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Pequeña reflexión de un hipocondriaco histérico

Me enteré hace poco, cosa de un año más o menos, que estoy enfermo.

Hoy recibí mis resultados finales, después de esperar por ellos con impaciencia. Citas de un laboratorio a otro; placas de esta parte o placas de esta otra; análisis de cada residuo que pueda secretar hasta el más mínimo orificio; cuando cada una de las pruebas estuvo lista, no se necesitó más que ir por el documento con cifras y entregar cada uno a la secretaria del doctor.

No debería sorprenderme, el manejo de este tipo particular de material lo hice con mis padres, con cada uno. Pero las promesas sobre la salud que nos hicieron, en ese entonces, decían que al día de hoy esto sería más rápido. El tiempo pasó como normalmente pasa en estas situaciones: haciéndose esperar. Y yo con impaciencia.

En mi situación personal hubo muchos comentarios positivos, nada contrario a mis deseos. Los enfermeros, la radiografista y hasta el conserje me daban esas miradas que yo quería. Pero ahora estoy vagando en la incertidumbre total por la respuesta del médico. Un muchachito de poca edad que cree que puede soltar las noticias así nomás, sin preparar al receptor, sin tocarse el corazón, con una sonrisa enorme entre labios y dando felicidades. Todavía resuenan sus palabras de esta tarde en mi mente mientras escribo esto: — Con mucha alegría le digo, Usted no va a morir—.

¡Maldita realidad!

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