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Foto del escritorSergio Santival

Viaje de vuelta a lo que somos o Rehabilitación vital con tres melodías de Hippo Campus en el fondo


Debo admitir, estimado lector, que he estado ausente. No sólo de mí mismo, sino también del mundo, de la realidad, de la bella experiencia de ser. ¿Es que algún día podremos dar fin a nuestra búsqueda peregrina? ¿Es que habrá acaso algún momento en que nos desprendamos de la búsqueda por determinar el misterio y nos zambullamos de lleno en él, lo experimentemos, lo disfrutemos, lo vivamos?


1. Poems


Claro que no puedo ausentarme enteramente del ser, pero, por parcial que sea, dicha ausencia, una ausencia existencial si usted lo quiere ver así, ciertamente ocurre. Ocurre cuando nos enfrentamos tanto a las quimeras del pensamiento abstracto que terminamos por pensar que de hecho eso es lo que la realidad es; ocurre cuando permitimos que las hidras de nuestro pasado engendren más y más cabezas cada que recordamos los errores, los hubiera, los habría podido, las batallas perdidas, los besos no robados, las palabras reprimidas, las lágrimas encarceladas. Ocurre cuando perdemos la esperanza en el futuro expresada en nuestro presente, cuando perdemos de vista el presente. Ocurre cuando olvidamos que en medio de las penumbras del mundo siempre quedan rayos de luz que desgarran hasta la última partícula perdida en los abismos de la nada pesimista. Ocurre cuando dejamos que todo esto, que todas esas cosas nos sofoquen, nos reduzcan, nos apaguen. Ocurre cuando dejamos de viajar, cuando pensamos que todo ha terminado, que esto es el final, que no hay nada por delante, que lo que vale la pena es la meta y no el trayecto. Me ausento del ser cuando olvido quién soy, cuando olvido que en la etérea inefabilidad de lo que soy me es dada la oportunidad de convertirme en mi propia obra artística, de esculpirme a mí mismo, de darme mi propia forma. Gloria de la capacidad de elección que termina por destruir en un perfecto acto marcial espiritual su lado demoniaco, ese que parece condenarnos: es que la libertad puede ser condena, pero también puede ser milagro. Me ausento de mi ser cuando dejo de asombrarme al mirar el cielo, cuando dejo de prestar atención a la profunda sensación de inexplicable genialidad que emana de mi respiración. Me ausento de mi ser cuando permito que las palabras de lo externo creen llagas en mi corazón hasta hacer que de él se desangren mis sueños y mis ideales. Me ausento de mi ser cuando dejo que los endemoniados pensamientos de los infinitos posibles me angustien tanto que terminen por hacerme sentir oscuro, sin remedio, sin posibilidades. En fin, ¿ya lo ve usted? Me ausento de mi ser de mil y un formas, todas y cada una de ellas distintas entre sí, y sin embargo con la misma gravedad, con la misma sensación de vértigo, con el mismo arrastre, con la misma presión, con el mismo poder para, en efecto, hacerme ausentarme de mi ser.

No obstante, hay algo aquí que se escabulle, que se resiste a ausentarse, eso que permite que la ausencia sea solamente parcial: el ser mismo. Pero ay… el ser, entonces, ¿no se revela ya como trayecto, él mismo como recorrido, como peregrinaje? En efecto. Estos días he escuchado la grabación que Cortázar hizo de “Me caigo y me levanto”. Recaída y rehabilitación, trayecto, movimiento: viaje. ¿Cómo podría saber uno que viaja si las cosas a su alrededor no cambiasen? Esta es una verdad fáctica que cualquier traslado manifiesta. Pero el viaje interior, el viaje que uno mismo lleva a cabo sobre sí mismo, este viaje que es la vida, ¿cómo podríamos saber que de hecho es viaje? Es que lo que allí cambia somos nosotros mismos. La vida es más alta que la verdad.

