A ti, el amor que habita mi cuerpo
Sin premura confiesa el placer del que se adueña. Sin ternura declara abiertamente la dulzura de su pecado. No teme ser impura, no teme incinerar su castidad, no teme del castigo de Dios, porque ella sabe que ha encontrado el amor.
Antes de nuestra declaración abierta e irrevocable de amor, hubo silencio. El amor y el placer eran una cuestión de caballeros. Hasta hace no mucho, el deseo sexual era un privilegio de género. Desear era para hombres robustos, barbados, fuertes y perversos. Porque desear era un acto de opresión: las mujeres sólo aspiraban a ser deseadas, vilmente sexualizadas, no había salvación de la cosificación.
Labios en llamas nos liberaron: porque no hay cuerpo vivo sin deseo por dentro, Inés Arredondo, desde Culiacán,| Sinaloa, rodeada de una generación de voces masculinas y de miradas que engendraban el machismo del gremio, escribió para devolvernos nuestro cuerpo y con él nuestros deseos. México, 1988, aparece “Sombra entre sombras”, Arredondo configuró, a través de este cuento, una voz femenina que desde el primer renglón se confiesa como un ser sexual, puro, amoroso. La recurrente sexualización del cuerpo femenino como recurso literario fue superada por una narrativa del deseo vehemente de una mujer, un deseo carnal tan fuerte que al consumarse la hace autoproclamarse dueña de su cuerpo, mente, espíritu y sexo.
Porque el deseo se volvió revolución, no hay una gota de pudor en la voz de Arredondo cuando se trata de reclamar lo que por derecho es de ella, lo que por derecho es nuestro: el poder de decidir cómo vivir, expresar y experimentar nuestra sexualidad. “Sombra entre sombras” es, en principio, la historia de una mujer que ha sido pervertida por un hombre y acribillada por el mundo, pero es mucho más que eso cuando se vuelve el discurso del amor como redención, pues poco importa el centenar de hombres que pasaron y destruyeron el cuerpo de la protagonista, poco importan las orgías de las que fue el centro, los tríos, la sodomización, poco o nada importan cuando al final ella duerme en los brazos de su amante, del verdadero y único.
Ella conoció, sin desearlo, la oscuridad de los bajos mundos del erotismo, siendo casi una niña fue destinada a una vida a lado de un hombre de placeres añejos y retorcidos, placeres que le mostró, como un mentor que ella no eligió pero terminó por aceptar. Siendo ya una mujer, conoció a quien le mostraría el otro lado del erotismo y el sentido que cobra la sexualidad cuando se ejerce con amor, con deseo. Sobrepasada por la fuerza magnética que existía entre ambos, supo entonces que no habría impedimento alguno para entregarse completa y totalmente a él.
Decidió quedarse en ese mundo erótico, por más sucio que fuese, decidió disfrutarlo y compartirlo porque ambos se quedaron. Cada beso que él le diera sabría a leche y miel y el centenar de hombres que la poseía mientras él sólo observaba como un voyeur enamorado, no serían más que carne y fluidos. En un pacto impronunciable, vivieron su amor hasta las últimas consecuencias, sin ningún prejuicio de por medio y el pasado irrevocable pero muerto, se amaron y el resto del mundo se volvió nada.
Existimos porque resistimos, en el marco de la conmemoración de nuestra lucha, pronunciemos los nombres de las voces que antes de nosotras gritaron, este 20 de Marzo se cumplen 93 años del nacimiento de Inés Arredondo, una de las plumas mexicanas más influyentes del s. xx, amazona de las letras que, desde la ficción, defendió la libertad real de elegir a quién amamos, a quién deseamos, con quién y cómo compartimos nuestra sexualidad, nuestro cuerpo.
Porque escribir también es resistir y la resistencia somos nosotras; Inés Arredondo y antes de ella muchas otras, a quienes les debemos el quebrantamiento de la romantización de los corazones de las mujeres y la dignificación de nuestros sentimientos y nuestros deseos. Porque ellas desde entonces lucharon para que hoy seamos libres de elegir a nuestros muchos o al único amante, de elegir entre la castidad o una vida sexual activa sin temer el castigo de Dios, porque nos enseñaron que nada tiene que ver el amor y la sexualidad con el castigo y pecado.
Defender la legitimidad de nuestros sentimientos y decisiones sin deberle explicaciones a nadie es parte de nuestra rebelión. Quemar, romper, arder, gritar es nuestra revolución, amar, gemir, elegir y besar libremente también lo es.
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