top of page

Nuevo despertar

No lo podía creer. ¡Después de tantos años la volvía a ver! Había pasado ya mucho tiempo desde aquella última ocasión en la que cruzamos miradas y sentí la calidez de su sonrisa. Por aquellos días éramos unos jóvenes inmaduros que experimentaban el amor por primera vez, y sin duda fue uno de esos bellos recuerdos que perduran en la memoria. Me era increíble verla de nuevo, y no por el tiempo en sí mismo, sino por las circunstancias de la vida que parecen llevar a los ríos a encontrarse cuando han de desembocar en el mismo mar.

Para entender esto, deben saber que en todo este tiempo me convertí en un médico forense. Así, me encontraba laborando en la morgue del hospital. Resulta curioso notar que, a pesar de que la muerte es una de las pocas cosas seguras en la vida, preferimos olvidarla y no pensar en ella hasta el final de nuestros días… o al menos eso era lo que creía.

Era un viernes y me tocaba realizar trabajo en la morgue, saldría hasta el día domingo y yo maldecía por todo lo alto; ¡me perdería la mejor fiesta de Halloween de la historia! Y para colmo, teníamos varias autopsias a realizar. Casualmente, el día de hoy solamente contábamos con dos cuerpos pertenecientes a mujeres. Por la mañana había ya atendido el cuerpo de un joven que presentaba un rigor mortis demasiado acentuado, el cuál me impediría tomar mi comida en el horario habitual.

Entre las cosas interesantes de este trabajo, están las anécdotas. Y aquí les contaré una que viví con ese cadáver: como les comenté, el rigor mortis estaba demasiado pronunciado. Para quien no lo sepa, esta condición hace que los músculos del cuerpo se tensen de una manera increíble, lo que imposibilita el movimiento del cuerpo. Una de las maneras más eficaces que he podido encontrar para solucionar esto, es platicar con ellos, así que eso hice.

—Tranquilo, soy médico. Y aunque no puedo hacer nada para traerte de vuelta, necesito realizar este trabajo para que puedas ir con tu familia. Prometo que haré mi mejor esfuerzo para que ellos no vean el daño que tienes y puedan dejarte ir en paz.

Después de eso fue más sencillo manipular el cuerpo y finalmente tras algunas horas pude terminar el trabajo. Muchos podrían creer que hacer esto detiene el apetito o incluso te deja sin ganas, pero la realidad es que la muerte es algo con lo que convivimos desde el momento en el que nacemos, por lo que al entender eso, puedes continuar tranquilo. En mi caso, con un hambre voraz.

Procedí entonces a desayunar justo a las 4 pm. Así es, no leyeron mal, a las 4 pm me encontraba desayunando. Parecía que sería un día fatal, nada había salido como estaba planeado. Pero aun en los días grises sale el sol. Fue entonces que la vi, con su largo cabello recogido, esa mirada decidida y una sonrisa que jamás podría olvidar. En ese momento y sin pensarlo me dirigí a ella para invitarla a mi mesa, aunque un poco confundida, ella aceptó la invitación. Comenzamos a platicar, al principio sentí un gran pesar pues creí errar en mi intuición cuando ella comenzó a jugar y a hacerse la que no me conocía. Cuando notó que me estaba muriendo de pena, soltó una gran carcajada que en varios años solamente había sonado en mi memoria:


—¡Obvio que soy yo! ¿A caso crees que podría olvidar todo lo que vivimos? —Sonreí.

—Fueron buenos tiempos, ¿no? Me da gusto verte de nuevo aquí, aunque admito que me sorprende saber que te volviste médico general. Recuerdo que querías ser bióloga.

—Así es, pero ya sabes, hay circunstancias de la vida que te hacen tomar caminos que no esperabas, y me da gusto que esa decisión me haya traído de vuelta a ti.

Mis oídos no podían dar crédito a lo que habían escuchado, mi corazón dio un vuelco, por poco la taquicardia me causa un infarto. Emocionado por su respuesta la invité a salir esa noche, pero mi sonrisa se esfumó al recordar que tenía que abrir más cuerpos.

—¿Qué sucede?

—Nada, pero creo que tendremos que posponer la cena, aún tengo más pacientes que atender en la morgue —reí para simular que no estaba decepcionado.

–No finjas, conozco esa risa. Hagamos algo, mi turno termina a las 10, te veré a esa hora en la morgue y cenaremos. Tal vez parezca algo bizarro, pero celebraremos nuestro encuentro y creo que de esa forma también podrás asistir a esa fiesta a la que querías ir.

—Tú siempre haciéndome romper la ley… está bien, así lo haremos. Tendré todo limpio para nuestro encuentro.

De esa manera y con una sonrisa en el rostro, continué trabajando. Dos horas antes de lo acordado comencé a limpiar la sangre de los cuerpos para dejar todo en orden. Como pude, robé algunas cosas del almacén para la cena. Encontré algunos vinos, pan y una mesa que adorné con un mantel que tenía bordados unos decorativos en color guinda. Finalmente me dirigí hacia los baños para poder ducharme y quitarme el uniforme.

