Ella y la lluvia
- María Josefina Trujillo Mayz

- 26 oct
- 2 Min. de lectura
La tarde se ha tornado lluviosa. Muchas nubes grises y oscuras se han arremolinado sobre la cima de la montaña, esa que preside majestuosa la ciudad. Ella, a quién no le gusta la lluvia, nunca le agradó la recibe, sin embargo, con cierto gozo, quizás como otra manera de lidiar con ese desdén que la sorprendió instalándose en su cuerpo, cuando aún sus ojos no se habían asomado a la ventana aquel día. Aquel en el cual cierta forma de apatía le habían dado los buenos días y la melancolía le acompañó, aunque eso no era lo que ella quería.
La lluvia parece ser una buena excusa para dejarse llevar, continuar pensando una y otra vez hasta el punto de sentirse simplemente agotada, exhausta, cansada. Ella, se encierra, se cubre, se ensimisma. El diluvio sigue siendo el pretexto perfecto para darse el permiso de sentir de pronto y al fin toda la tormenta que fluye en su interior, liberar de una vez ese desasosiego que la tiene presa.
La lluvia sigue, la tarde se va desdibujando y parece limpiarlo todo. Se va haciendo más intensa, el cielo se revela y descarga toda su fuerza. La ciudad se vuelve invisible por el aguacero que cae sin parar; copioso, fuerte y violento. Ella, se siente diminuta frente al temporal, no le gusta la lluvia, jamás le agradó. Pronto se avecina el anochecer, un anochecer lluvioso, húmedo y sonoro. Quizás será una noche de tormenta, de vendaval. Pero ella, ha decidido, parar de pensar, ya esto también pasará.
Una tormenta cae, el viento azota las ventanas y ella a quién nunca le gustó la lluvia se siente vulnerable frente a su ventana, cuando una verdadera tormenta interior la abruma, sin saber sí podrá resistirla.
(Narración publicada en mi blog Letra Viva)




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