Te pienso. No ha pasado un día desde septiembre que no te haya recordado. Me cuesta trabajo no sobrepensar. Ver por mí y no por nosotros. Eso tuve que haber hecho, eso estabas haciendo tú. Te encuentro en películas, aunque he evadido algunas, siempre estás en los ojos o las intenciones del protagonista. Me gustaría rimar, quiero sonar ordenada, pero no lo soy, no lo estoy. Es fácil culparte, es muy fácil ver en qué te equivocaste y enojarme. Lo he hecho toda mi vida con todo, lo sabes y no te gusta. No te gusto. Soy escritora, mis letras te hacían “sentir seguro, amado, en casa” creo que te llevaste mi inspiración contigo. Tardo meses en continuar escribiendo lo que empiezo. Quiero sonar ordenada, pero no lo soy. Lo he sido aún menos desde hace once meses con cuatros días. Estaríamos mintiendo si afirmáramos que en septiembre nos separamos. Nos desconocimos mucho antes que eso.
Como me he quedado sin palabras -y sin orden- finjo que yo escribí las canciones que me hacen doler por ti. La miseria sí ama la compañía. Las memorizo, las repito para dormir y las canto en acompañamiento de mis dedos rasgando las cuerdas de mi instrumento. Paseo en el carro con tu silueta tatuada en el rabillo de mi ojo dañado por migrañas. Siento tus dedos en mi pierna buscando mi mano. Suspiro, volteo al asiento y te esfumas. Una especie de calor va desde mi estómago, abre camino por mi pecho y retumba en las palmas de mis manos haciéndolas vibrar. Mis ojos perdidos te buscan en la parte de mi cerebro que no logra borrar tantos recuerdos. ¿Por qué me aferro a ellos en vez de crear nuevos? Sólo puedo soportar pensar en ti mientras evoco a la parte de ti que -espero- me amó sin límites a través de un personaje en la televisión o te reclamo que nos equivocamos leyendo los subtítulos del corazón mientras canto. De cualquier otra forma, no puedo ser ordenada con lo que siento. No lo soy.
No me quitaste nada, yo abrí los brazos y te di todo. No me arrepiento, porque solo así he podido sentir que gané, que valió la pena. He esperado que todas estas cosas te persigan, que te sientas culpable, que llores y que no vuelvas a encontrar algo verdadero. Que te duela y que también tengas mi silueta tatuada en el rabillo de tu ojo. Ni siquiera cuando creí amarte tanto me quemabas de esta manera. Ni si quiera entonces podía sentirte tan vívido y real en la superficie de mi piel causando que mis vellos se erizaran. No puedo escribirte algo continuo. Lo intento, en serio y, también lo siento, en serio. No puedo porque aun cuando quiero ser ordenada, tú y yo sabemos que no lo soy. Y aunque quiera ser escuchada, tú y yo sabemos que con suerte me oirás.
Epílogo
No tengo nada que decir o más bien tengo tanto que acabaría en nueve de septiembre. Lo único que parece mentira después de tanto tiempo es que Ana Torroja no se equivocó al decir que hay llamas que ni con el mar. Recuérdame cantando en tu carro a todo pulmón aun cuando no era siete de septiembre. Feliz melancólico día.
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