Perder a alguien amado nunca será fácil. Puedo fingir que no duele, decirme que no es para tanto pues es la finitud de la vida, pero eventualmente ese dolor me alcanzará y ya no habrá manera de hacerme creer que volverás. Perder a alguien amado siempre es un desconsuelo.
Afirmar que te extraño es decir poco, pues hay días en los que no puedo recordar siquiera qué es mi vida sin que tú no estés en ella. No hay rumbo, no hay colores y mucho menos alegría. Pero la vida no se detiene, aunque quisiera que disminuyera su paso al menos por un día, continúa siendo abrumadora y demandante de movimiento, así que, como puedo, me desplazo con ella. Me dejo arrastrar y apabullar por su incesante rumbo una y otra vez, intentando ser funcional en el mundo, aun con el alma un poco herida; hasta que al fin, por ciertos momentos, pareciera que mi cuerpo y sentir se han entumecido lo suficiente para ya no notar tanto tu ausencia, siento que retomo un poco de normalidad, sin caer en cuenta que ya no soy la misma persona. En ocasiones el arrepentimiento me acecha, pienso en todas las cosas que te pude haber dicho, así como las que debí haber callado, repaso nuestros enojos y malas actitudes, cosas muy comunes e inevitables en cualquier persona, pero que aún así me reprocho -“debí haber hecho más”, “pude hacer las cosas de diferente manera”-, sé que es una actividad en vano pues ya no hay manera de arreglarlo, pero hago la nota mental de que debo cuidar más de mis relaciones con las personas que aprecio. Es normal, me digo, no hay ser perfecto.
Aunque difícil, busco convertir mis recuerdos en consuelo, así que te busco dentro de ellos; lo que vivimos, aquello que aprendí de ti y me compartiste, tus fortalezas, tus alegrías, los momentos vergonzosos pero graciosos, incluso los malos encuentros ahora no parecen tan amargos; tengo la oportunidad de quedarme con tu recuerdo y las grandes experiencias, me aferro a ellos pues siento que de ese modo tú y yo seguimos conectados; tal vez con el pasar del tiempo mi mente ya no sea capaz de recrearlos tan fielmente, lo que sentí, lo que pensé; a qué olía el clima y mi alrededor, si hacía frío o si era de noche, pero por ahora regreso a ellos para creer que no te has ido, que de alguna manera cuento con tu compañía. Es en la manera en la que, si me concentro lo suficiente, puedo sentir que estás a mi lado, volteo y me dejo llevar por algún recuerdo tuyo, todo lo bonito que viví a tu lado y la belleza que eras, las lágrimas pueden llegar a invadir mi rostro al pensar en ti, pero no hay duda de que agradezco poder hacerlo, recordarte con cariño y nostalgia como un hecho de que vamos por la vida creando vínculos, dejando marcas en las demás personas, y vaya que tú dejaste una en la mía.
A veces las circunstancias me sonríen cuando llegas a mis sueños, quisiera soñarte a diario, soy tan feliz en esos instantes que desearía no despertarme, pero eventualmente lo hago y no puedo evitar sentir un hueco, como si algo preciado hubiera sido arrancado de mis brazos y, de cierta forma, así fue. Trato de enfocarme solo en el sentimiento agradable que me deja la ilusión de haber compartido un momento más contigo y trato de sobrevivir al día. Me mata no verte, quisiera que regresaras, pero de una u otra manera, yo te llevaré dentro y tu recuerdo mantendrá mi cordura. Me enseñaste un trazo del mundo y conmoviste mi alma, me contaste tu forma de percibir las cosas y me incitaste a encontrar la mía, me arropaste en los malos momentos y me sonreíste en los buenos; hay tanto que nos faltó compartir, cosas que quería decir pero de las cuales nunca encontré la forma, quería lograr muchas cosas y compartirlas contigo, pero me animo al imaginar que estarías feliz por mí y porque no me rendí.
En algún punto, un día cualquiera, me encuentro de nuevo pensando que a lo largo de nuestro recorrido por el mundo, nos hemos de enfrentar a la fragilidad de la vida, nuestra y de nuestros seres queridos, y decir esto no significa que se haga más tolerable, al contrario, considero que el peso se hace más presente aunque en diferentes formas. El pensamiento caótico de que deberían enseñarnos a lidiar con la muerte, me provoca cierta frustración, con el mundo, conmigo, ¿cómo podrían? Ciertamente no es un tema fácil, es doloroso e intimidante, ya decía Confucio que ni siquiera podemos entender la vida, mucho menos la muerte, se nos complica a veces siquiera encontrar una razón para ser felices. Pero llega el día y te dejo ir, en la manera en la que ya no me niego a creer que no volverás, ya no hay enojo, arrepentimiento ni entumecimiento, ha llegado la calma, ¿cuánto tiempo pasó para ello? no lo recuerdo, solo aprecio la oportunidad de haber coincidido con tan bello ser.
En mi día a día y por casualidad, hay algo que me hace acordarme de ti; un sonido, un color, tal vez un aroma, una frase o incluso alguien con características similares, entonces tu recuerdo me invade como una suave brisa, sonrío, nostalgia, mi vieja amiga, se cuela de nuevo junto a tu recuerdo. No hay duda de que tu ausencia dolerá por siempre, quizá no de la misma forma, ni bajo la misma lógica, pero lo agridulce estará ahí, al igual que tú y mi vieja amiga.
Podría escribir una y mil cosas sobre perder a alguien, pero los pensamientos sobre ello no se estructuran tan fácil y esta narración es prueba de ello. Solo queda expresar que te pensaré día a día, te extrañaré por igual, pero la vida no se detiene y yo me desplazo con ella, esperando que nuestro camino vuelva a coincidir.
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