Las primeras páginas de las biografías y autobiografías de los músicos suelen componerse, en su mayoría, por la descripción de sus primeros acercamientos a la música. Bruce Springsteen afirma que decidió dedicarse a la música al ver a los Beatles en el show de Ed Sullivan; Bob Dylan y Eric Clapton se nutrieron del folklore de las estaciones de radio locales; Gustavo Cerati conoció la música en inglés antes que muchos porteños gracias a que su padre le traía discos de Estados Unidos e Inglaterra; otros tuvieron la fortuna de tener músicos en casa, como Prince y Lou Reed. De una u otra forma, todos tuvieron acceso a la música que se producía en sus épocas o que seguía transmitiéndose. Al igual que ellos, las generaciones nacidas después del auge del internet han experimentado un consumo diferente, incluso muy alejado de cómo se hacía hace 20 años. En las siguientes líneas veremos cómo se ha transformado el consumo de música en las generaciones posteriores al auge del internet doméstico.
Dime qué escuchas y te diré quién eres
La relación entre la música y juventud no siempre estuvo bien definida; de hecho, es algo bastante reciente. Fue a partir de la década de los sesenta cuando la música grabada empezó ser un producto de consumo para los jóvenes, sobre todo la música derivada del rock and roll. A su vez, se sumaron otros elementos, como la ropa y los accesorios, que aumentaron la experiencia de consumo para los jóvenes. La importancia de ese sector de la población fue tan relevante en la vida pública y política de occidente a partir de esa década que el historiador inglés Eric Hobswamn la llamó “el motor de la revolución cultural”.[1]
De esta forma, podemos hablar de la música como un producto de consumo identificado con la juventud a partir de la segunda mitad del siglo XX. Incluso, podría decirse que desde entonces se empezó a hacer una diferenciación entre un grupo de edad que transita entre la infancia y la adultez plena. Podría decirse que la música como un producto comercial sirvió de amalgama para esa generación, así como las posteriores, lo que convierte a este arte como un elemento de la conformación de la identidad.
Sobre este último punto, cabe resaltar que por identidad nos referimos a la capacidad que tienen los seres humanos de saber quién es quién; no es una cosa estática ni fija, sino que se va construyendo a lo largo del tiempo y de los contextos en donde nos encontremos; no determina nuestros actos, pero sí los influencia. En la cultura occidental suele hablarse de que la vida es una “constante búsqueda de identidad”.[2] De esta forma, la música de cada época puede fungir como una parte esencial en la construcción de la identidad de los individuos, aun traspasando los contextos en que fueron creadas. Sin embargo, la trascendencia de las obras musicales no siempre está determinada por su calidad, sino también por los formatos en que se va almacenando y de qué forma los jóvenes pueden acceder a ellos.
La música entre unos y ceros
Desde la invención de los soportes para conservar grabaciones musicales, y su posterior comercialización, la industria encargada del negocio ha buscado una mayor masificación con miras a un consumo más amplio. Así, no sólo se habla de artistas y canciones que caracterizan ciertas épocas, sino también formatos para reproducirlos. Los últimos veinte años han sido clave para la adquisición de música, ya que se ha transitado de dispositivos como el iPod, tiendas digitales y sitios de internet, a conjuntar la reproducción en un solo gadget (el celular) y en un soporte (las plataformas digitales), mientras que los principales consumidores suelen ser jóvenes.
Durante las últimas dos décadas otros medios, a partir de los cuales se consumía música, buscaron adaptarse a la cada vez menos inevitable era digital. El ejemplo más claro es el de la radio, que desde mediados de los noventa se subió al barco de internet no sólo para aumentar el número de radioescuchas, sino conservarlos, ya que el estilo de vida cambiante cada vez permitía menos soportar una audiencia con horarios fijos, aunque hasta hace no mucho tiempo era la principal fuente para conocer y escuchar música. En el caso de México, la primera estación en acercarse al mundo digital fue Radioactivo 98.5, que creó su página desde 1995; justamente, la estación tenía un público juvenil.[3]
Sin embargo, la radio, en cualquiera de sus formatos, ha perdido vigencia frente al internet, al que los jóvenes tienen más y mejor acceso. De acuerdo con los estudios que se han realizado al respecto, plataformas digitales de streaming, como Spotify y Apple Music, lograron desplazar como principales vehículos de activos de conocimiento musical en el tiempo que llevan disponibles en México a la radio, y dispositivos como el iPod, así como soportes físicos (discos compactos, vinilos, casetes, etc.). Sin embargo, es relevante determinar cómo y por qué los miembros de la generación del internet consumen música, así como la forma en que esto se ha modificado.
¿Y ahí dónde escuchas músicas, mijito?
El ascenso del streaming como el principal vehículo para conocer música no sólo ha democratizado el consumo, sino que ha permitido que los jóvenes tengan acceso a una cantidad ilimitada de contenido. En el caso mexicano, aun cuando sólo el 32% de la población tiene acceso a internet, un alto porcentaje está compuesto por jóvenes.[4] Ha habido estudios que analizan cómo las generaciones nacidas durante y después del auge del internet han cambiado la forma y el fondo de la industria musical.
Como se dijo párrafos atrás, el smartphone se convirtió en el dispositivo por excelencia para almacenar las plataformas digitales desde donde se escucha música, dejando a un lado a la radio. Sin embargo, una de las críticas que heredaron de este último medio fue la fragmentación musical, es decir, el consumo de pocas canciones de un álbum. En los distintos servicios de streaming se ofrece la posibilidad de crear playlist, que son la principal forma de conjuntar música. Estas listas de canciones han permitido que la música se vuelva parte de actividades cotidianas en las que las cintas grabadas o los discmans no podían acceder. De hecho, de acuerdo con investigaciones, en la actualidad hay una relación directa entre el consumo de este producto y el quehacer diario de los escuchas.[5]
La ventaja de este formato radica en que no se ve limitado por baterías de baja duración, ya que está anclada a la de los celulares, y el almacenaje de las canciones no corre a cuenta de la memoria interna de los smartphones, sino que se acopian en servidores. A su vez, no sólo ha permitido que más jóvenes accedan al contenido, sino que ha sido una veta importante para el surgimiento de nuevos artistas que aprovecharon la facilidad del internet para darse a conocer, como Justin Bieber y Billie Elish.
La cantidad de canciones que pueden acompañar a un individuo en su día a día nunca había sido tan variada. Independientemente del género o artistas que se escuchen, podría decirse que la música nunca había estado tan presente en la vida de los jóvenes; cómo la usen para conformar su identidad en las etapas más formativas sería una pregunta que aún está pendiente por contestar.[6]
Bibliografía
Golubov Nattie, El circuito de los signos (México: UNAM/CISAN, 2015).
Hobswamn Eric, Historia del siglo XX (Buenos Aires: Crítica, 1998).
Peredo-Esteban, Luis Miguel, "Adolescentes, smartphones y consumo de audio digital en la era Spotify", Revista Científica de Educomunicación xxvii, n.º 60 (2019).
Terrazas Bañales Francisco, "Consumo y educación musical informal de estudiantes mexicanos a través de TIC", Revista Electrónica de Investigación Educativa 17, n.º 2 (2015).
Sosa Plata Gabriel, Días de radio. Historias de la radio en México (Secretaría de Cultura/Tintable, 2016).
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