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¿Una filosofía patria, una filosofía mexicana?

La discusión acerca de si hay una filosofía mexicana o no, la indagación en el modo de ser del mexicano y la búsqueda de su identidad permean un amplísimo campo de la filosofía en México. Se entiende la necesidad, frente a las condiciones económico-sociopolíticas a las que este territorio se ha enfrentado durante años, de llevar a cabo tales empresas: frente a una amarga conquista no sólo territorial o espiritual sino también, y quizá sobre todo, intelectual, se busca una reivindicación de lo que nos es propio, lejos de los modelos que desde otras naciones parecieran imponérsenos. Sin embargo, la pregunta «¿Hay una filosofía mexicana?» resulta estéril siempre que se permanece en estas discusiones.

Hay filosofía en México. ¿Será por eso mexicana? Seguramente para fines de reconocimiento y delimitación podría decirse que sí, así como se dice que hay filosofía alemana o francesa o griega o medieval. Sin embargo, se nota que estas filosofías, o mejor dicho, que los filósofos y las filósofas de estos otros lugares no se preguntan acerca de si hay o no una filosofía suya: simple y sencillamente permiten que el pensamiento discurra para intentar comprender y entender los fenómenos que se les presentan y les llaman la atención.

Es interesante atisbar que en realidad son pocos los intentos en México por llevar a cabo estudios ontológicos o metafísicos profundos sin caer en el cauce de la pregunta por lo mexicano. ¿Se deberá esto a las condiciones particularísimas en las que el país se encuentra? ¿Será que las situaciones cotidianas sociales, políticas, económicas del país no permiten estudios de esta índole? Afirmar esto sería, sin embargo, enmarcar ya el ejercicio filosófico de la pregunta por el ser y la realidad en ciertas condiciones que habrían de cumplirse para poder llevarlo a cabo, vamos: sería como decir que si no se está en ciertas circunstancias específicas es imposible hacer metafísica u ontología. Sin embargo no podemos aceptar esto, por cuanto las preguntas que lleva a cabo la metafísica son preguntas que puede hacerse cualquiera en cualquier situación política-socioeconómica, y que le conciernen de manera íntima, por cuanto son también cuestionamientos sobre sí mismo: las grandes preguntas que la metafísica lleva a cabo —«¿Qué somos?», «¿Qué es todo esto?», «¿Hacia dónde vamos?», «¿Cual es el sentido?»— son preguntas que repercuten en el corazón y el alma de cualquiera.

Pero ¿por qué preguntar por eso en tiempos como los nuestros? ¿Por qué intentar hacer metafísica en circunstancias de violencia, inseguridad, incertidumbre, corrupción, decepción, tristeza, agotamiento, como las que se viven en México? Tal vez por eso mismo. Quizá porque la metafísica nos llevaría, en el ejercicio de la reflexión con los otros sobre todo esto, a encontrar algún rastro, alguna pista, una gota que nos indique por dónde ir, hacia dónde. Una reflexión tal ciertamente no puede prescindir del pensar nuestras circunstancias políticas particulares, esas que distinguen a quien se encuentra en México. Pero éstas, ya se ve, por un lado no pueden ser únicas, acabadas y totales para todos los distintos estados y regiones del país, menos aún para todas las personas que lo habitan; por el otro, sin que se hallen incompletas sí que permanecen cerradas cuando no se las permite regresar al campo de la reflexión sobre el ser y la realidad: y es que éstos, en efecto, alumbran ya siempre aquellas.

Ahora bien, tan sólo apunto aquí, estimado lector, lo que parece que hace falta en la filosofía mexicana: un trascender las dudas que ella tiene de sí misma y lanzarse a indagar y discurrir sobre las cuestiones que le importan y le interesan, sin que le preocupe tener que llevar a cabo una suerte de justificación de ella misma hacia ella misma y hacia las demás filosofías. La filosofía se justifica siempre ya ella misma por sí misma sin necesidad de hacer demostraciones que lo constaten, en tanto que es ella el impulso por hacernos recordar ya siempre, cuando la hemos olvidado y la hemos dejado de tener en cuenta de manera casi absoluta, la experiencia del amor. Ninguna filosofía es filosofía si no nos lleva a la experiencia del amor, al filos más radical, al amor por nuestra realidad. En ese sentido, quizá la respuesta sería entonces: preguntar por el misterio y la verdad y el ser y la realidad para permitirnos amar esta realidad concreta y fáctica, y por ende permitirnos amar nuestras circunstancias particulares a pesar de todo el mal que veamos, encontrar en ellas algo por lo cual continuar, algo que nos lleve a no desistir, algo que nos haga cambiar el «no te preocupes» por un «no te rindas»; metafísica es mirar más allá de las fronteras, y volver a uno mismo.

Quizá sería esta una vía para repensar nuestra patria, nuestro país, nuestra cultura desde una óptica que no la intentase encasillar, definir, delimitar, cerrar, sino antes bien comprender en el sentido más profundo de la comprensión, el de ser comprensivos con ella, y a partir de este acto de comprensión buscar las rutas que nos lleven a transformarla en aras de la paz, la armonía, la justicia, el bien. Una filosofía mexicana será la que brote de los suelos propios de México, suelos que la geopolítica, los estudios históricos, la economía y los estudios sociales nos habrán de mostrar. Y quizá el aventurarnos a pensar de esa manera, libre y sin ataduras de pena o temor al rechazo, alumbre también lo que nuestra nación ha sido, es y puede ser. Una filosofía patria, una filosofía mexicana sentirá entonces el aire fresco en todo su esplendor, y compartirá con éste y con el mundo entero lo que tenemos que decir, que no es poco, sobre nuestra realidad.

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