Dieron las diez y ella apareció tocando la puerta. Su vestido negro que hacía lucir su figura era impresionante. Debo admitir que me fue imposible no mostrar mi admiración. La tomé de la mano, dando un beso en ella para después guiar el camino. Acomodé su silla y degustamos nuestra cena que consistía en una pizza que ella había traído. Nos colocamos justo en medio de la sala donde habitualmente trabajo, ahí dispuse de la mesa y apagué las luces para que fuera menos notorio que estábamos ahí. Solo unas velas alumbraban la penumbra y entre ese ambiente comenzamos a bromear, recordando un poco de nuestras aventuras de la adolescencia. Entre risas, comida y música ligera nos comenzamos a acercar un poco más:

—¿Sabes? Nunca dejé de pensar en ti, debo admitir que me siento emocionado de estar contigo de nuevo.

—Sinceramente, creo que no te han caído nada mal los años. Tal vez no era lo que esperábamos, pero ¿por qué no celebrar Halloween y pasarla bien?

En ese momento un calor profundo inundó mi cuerpo, cada vez se extendía un poco más. Sin darme cuenta puse una mano acariciando su mejilla mientras apartaba el pelo de su rostro. Sus ojos parecían como el fuego que atrae a los insectos y yo era una luciérnaga atrapada por su brillo. Olvidé el frio de la sala. Cuando estaba a punto de besarla, ella me detuvo. Con su mano me hizo una señal para que hiciera pausa. “¿Dulce o Truco?” me dijo, a lo cual respondí “Que sea un dulce truco como en aquellos tiempos”.

Fue así como nos olvidamos del lugar e incluso mientras nos besábamos olvidamos el tiempo. Nuestros cuerpos se volvían uno solo y en aquella sala donde solo se hablaba de despedidas, ahora se daba un reencuentro.

La comida pasó a segundo termino y decidimos escapar, era una noche demasiado linda como para estar encerrado con aquellos que ya no podían ver la luna. Llevamos la botella de vino y tomamos mi carro para alejarnos del trabajo.

Continuamos bebiendo y en medio del viaje no me percaté de las señales marcando que el puente que estábamos cruzando aún se encontraba en construcción. Cuando intenté frenar fue demasiado tarde y caímos del puente, de nada sirvieron los cinturones. De un golpe lo que parecía un nuevo comienzo, se había convertido en un trágico final. Miré sus ojos, no reflejaban nada, pero su rostro aún me devolvía una tranquila sonrisa. Quedé inconsciente.

—Pasen el bisturí, ¡rápido!

—¡Ah! ¿Qué está sucediendo? — Desperté al sentir un corte en el abdomen, observando el rostro de los doctores incrédulos a lo que sus ojos veían.

—Hace unos segundos estabas muerto, ¿cómo es esto posible? —fue lo que tartamudeó el primero de los médicos que pudo hablarme.

—¿Muerto?

—Sí, te encontramos aquí en el cuarto de la morgue con una botella de vino destapada, por lo cuál intuimos que habías tenido algún tipo de congestión alcohólica y al no ver signos vitales, te declaramos muerto. Estábamos por realizar la autopsia para saber las causas reales, pero has despertado.

—Doctor, ¿podría ser que el paciente tenga catalepsia? —comentó uno de los enfermeros.

—Posiblemente.

—Doctor, perdone, pero ¿no se encontraba aquí una mujer? Recuerdo haberla visto momento antes.

—Mmm temo decirle que no.

En ese momento sucedió algo que alteraría mis sentidos. Uno de los anaqueles donde se guardan los cadáveres se abrieron, dejando ver uno de los cuerpos que más tarde se supone que iba a trabajar. Era el cuerpo de ella, con ese pelo largo inconfundible y una sonrisa que hacía parecer se encontraba en medio de un sueño profundo.

Me fue imposible contener un grito de terror y asombro. No lo podía creer, la mujer con la que estuve, realmente se encontraba muerta.

Terminados algunos exámenes me permitieron descansar en un cuarto donde me mantendrían en observación. Por la noche la enfermera me entregó unos medicamentos y algo más.

—Señor, le han enviado esta carta.

—¿Sabes de quién es?

—Realmente no.

Decidí leerla y esto fue lo que encontré:

Ha sido una velada magnífica, creo que el chef se lució con esa pizza y la decoración de las velas fue perfecta para hacer renacer nuestro amor. Todo este tiempo te estuve observando, quería recordarte que te amaré eternamente, como lo prometimos bajo aquel árbol. Perdona por el susto, pero aunque pareciera un sueño, quiero que sepas que fue real. Si no me crees, puedes mirar tu mano izquierda.

Así lo hice, dándome cuenta de que en mi dedo anular se encontraba un anillo que jamás había visto en mi vida. Continué leyendo.

Te amaré y esperaré al otro lado del puente, no te dejaré caer. Aunque tus días sean grises, recuerda, siempre te acompañaré. Te amo mucho más de lo que puedes ver.

Después de algunos días determinaron que efectivamente padecía de catalepsia y me dejaron ir a casa. Aún con esa carta en mi mente, investigué dónde habían sepultado a mi amada. A partir de ese momento comencé a visitarla todas las noches, le recitaba poemas o le cantaba.

Ahora estoy viejo, la oscuridad nubló mi vista y mi corazón ya no bombea más. No es otro ataque de la narcolepsia, esta vez al fin partiré. Ahí se encuentra ella, del otro lado del puente, tal como me lo prometió. No lo podía creer… ¡Después de tantos años la volvía a ver!

18 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

El ala rota

bottom of page