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¿Por qué no saben que es el fin del mundo?

Actualizado: 20 jun 2023

En un lugar en el centro de un universo en el que el tiempo puede ser medido, existía una ahora olvidada ciudad en la que, de acuerdo con los registros de Los Cinco de Alejandría, comenzó la civilización su tortuoso trayecto. Aún incluso con tal carga de importancia, dicha ciudad jamás prevaleció, terminando en ruinas tras algunos milenios de habitación; a pesar de esto, siempre conservó su grandeza arquitectónica, que aunque mellada por el transcurrir del tiempo, seguía digna de los relatos surrealistas más ambiciosos. De sus altas atalayas y ricas mansiones, solo estructuras de cantera prevalecían, cuyas sombras se proyectabas cual noches diluidas sobre la joven mujer que recorría las casi vacías callejuelas empedradas en la que solo habitan ahora gatos blancos y negros, quienes fijan sus enormes ojos curiosos sobre ella.


La joven no encajaba con la atmosfera inmóvil que recorría. El verde olivo de sus pantalones entallados y su desgastada chaqueta de aviación chocaban con su pálida y joven faz, sus pesados botines de combate no provocaban ruido al tocar el empedrado, su lacio y castaño cabello ondeaba ante una brisa inexistente en las estrechas calles. Solo sus ojos miraban las ruinas con especial añoranza y una profunda tristeza, siendo junto con su memoria, la única parte de si que aún pertenecía a esta ciudad casi muerta.


La joven mujer es no otra que la Vida en si misma, encarnada por un ser sin nombre hacia siglos en la iglesia sin dios de que cuyas ruinas aún se erigían, reacias al olvido, columnas y paredes cubiertas de vegetación, en el centro exacto de la gran ciudad. Es ahí a donde ella se dirigía, al lugar donde todo inició.


Cuando llegó a la puerta del santuario, vio un viejo gato negro que yacía respirando con dificultad, y ella, con su piadosa naturaleza, se agachó y acarició su lomo, devolviéndole la juventud al instante, y aún con su recuperada salud debido a su naturaleza felina, el animal no se movió ni un centímetro, únicamente agitó su cola en gesto de agradecimiento. La joven se reincorporó tras esbozar una leve y triste sonrisa, y caminó al interior de los remanentes de la iglesia.


En el centro del santuario se encontraba un enorme y peculiar árbol que, para las mentes humanas presentaría un fenómeno inconcebible, puesto que la mitad de su cuerpo se encontraba seca y ennegrecida, mientras que de la otra mitad colgaban cientos de manzanas entre verdes hojas. Este árbol era el punto de encuentro que se acordó, así que se sentó entre sus raíces, recordando con añoranza el día en que, en ese preciso punto, ella había nacido.


La joven fue arrebatada de sus pensamientos por una voz que provenía de lo alto el árbol.


-  Ni siquiera estando en todas partes eres capaz de llegar a tiempo.


La joven volteó y vio a un pálido muchacho ataviado con un traje negro y zapatos de charol que le sonreía, apartando su enmarañado cabello de sus ojos para devolverle la mirada con sus ojos considerablemente más alegres que los que ella presentaba. Él era la Muerte en sí misma, encarnado al igual que ella en ese lugar tan peculiar.


-  Tú muy bien sabes que en esta forma nuestras capacidades son limitadas – Replicó la joven, esbozando una leve sonrisa al muchacho, quien bajó y se sentó al lado de ella con una alegría notable en su blanca dentadura sonriente.


-  De todas las veces que nos encontramos, esta es la única en que sonríes- añadió la joven.


-  Bueno, de todas las veces que nos encontramos, esta es la única en la que tú me convocaste – Respondió el muchacho, retornando a la joven a su melancolía, quien perdió la mirada en los largos pasillos en ruinas que los rodeaban, absorta en las preocupaciones que la llevaron a convocar la reunión. - Necesito tu ayuda – exclamó tras un largo silencio la joven.


-  Lo sé. Tu experimento de inteligencia animal, terminó en un caos absoluto.


-  Parecía tan prometedor, tenía fe en que ellos…


-  …Fueran como nosotros.


La joven clavó su mirada en su compañero, había transcurrido tanto tiempo sin encontrarse, que el hecho de que eran tan iguales como opuestos parecía tan irrelevante como siempre lo fue. El joven le regresó la mirada.


-Te ayudaré, pero primero ven a caminar conmigo, hace siglos que no estamos en casa. – Exclamó el muchacho, mientras se levantaba y le extendía la mano a la joven, quien lo miró con desdén, pero finalmente aceptó su condición. Tras levantarse, el muchacho tomó una manzana del lado vivo del árbol y comenzó a hacer malabares juguetones con ella, para luego dirigirse lado a lado con la joven a recorrer las ahora ruinas de los pasillos del santuario.


