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Miguel Ángel G. Calderón

El libro está sobrevalorado

Solemos idolatrar a la lectura. Dentro de la cultura general, y de las humanidades en particular, la persona que lee suele tener un halo especial, o al menos, ser considerado como alguien digno de ser escuchado.


Reflexiono esto en medio de la cobertura que estoy haciendo para Filosofía en la Red de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara 2022 (México), una de las más prestigiados eventos de habla hispana, que homenajean a este valioso artilugio. Y, claro, entre las varias ponencias que he escuchado, resuenan frases como: “el libro que marcó mi vida fue…”, “la lectura me ha permitido enfrentarme mejor a las adversidades…”, “leer me ha hecho ser quién soy”.


Pero, ¿de verdad la lectura te hace especial?


En un mundo en donde, ya en 2019[1], el 80% del tráfico de Internet era vídeo, o en el que en promedio pasamos (sí, en plural) una media de 7 horas y 55 minutos a la semana consumiendo contenido multimedia en línea, seguimos estigmatizando a las letras como importantes y a las personas que no recurren a ellas como analfabetas.

Leer suele entenderse como un algo introspectivo que te eleva a un pedestal causi inalcanzable. Tomar tu tiempo para destinarlo a una actividad que por lo regular es solitaria, es un gesto de admiración y respeto. Entrar a una casa llena de libros posiciona al dueño o a la dueña, en un lugar único. No ser capaz de mencionar tres libros que han marcado tu vida[2] es sinónimo de estupidez.


Pero, realmente, ¿tanto importa tener libros que hayan cimbrado tu existencia?


La pregunta anterior podría ser interpretada como irónica si se tiene en cuenta que proviene de alguien que se dedica a la filosofía, un ámbito en el que se está constantemente cuestionando tus convicciones tras leer un texto. No obstante, ¿es suficiente con leer en un libro impactante para decir que este ha modificado tu forma de pensar?


No.


Afortunadamente, sin alcanzar aún una tasa perfecta y con un claro y desafortunado rezago en niñas y mujeres, el mundo se mueve lentamente de forma ascendente a mejorar los niveles de alfabetización. Contrastando[3]: en 1967 solo el 67 % de la población adulta sabía leer, en 2020, esa cifra llegó al 87 %; pero pese a los bajos niveles mundiales de mitad del siglo pasado, la gente no era ignorante (en el sentido amplio de la palabra), y a lo largo de los años hemos ido atesorando dichos agudos y sentenciosos de uso común que reflejan de forma contundente la sabiduría popular[4]: los refranes.


Los refranes —o dichos— suelen ser recitados, tradicionalmente, por la población que los cultos catalogan de ignorante: aquellas personas que tiene solo una formación básica, que ocupan la clase baja, o que, de plano, no saben leer ni escribir. Pero, pese a la hoja curricular de quiénes las dicen, esas frases están envueltas de conocimiento y reflexión pura. Puede sonar a herejía filosófica, pero en los refranes encontramos de forma magistral, sencilla, clara y práctica, grandísimas introspecciones, incluso al nivel que muchos manuales y grandes pensadores quisieran ostentar. Sí, quizá no incluyen un léxico impresionante, o hacen uso de alegorías muy burdas, pero, al final, el mensaje es poderoso, impactante, y totalmente incisivo.


Retomemos un poco datos actuales: en marketing se valora el vídeo, ya que entre la información pura y dura se dice que[4] un minuto de vídeo tiene el mismo valor, como herramienta para generar impacto, que 1.800.000 palabras. Y en una sociedad en donde claramente el tiempo es un elemento que nos falta, y mucho, consumir audio, o vídeo, es algo mucho más accesible que leer.


Sin embargo, en aquellos que estamos en humanidades, dejar de leer por ver una serie en Netflix o escuchar un podcast, nos suele incomodar. Se nos ha machacado tanto la idea de que solo las letras nos transmiten conocimiento puro y duro, que osar a no leer tras una larga jornada de estudio o trabajo, nos cala, nos duele. Pero, ¿si?


Más allá de ponernos a debatir sobre las diferentes inteligencias, y del cómo muchos aprendemos leyendo, viendo o escuchando, y del cómo podemos filosofar con series de TV o tras escuchar un podcast, el libro, el objeto, suele estar en un púlpito divino. Incluso, me atrevo a decir de forma hipotética, que muchas personas suelen comprarlos solo para tenerlos de adorno en la estancia de su casa: un mero accesorio de estatus cultural. Algo que en su momento se volvió una revolución para acceder a un conocimiento escondido para la élite, se ha vulgarizado a una triste competencia “del saber”.


El libro, esa herramienta que permitió, en su momento, desquebrajar sociedades, que abrió los ojos a millones de personas hace algunos siglos, ahora es un elemento para valorar “la cultura” de las personas: ¿cuántos libros has leído este mes, este año? Preguntas enmarcadas en una competencia tonta, como si leer 5000 páginas en 30 días te convirtiera en mejor persona, o si la teoría que estudias en las letras, te resolviera la vida.


Sí, no niego el valor de la lectura en su conjunto, pero el error de quiénes podemos leer, está en el hecho de catalogar a las personas por el número de libros que leen. Cometemos el error de cosificar con base en las lecturas que hacen. Nos etiquetamos como cultos —o sabios— porque leemos, y claro, las personas que no lo hacen, por el motivo que sea, son tontas, son vagas, son incultas.


La cultura, siendo incisivos, es más que letras. La RAE la define como[6]: “[el] conjunto de conocimientos que permite a alguien desarrollar su juicio crítico”, así que etiquetar de inculta a una persona solo por no leer lo suficiente o no leer, nos hace estúpidos a nosotros, ya que, inconscientemente demostramos que realmente por mucho que hayamos leído, no tenemos idea de lo que significa la cultura.


Dejemos de competir por cuántos libros leemos, dejemos de juzgar por el número de páginas que consumimos, dejemos de usar al libro como un accesorio para presumir y, realmente, valoremos la sabiduría que podemos obtener gracias a las letras, al vídeo, al audio, y, sobre todo, aquella que absorbemos en la medida que vivimos.



Notas


[1] S/A (2021, julio). Estadísticas de video marketing. Datos del éxito del video personalizado. 1tovideo. https://www.1to1video.com/es/estadisticas-de-video-marketing_6821


[2] Zapata, B. (2011, diciembre 3). Peña Nieto confunde nombres de libros y escritores en su visita a la FIL. Expansión. https://expansion.mx/nacional/2011/12/03/pena-nieto-confunde-nombres-de-libros-y-escritores-en-su-visita-a-la-fil


[3] Banco Mundial (2020). Tasa de alfabetización, total de adultos (% de personas de 15 años o más) | https://datos.bancomundial.org/indicator/SE.ADT.LITR.ZS


[4] Real Academia de la Lengua Española. Refrán - Definición | Diccionario de la lengua española | RAE - ASALE. https://dle.rae.es/refran


[5] S/A (2021, julio). Estadísticas de video marketing. Datos del éxito del video personalizado. 1tovideo. https://www.1to1video.com/es/estadisticas-de-video-marketing_6821


[6] Real Academia de la Lengua Española. Cultura - Definición | Diccionario de la lengua española | RAE - ASALE. https://dle.rae.es/cultura

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