas veces llegué con ganas de no llegar. Muchas veces iba con ganas de regresarme a mi casa. Pero ahí estaba nuevamente. Detenida, frente a una puerta que parecía ser solo eso. No lo era. Antes de entrar me repetía siempre lo mismo. Mi abuela enfermó y cada día era peor que el anterior, mientras otros igual de mal. No se podía mover, estaba ahí tumbada en la cama fingiendo que estaba viviendo cuando realmente era todo lo contrario. Del mismo modo estaba yo, fingiendo que podía, cuando de verdad no creía hacerlo bien.
—Por fin llegaste. Ven, ayúdame a cambiarla. ¡Hizo del baño!, por fin hizo; creo que es una buena noticia, inclusive ahora comió dos cucharadas de sopa que le hice hace rato.
Dos semanas sin hacer del baño mi abuela estuvo. Dos semanas todos preocupados estuvimos, sin embargo, ahora la serenidad en nosotros estaba. Pasaron algunas horas para que llegara mi hermana y contarle esta buena noticia. Cuatro personas estábamos velando a mi abuela todos los días. Cuatro porque claro que también mi papá estaba presente. Algunas veces estaban unos, después otros, pero mi abuela estaba con su familia siempre.
Sin embargo, presente estábamos cuatro personas que realmente no ayudaban en nada. Mi abuela seguía plasmada en la cama, mientras conciliaba el sueño una y otra vez. Abría sus ojos y esos mismos se cerraban al instante quedándose así por otro par de horas.
“Mi padre no está enfermo, se está muriendo” —escuché al bajar las escaleras. Me percaté que era una película que ahora no recuerdo el nombre, sin embargo, esa frase quedó plasmada en mí y retumbaba haciéndome ecos profundos.
Las horas de las comidas a veces eran más que silenciosas. Es como si pudiera adivinar el pensamiento de cada uno de ellos, todos pensábamos en lo mismo. Mi abuela. Veíamos como empeoraba cada vez y nadie decía nada al respecto. Quizá no había mucho que decir, pues solo es cuestión de aceptar, aún así, tenía esa necesidad de hablarlo, empero no lo hacía. Nadie lo hacía.
—Hola, ma. Ya llegué; tardé porque hice ejercicio antes de venir, pero ya estoy aquí. Mi hermana y su novio vendrán más tarde. Hola, pa, pondré agua para mi té, ¿quieren que les ponga agua?
—Sí, por favor. A los dos, bebé —respondió mi papá.
—¡Hola, abue!, ¿cómo se encuentra el día de hoy?, ¿bien?, ¿mas o menos?, ¿mejor?
—Mmmm… —mencionó mi abuela mientras con su mano hacía la seña de más o menos.
—Esta bien, esta bien, Debe de comer, ¿sí?, ándele, déjeme le traigo la avena que le hicieron.
Mi abuela con su dedo me señaló que no.
—No, abue, debe comer, aunque sea una cucharada.
Mi abuela, nuevamente, me señaló que no y luego sonrió.
—Ay… deje voy por la avena, aunque no quiera.
Después de muchísimos intentos y ver como a mi abuela le divertía decirme que no iba a comer, logré que se comiera dos cucharadas. Fui a la cocina para tomarme mi té. Vi de lejos a mi abuela, ella se encontraba acostada mirando la pared. No sé si realmente miraba eso o sus pensamientos.
Me quedé así por mucho tiempo, solo mirándola. Esperaba que ella volteara y me reconociera. Llevaba tiempo sin saber quién era. Algunas veces que despertaba me preguntaba “¿tú quién eres?”, le respondía que era su nieta, ella solo sonreía y me decía que no se acordaba. Otras veces con miedo me lo repetía o, inclusive, enojada. Luego de haber estado dormida la mayor parte de la semana ahora estaba más lúcida. Que haya comido y ayer haya echo del baño, me tenían tranquila.
Seguía mirándola, aunque, me percaté que ahora quien veía sus pensamientos era yo. Cuando presté atención a mi alrededor miré que mi abuela estaba viéndome fijamente. Con sus manos empezó hacer la silueta de mi cabello chino, seguido de eso sonrió. Sonreí después de mirarla y me acerqué a ella.
—Sí, mi cabello es chino.
—Sí…
—¿Quiere tocarlo?
—Mi… mi niña, sí, mi niña. Eres tú, mi niña bonita. La más bonita del planeta, de este lugar.
Sonreí una vez más y la abracé. Entendí que mi abuela me reconoció. Le respondí que sí, que era yo y que la amo. “Yo igual, mi niña”, me contestó. Se quedó mirándome algunos minutos más junto a una sonrisa. Cerró los ojos y se durmió. Mi abuela me reconoció por mi cabello, fueron unos minutos que para mi fue el instante más bello y significativo. Posiblemente cuando despierte no recordará nada de nuevo.
Las siguientes semanas fueron peor. Ahora mi abuela tenía ataques en donde se molestaba con todos. No quería, ni si quiera, que le fuéramos a hablar. No reconocía a nadie algunas veces y algunas otras vivía en el pasado. Nos preguntaba por mi abuelo. Veía recuerdos y no los comentaba. Escuchaba anécdotas y no las decía. Pero, poco a poco fue quedando en silencio.
Una de la mañana y no podía conciliar el sueño. No lograba descansar mi mente, no lograba descansar mi cuerpo. “Era difícil abrazar solo un cuerpo que se suponía tenía vida. Era difícil levantar un cuerpo que se suponía que era mi abuela. Era difícil bañarla, arreglarla y hacer que se mire preciosa una persona que no se reconocía ni ella misma…” pensaba aquella madrugada y fue así como el sueño fue entrando poco a poco en mí.
De pronto, el sonido del celular corrompió en mi cansancio.
—Oigan… solo para avisarles… Mamá murió —le comentó mi tío a mi mamá por el teléfono en la madrugada.
Mi madre en sollozos le pasó el teléfono a una de mis hermanas. Entre lágrimas nos dijo lo mencionado por mi tío. Me levanté de la cama y le dije a mis sobrinos que me acompañaran al cuarto de mi hermana, puesto que llevábamos días durmiendo todos en el cuarto de mis papás.
—¿Por qué lloran todos, tía Frida?
—Bueno… pues Buelita falleció.
—¿Qué? Y ahora ¿dónde podremos verla?
—Pues ya se murió, ya no la veremos… —le respondió mi sobrina a su hermano
—Bueno… es que ahora a Buelita la podremos ver en el cielo. Será la estrella más brillante. Será el viento que nos suspire. Será el calor del fuego. Ahora Buelita, no la veremos como tal, pero la sentiremos aún más.
—Y si cierro mis ojos… ¿también podré verla?
—Sí, nena. Así es.
—Bueno, entonces vamos a decirles que cierren los ojos para que no la extrañen tanto, tía.
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