-  Un proyecto muy ambicioso, el dotar con inteligencia antinatural a la humanidad, pero ya habíamos hablado de esto, recuerda por lo que Los Cinco de Alejandría fueron creados- reclamó el muchacho, mientras aun jugueteaba con su manzana.


-  Estoy consciente, pero en aquel momento aún tenía fe. -  Replicó la joven.


-  La verdad es que me han impresionado, casi me dejan sin una razón para existir. - Respondió el muchacho, soltando una carcajada, a lo que la joven se detuvo abruptamente para asimilar tal descaro.


-  ¿Cómo puedes reír de tal tragedia? Ellos no aprendieron nada, están a punto de…


-  Lo sé, yo también los vigilo, casi han acabado con los otros seres del planeta, y sin mi ayuda. Pareciera que han equiparado mis poderes, soy una fuerza inútil ahora. ¿No es lo que querías desde el principio, que nos reemplazaran?


El muchacho también se detuvo para lanzar la manzana a la joven para que la atrapara y continuó por el pasillo, la joven avanzó para emparejarse a él.


-  Sí, pero no era así como quería que nos reemplazaran, ellos debían mantener el equilibrio, igual que nosotros, pero en su lugar se enfrascan en insulsas disputas por temas irrelevantes, se jactan de alcanzar la sabiduría, entonces, ¿Por qué no saben que es el fin del mundo?


-  Lo saben, pero también saben que no tienen suficiente longevidad como para sufrir por ello. Respondió el muchacho, se detuvo y tomó las manos de la joven entre las suyas, convirtiendo la manzana en una nuez. 


-  Te ayudaré como dije, pero no matándolos a todos como antaño fue hecho, aún podemos salvar tu proyecto. Si tanto quieren matarse entre si, dejaremos que lo hagan, pero no como hasta ahora lo han hecho. Esta vez apreciarán el hecho de poseer un alma. - Dijo el muchacho y separó sus manos de la de la joven, descubriendo la nuez.


-  ¿Piensas que salvemos al mundo con una nuez? – preguntó extrañada.


-  Has que llegue a los humanos, con que uno de ellos la coma será suficiente. - respondió el muchacho.


La joven miró extrañada la nuez, la cual emitía un inusual fulgor dorado que se colaba entre los pliegues de su superficie rígida de su cascara. Aun sin saber cómo funcionaría, volteó para preguntar al muchacho, solo para darse cuenta de que ya se había ido, solo le quedaba confiar en lo cualquiera que fuese el plan.


-  Gracias… - susurro la joven mientras sostenía con cariño la nuez hacia su pecho, para luego dirigirse de vuelta hacia el exterior, pero antes de salir, volteó una vez más para dar un último vistazo al querido árbol, pues no sabía cuando lo vería otra vez, y salió del santuario. Al salir se alegró por darse cuenta que el gato al cual había salvado seguía ahí, esta vez sentado aseándose. Este al percatarse de la presciencia de la joven, se acercó con emoción, maullando y restregando su cabeza contra las delgadas piernas de la joven, quien se agachó para mimar al curioso y bendito animal. Había ella decidido encomendar al minino la misión de entregar la nuez a la humanidad. Fue así como puso la nuez frente al hocico del animal, el cual la olfateo y la tomo con sus colmillos. Era un gato, así que su naturaleza divina similar a la de la joven le dio la claridad sobre lo que tenía que hacer, dando inicio así a un viaje de 100 noches con sus calurosos días que el gato recorrió, llevando consigo la nuez que entregaría a la humanidad.


Al finalizar su recorrido, el minino llegó a una enorme urbe llena de torres de cristal, las cuales reflejaban no más que decadencia disfrazada de progreso: La famosa metrópoli del hombre moderno. Y fue en uno de sus callejones donde un hombre, un vagabundo cruel, lo atacó mientras descansaba de su largo viaje para robarle la nuez y saciar así su hambre. La agilidad del felino lo libró de recibir daño alguno, pero la nuez dejó de estar en su poder al emprender la huida.


El vagabundo cruel, ebrio en su victoria, tomo la inusual nuez en sus manos y, dando poca importancia al brillo que emitía, partió la cascara y engulló el contenido de un bocado, dando así inicio al plan que la Muerte y la Vida tejieron en cooperación. El efecto no tardó mucho. Minutos después de que la digestión comenzara, el hombre comenzó a experimentar violentos latigazos ejecutados por sus extremidades, su visión se comenzó a nublar y su boca fue incapaz de emitir sonido inteligible alguno. Su cuerpo estaba ahora a merced de una inusual enfermedad que impedía a su mente controlarlo. Él estaba vivó en su conciencia, pero su cuerpo no obedecía ante ninguna de sus imperativas, pudriéndose en muerte y moviéndose en vida. Ahora no había limite conocido entre el mundo de los muertos y vivos, y este nuevo heraldo portador de muerte en vida se tambaleaba hacia las calles, buscando convertir en semejantes a todo el género humano.

 

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