El viaje interior que cada uno de nosotros lleva a cabo consiste en realizar cada tanto una expedición a los archipiélagos de lo que queda en nuestras almas después de la destrucción que llevan a cabo los meteoros de nuestras circunstancias diarias. Entonces uno navega por aguas tranquilas que, sin embargo, guardan dentro los restos de lo que alguna vez fuimos o creímos ser. Entonces uno se asoma y en el agua cristalina no logra ver su reflejo, no porque no haya nada sino porque uno no reconoce lo que mira allí, lo que se ha asomado. Entonces uno descubre que todo lo que tenemos en nuestro interior en ese instante efectivamente es un archipiélago, y entiende que la tarea que tiene por delante es llevar a cabo una reconexión, una suerte de vinculación que convierta las rocas valiosas en pequeñas islas, algo así como una jardinería marina que le permita a uno deshacer a base de humedad lacrimosa las piedras que se hayan podrido, las piedras que sean más bien icebergs peligrosos para las tripulaciones que por allí transiten. No es una operación sencilla: ella requiere grandes cantidades de llanto, llanto interno, llanto exteriorizado, llanto en música, llanto en poemas y en pinturas, llanto en caminatas, llanto en risas. Poco a poco uno se va recuperando, y mientras algunas de esas islas se desvanecen, de las gotas que llueven brotan nuevos pedazos de tierra fértil, pequeños fragmentos de esperanza que poco a poco comienzan a conformar nuevos horizontes. Pero claro, nada de esto ocurre mientras uno no se disponga, precisamente, a realizar tal expedición. A viajar hacia uno mismo en busca de uno mismo.


2. Monsoon


Hasta donde recuerdo, un proverbio zen dice así: El viaje es la recompensa. ¿Qué significa esto? ¿Cómo concebir que el recorrido sea la recompensa cuando en él se nos muestran tragedias que nos lastiman, cuando en él ocurren circunstancias que nos roen hasta el tuétano más escondido de nuestras almas? Es que no se trata del cómo, no se trata del qué, del por qué, del cuál. No se trata de preguntas. Se trata de viajar, de seguir en nuestra brújula el rumbo del quizá. Se trata de sentir, vamos: de simple y sencillamente ser. Se trata de transformarnos a nosotros mismos en el trayecto, de mirar atrás y sorprendernos por todo lo que nos ha ocurrido, por todo lo que hemos sorteado, por lo que hemos sonreído, por los paisajes cósmicos que hemos encontrado en los ojos de las personas a las que hemos amado, por las estrellas que hemos podido observar. ¿Qué van a saber realmente setescientas páginas escritas acerca de la belleza? ¿Qué va a saber un tratado de mil páginas sobre lo que es, efectivamente, el ser? Más allá de las fronteras del lenguaje y el pensamiento se halla la vida, y, ya se ve desde ahora, es sin embargo un más allá que se encuentra más acá. No hace falta hallarlo, hace falta sentirlo, experimentarlo, respirarlo, vivirlo. Pero claro, en muchas ocasiones sucede que para lograrlo hace falta que nos ausentemos de ello, hace falta que vayamos quién sabe a dónde, que nos perdamos, que olvidemos cuál es el destino, que olvidemos el viaje en sí mismo. Y uno se percata entonces: hace falta que viajemos, hace falta viajar, tan sólo viajar. ¿Qué sentido tendría alcanzar la estrella más brillante si en el camino no nos percatamos de su candor y su preciosidad?

Una vez alcanzado el abismo, hace falta valor para dar el salto y decidir volver a nosotros. Hace falta valor para emprender la expedición, hace falta valor para mirar al espejo y ver nuestros demonios. Hace falta valor para curar nuestras escaras, para curar nuestros dolores, para viajar de nuevo hacia nosotros mismos. Hace falta valor para viajar, efectivamente se requiere ser valiente para viajar. Pero, en el fondo, ¿qué sentido tendría todo si no nos atrevimos cuando menos por una vez en nuestra vida a dejar nuestras tierras y adentrarnos en las nebulosas impensables del quizá?, ¿qué sentido tendría la vida si no nos atrevimos cuando menos una vez a vivirla enteramente, a viajar a nuestros confines más lejanos, a nuestros rincones más escondidos, a nuestros firmamentos más perdidos, y a elevarnos desde ellos hasta nuestros soles más luminosos, hasta nuestras nubes más suaves, hasta nuestros cielos más claros? Nuevamente se muestran los trayectos, el desplazamiento, el ir y venir; en fin, el viaje que es viaje porque es transformación, la vida en su desenvolvimiento continuo y dinámico, la vida en su máxima expresión. A dónde vamos: a nosotros mismos, siempre vamos hacia nosotros mismos. Acaso lo único que hace falta es recordar quiénes somos, acaso lo único que haga falta sea un viaje de vuelta a lo que somos, en otras palabras: acaso lo único que haga falta sea vivir.


3. Vacation

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