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El viaje de un águila: consciencia plena y el manejo de la ansiedad

Un domingo por la noche, me encontré preocupándome por el futuro de mi carrera. Comencé a imaginar mi lugar de trabajo en ese futuro, un trabajo al cual aún no llego; y en ese escenario, los posibles destinos por los que podía atravesar. Una traición por parte de un colega, un error en el sistema de pago que me impidiera desarrollar mi vida un tiempo, una lesión en mi mano que volviera imposible que desarrollara mi labor de la mejor manera. 

     Y de pronto, escuché a lo lejos una suave lluvia. El sonido de las gotas descendiendo poco a poco al pavimento de la calle, el encuentro del agua con el vidrio de la ventana. Lo observé curiosa y me percaté de lo que sucedía. A través de mis pensamientos estaba viajando a escenarios ficticios, a destinos que sólo existen en el vasto mundo de mi mente, porque aquí, en el presente, sólo está eso: el agua corriendo suavemente por la calle. La lluvia suave. La tranquilidad de un fin de semana. Y yo me estaba perdiendo de eso. 

    Durante mucho tiempo, distintas corrientes filosóficas han considerado que aquello que distingue al ser humano de otros seres vivos como los animales es la facultad de razonar, la razón. Ahora bien, esta consideración ha sido motivo de innumerables reflexiones en torno a los animales y su inteligencia, considerando violenta la manera en la que, filosóficamente, se les puede considerar inferiores por no tener esta facultad. Pero, en realidad, desde un punto de vista psicológico, no hay tal inferioridad. 

    Los animales, como seres vivos, están a la misma expectativa que el humano de morir o sufrir en cualquier momento. Somos seres mortales compuestos de materia que cambia, que perece. Pero nos distingue la propensión de no saber habitar en el presente. Los animales (en un entorno estable)  tienen esta bella tendencia a mantener el equilibrio entre vivir alerta, cuidándose de los peligros que puede presentar su entorno, y vivir en el presente, preocupados únicamente cuando se presenta una amenaza y es menester preocuparse. 

¿Cómo vive un águila, por ejemplo? En un día ordinario, el águila se detiene al borde de la montaña y observa el paisaje, su cabeza se mueve de un lado a otro, sus ojos se dirigen a varios puntos con rapidez. Da algunos pasos hacia el borde mientras comienza a abrir sus alas, lo hace rápidamente, conforme avanza sus alas se abren cada vez más y demuestran movimiento. Su cuerpo le indica el paso, el entorno le indica su camino. Lo más seguro es que tenga contemplados los riesgos, pero no se detiene en ellos si no es necesario. Sigue su curso. 

Al llegar al borde de la montaña levanta las patas una a una y las une al resto de su cuerpo, da un salto hacía el acantilado y con elegancia extiende sus alas. Claro que los animales tienen la capacidad de generar pensamientos, quizá con un lenguaje distinto al nuestro. Pero en su habilidad, no tienden a nublarse a causa de ellos. Ya en el aire, el cuerpo del águila se hace uno con el viento, y sin perder la extensión de las alas comienza a volar ayudada de la corriente. El ave mantiene el equilibrio mientras continúa en el aire. Mueve su torso para dirigir el vuelo hacia la izquierda, las alas se mantienen extendidas, no hay necesidad de aletear por el momento. Consciente. Atención plena. Cuánto tiempo el ser humano se ha empeñado en lograr lo mismo. 

En su vuelo, el águila avanza  con mucha rapidez, su cabeza gira en ambas direcciones como si se preguntara por algo y el torso se endereza nuevamente. Las alas continúan completamente extendidas, y en un movimiento decisivo vuelve a dar un giro en el torso que le permite a todo el cuerpo dar la vuelta. Hace una pequeña inclinación con las alas y analiza el lugar de aterrizaje, la cabeza se mueve en varias direcciones, se pregunta cuál es su mejor opción. La inteligencia de las aves, quizá menospreciada por los antiguos filósofos (y algunos no tan antiguos) tiene mucho que enseñarnos. ¿Podría el ser humano dar el salto al vuelo si le pesa la preocupación, el estrés o el cansancio de su estilo de vida? 

El ave decide aterrizar donde se encuentra el cadáver de un zorro rodeado por cuervos, y una vez que ha detectado dónde aterrizar se dirige hacía allá, baja la velocidad e inclina las alas mientras deja caer sus patas sobre el cuerpo inerte del zorro. Con ayuda de sus garras se sujeta del cadáver, y con una inclinación usa su gran pico y comienza a comer de él. 

No pretendo menospreciar la inteligencia humana tampoco. Han pasado muchos años, más de los que podemos imaginar, en los que el cerebro del ser humano aprendió a sobrevivir. Se acostumbró a que enfocándose en los peligros y anticipándose a ellos, incluso si no estaban presentes, podría protegerse mejor. Al final, es la forma en la que hemos aprendido a sobrevivir. Pero la vida no sólo se trata de los peligros que corremos o de los posibles daños que nos atemoricen. Ahora mismo, en este instante, puedo respirar en el momento. Con atención plena, darme cuenta de que mucho de eso que me aterra no está en otro lado sino en mi cabeza. Aquí y ahora, el momento presente es lo único que hay. Lo único que tenemos. Como explicaba Marco Aurelio en sus Meditaciones: ni el pasado ni el futuro es algo que podamos perder; ya que sí no lo poseemos, ¿cómo se nos podría arrebatar?


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