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El nuevo Adán. Un canto de esperanza en el paraíso artificial

"¡Oh hermosa planta de abundante fruto! ¿No hay quien se digne aliviarte de tu peso y gustar de tu dulzura, ni Dios ni el hombre? ¿Tan despreciada es la ciencia? ¿Será acaso la envidia o alguna injusta reserva lo que prohíba tocarte? Prohíbalo quien quiera, nadie me privará por más tiempo de los bienes que ofreces, y si no, ¿por qué estás aquí?"

(John Milton – El paraíso perdido)

 

[Autor anónimo] Madona con infante sentada en un sitial  Principios del siglo XV Óleo sobre tela montada sobre madera 148 x 81 cm Instituto Cultural Helénico – Capilla Gótica. Ciudad de México, México
Madona con infante sentada en un sitial

Qué sería de la Odisea y la Ilíada sin el nombre de Homero. Obras tan grandes para un nombre tan modesto, tanto así que a lo largo de la historia se ha cuestionado si una sola persona habría sido capaz de elaborar semejante empresa creativa. Por ello, es mejor pensar a Homero como un título, muy cercano a un topónimo, pues sus letras, o palabras, se vuelven la patria de quienes se identifican bajo la bandera de la épica helenística.


Ojalá pudiésemos reunir a todos los artistas desconocidos bajo ese mismo estandarte, el de Homero, pues la etimología calza como anillo al dedo el sentimiento de quien no quiere ser reconocido: “el que no ve”. Esto no implica que los virtuosos se nieguen a mirar su obra, pues es más un acto de sencillez en el que se le otorga prioridad a la producción creativa que a la firma y atribución de ésta.


En el caso de las pinturas con temática religiosa es muy frecuente el ejercicio del desapego entre la materialidad de su creación y la posible notoriedad a la que se podría aspirar si se le pudiese identificar.


De tal manera, posamos nuestra mirada en un cuadro de un autor desconocido, otro Homero, del que quisiéramos saber tanto como lo que se puede percibir de su monumental y extenso lienzo. Y así, sólo podemos alimentar nuestra imaginación a través de sus trazos, pinceladas y el diligente esfuerzo que significó el cuidar cada detalle para armonizar el mensaje espiritual que sintetiza la palabra divina a través de una simbología estudiada y cuidada, sin dejar espacio al azar.


La escena está compuesta de tres personajes que de entrada pueden parecer disonantes por las exageradas proporciones en las que se nos presentan. Pero, por el contrario, lo que al ojo se manifiesta como desproporcionado la simbología acude al rescate para amalgamar el sentido metafísico de la providencia. Lo cual sólo se vuelve evidente al descifrar el atributo clave que no es otro que la manzana que sujeta el infante en su mano. El fruto evoca el gran pecado de los padres de la humanidad: Adán y Eva. ¿Por qué habría de sujetar el objeto que condenó al hombre?


La forma misericordiosa con la que la Madonna posa sus manos sobre el semidesnudo cuerpo del infante indica la inocencia y esperanza depositada en el proceso de autoconciencia en el devenir de la historia de la humanidad. En el que el destierro de la tierra prometida implica la constante búsqueda del camino de regreso al paraíso perdido. El donante, quien se encuentra en la pintura de rodillas, no puede hacer otra cosa que entregarse al pacto de redimir sus pecados, es su ejemplo de fe al vacío.

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