De mi pecho crecen flores de sempoualxochitl
- Feluel Hernández

- hace 4 días
- 4 Min. de lectura
Mamá dice que mi primera palabra fue atl, yo digo que fue noyolo. Papá dice que nací siendo guerrero, yo pienso que nací para tejer historias. Desde pequeño mi abuela me enseñó a ser alpinista al momento que comenzó a hacerme cerros de empipianadas con masa fresca a la hora del almuerzo. La misma hora en la que el sol empezaba a besar las densas copas de los árboles de mango de su huerta y las gallinas a pasearse entre las aromáticas matas de café que nacían junto a los pequeños brotes de cilantro en el suelo. Con el tiempo soñé con ser aviador, pero terminé por convertirme en un intento de escritor. Ahora no sé bien quién soy o como me llamo, solo sé que trato de buscarme en cada calle que recorro cuando me siento agobiado.
Nunca noté que hasta los jaguares tienen miedo ni mucho menos llegué a presumir del pueblo de dónde vengo. Por pena me escondía los jobos que brotaban de mis brazos cuando era temporada y nunca acepté que de vez en cuando me gusta acomodarme el cabello hacia atrás porque me han dicho que me parezco a Papá. Nunca conseguí ser fuerte como mi madre o prudente como padre, solo sé que nací cantando en náhuatl canciones de cuna y enredando hilos en mi mente para hacer el intento de contar cuentos que al parecer solamente yo me sabía.
Mamá nació siendo jacaranda y a Papá lo volvieron nogal a una edad muy temprana. Yo broté de una tuna en medio de una nopalera y mis sesos fueron hechos con maíz nixtamalizado. De barro se cubrió mi piel y mis ojos se volvieron aceitunas. Crecí cargando un dolor que no me correspondía y llegaron a mí problemas que a esa edad yo no entendía. A los 10 años soñaba con ser alguien más y a los 12 me intenté el nombre cambiar. A los 15 me arranqué pedazos de piel para no parecerme ya a mí y a los 17 traté de amasarme el rostro para poder ver frente al espejo a alguien que al menos pudiera tolerar. A los 8 entendí que este mundo es de los blancos y que mi piel de lodo era algo de que avergonzarse, pero no fue hasta los 18 que las flores que crecían en mi pecho se marchitaron por completo dejando un suelo infértil. De mis ojos comenzó a salir tepache y empecé a llorar partes de mí que me hubiese gustado en aquel entonces ahogar. Desde que tengo memoria me he sentido raro y cómo no, si mi cuerpo está hecho de barro o al menos es lo que solía decir Mamá.
Ahora odio cada parte de mí y odio tanto extrañar. Odio ver mi reflejo y odio no saber cómo sentirme al respecto. Odio no saber odiar y odio recordar cualquier lugar en dónde fui feliz, pero odio aún más que las flores que crecían en mí se terminaron por marchitar. Extraño mi pecho lleno de flores de sempoualxochitl y extraño el pueblo donde crecí. Extraño las noches tranquilas y silenciosas de cuando era niño porque desde hace mucho solo me concentro en atrapar el sueño. Incluso me he comprado un laso y una jaulita así como me aconsejaba mi abuelo. Trato de dejar pedacitos de pan, pero ni aun así logro conseguir aquello que tanto anhelo. ¿Qué es? No lo sé con seguridad, no sé si son los retazos que se me han caído con el tiempo o pequeños brotes que puedan sobrevivir dentro de mi pecho.
Ahora me la paso buscando algo entre los huequitos de las banquetas, tal vez mis sueños o mis recuerdos porque poco a poco voy olvidando cosas que antes me caían del cielo. No escucho a las cigarras estridular ni a los cacomixtles hablar, he olvidado quién fui y a quién me parezco. Tengo tantas ganas de gritar y que me oigan, pero siempre termino por ahogarme en la miel de las abejas que me acompañan por las tardes cuando pongo en duda mi mera existencia. No sé si soy hijo, hermano, novio, empleado, estudiante o maestro. Tampoco sé ya escalar, ni de qué color era la tuna de la cual nací, olvidé mi lengua materna y a que sabía la leche que brotaba de las raíces de Mamá. No recuerdo si de mi pecho en algún momento volverá a crecer algo o si yo mismo lo tengo que rellenar. No sé que es un nopal ni el mesis, tampoco puedo recordar de que color son los colibríes. Ya no veo las puestas de sol ni encuentro pescados marchando en las nubes. Tampoco nunca alcanzo a preguntarle a los cangrejos que salen por las tardes en busca del mar si puedo acompañarlos en su viaje.
Tengo tanto miedo, pero no sé de qué. Desde chico me enseñaron a temerle a los desconocidos, pero ¿qué pasa cuando yo soy aquel no conozco? Tengo miedo de vivir y de intentar, de regresar al lugar en donde nací y no sentirme parte de ello. Tengo tanto miedo de que de mi pecho vuelvan a nacer flores porque nunca he sabido como cuidarlas. Ahora busco charcos de agua porque con eso mojo y junto las grietas que la vida le ha dejado a mi cuerpo. Busco algo, pero no sé buscar. Oigo mi nombre, pero no lo logro entre tanto ruido diferenciar. Regalo flores, pero no sé de dónde las saco y ahora que me he quedado sin ninguna me he dado cuenta de cuanto las extraño.




Comentarios