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Niños perdidos (Notas sobre el tabaquismo)


Siento que mis pulmones no dan para más. La sensación de estar a punto del colapso me ronda de días para acá. He decidido cientos de veces que abandonaré el cochino vicio, así, sin más, pero siempre fracaso. Quisiera despertar ligero, lejos de esta costra que se ha instalado en mi pecho. Me siento calcinado.


La adicción abraza a sus niños perdidos. Un día aparece en la soledad de un callejón; te reconoce, se aproxima, te acaricia, te seduce y se instala en lo más profundo de tu psique. Te muerde fuerte y no te suelta. A partir de ese momento vas con ella a todos lados. No importa el lugar, la circunstancia, la sonrisa de alguien, los minutos previos a la cita de trabajo o en la espera del encuentro casual en secreto. Nada de eso importa, lo verdaderamente apremiante es el instante cuando enciendes el primero del día. Después de ello, te sientes listo para vivir.


El adicto al cigarro intuye que el mundo se le representa distinto al que conoce el resto. La sensación de habitar y percibir los días enfundado en otro humor, brinda la certeza de los que van a contracorriente. La velocidad del mundo desaparece y sólo se está en el no tiempo mientras fumas.


Recuerdo la primera vez que fumé. Era una tarde fría con neblina, esa que aparece en tus peores pesadillas para desorientarte, tendría unos 12 o 13 años.


El grupo de nerdos al que pertenecía en la secundaria, nos juntamos en círculo para abrir una cajetilla de mentolados, Benson si no mal recuerdo. Esa tarde, Xalapa se me develó con un rumor difuso en el ambiente. La sensación extraña de estar ingresando en un bosque espeso dentro de la misma ciudad, me abarcó por completo. Algo indescifrable me golpeó al estar rodeado de mis amigos y araucarias en aquel andador de la colonia magisterial. Josafat, Julio, Montero, Pepe y yo, transgredíamos la tarde.


El primer jalón fue breve; con miedo y novedad, pero con la suficiente potencia para desencadenar la tosedera propia de los principiantes. Recuerdo la maravilla de ver el humo mezclándose con la neblina en cada exhalación. Algo se activó en mi cerebro al ingresar el tabaco. Fue la sensación más intensa que había experimentado hasta entonces, de otro mundo.


Aquellos meses, fumé para pertenecer al grupo. Fumé por imitación. Fumé para brincar a la adultez y verme en otra versión. La vida y los infortunios propios de la edad te llevan a buscar territorios inhóspitos con tu pandilla. Todos buscamos instantes de audacia y rebelión cuando la adversidad en la juventud te muestra su mueca siniestra. El cigarro me otorgó esa oportunidad. Experimenté con ello una temporada, para después, guardarlo en el cajón de los secretos personales, el futbol me distrajo algún tiempo. Años después nos reencontraríamos en el callejón de los placeres y se volvería acto cotidiano buscar instantes de placer muchas veces al día.


Se fuma por nostalgia. A veces por soledad. El que fuma sabe que no hay mañana, lo desea todo en ese instante. Se fuma con los amigos para hacer de la romería un suceso digno de recordar. Se fuma por nervios. Se fuma por pendejo. Fumamos porque extrañamos el vientre materno. Se fuma para ligar y también después del sexo.


Fumar es una de las mil y un cosas que no tienen sentido en este mundo, como los políticos o el éxito; sin embargo, el que fuma lleva a cabo su tarea como ritual perpetuo. Un bien le hacemos a la humanidad entre cigarro y cigarro: ser breves en esta vida. Lo sabemos y lo asumimos. Fumamos porque no encontramos otra forma de aquilatar el peso de existir. Se fuma por miedo. Se fuma por ansiedad. Y muchas tantas veces sin saber porqué.


Ser adicto al tabaco es un callejón sin final. Caminas y caminas sin llegar a ningún lugar. Es saber que una fumada te llevará a otra y a otra hasta el infinito. El fumador no tiene control sobre su deseo; simplemente vive para alcanzarlo, gorroneando los cigarros de otros adictos, hurtando en la tiendita del barrio, sonsacando al que tiene lana para que haga paro o ganándote el día a día encerrado en una oficina para comprar la siguiente cajetilla. No hay marcha atrás, eres esclavo de tu pulsión.


El cigarro es un buen valedor. Va contigo a todas partes, es un todo terreno. Atraviesa contigo ríos de gente por las ciudades de tu vida. Es solícito si los nervios aparecen. Siempre te susurra que no tengas miedo, que estás preparado. Es inquebrantable. Ha vivido contigo tus más cruentas batallas y, también, ha gozado contigo algunas victorias. Celebra a tu lado cada vuelta al calendario y te recuerda que tu estancia en este plano se está agotando, es cínico. El cigarro habita en todos tus tiempos; presente, pasado y futuro se entrelazan en cada calada. Pero sobre todo, permanece cuando todos se han marchado.


El tabaco es distinto a los demás vicios. No te lleva a estados alterados o simiescos como el señor alcohol, se llevan bien, pero sobrevive uno sin el otro. Tampoco lleva al terreno de la alucinación como otro tipo de sustancias. El tabaco es impaciente y fugaz. Impaciente como el que espera malas noticias en la sala maloliente de un hospital. Fugaz como los mejores orgasmos de tu vida. Conoce tu temperamento en todo momento, de ahí su sabiduría.


El tabaquismo representa otra forma de existir, una forma honrada y breve de abstraerse. Una patada a los buenos hábitos sin interferir en la vida de nadie. Es celoso con el resto de tus vicios. No necesita del aplauso ajeno, es humilde. Su trabajo lo lleva a cabo contigo en el silencio y te mima cuando tienes cara de perro afligido.


Es un vicio normado por la sociedad. No te ven con repudio como al teporocho o al junkie. En ocasiones otorga cierta arrogancia, y puedes parecer hasta atractivo a ojos de las féminas. Lo que no saben es que por dentro estás en una batalla titánica con tus demonios.


Fumo para pensar. Fumo para tejer sueños. Fumo para reconciliarme con el pasado, nunca sucede, pero lo intento. Fumo para platicar con mi padre y contarle que existen días en que me golpea su ausencia y el llanto de madrugada. Otras veces fumo para que me oriente y me diga por dónde ir o por dónde no. Fumo para sentirlo cerca porque lo extraño. Fumo para hurgar en su recuerdo mientras camino.


Para un fumador los días de abstinencia suelen ser infernales. La respiración se acelera. Caminas como león por las estancias de tu mente, andas encabronado, tratas de impedir que el diablo haga de las suyas y te haga caer. Intentas sublimar tu necesidad agarrándote de otras ramas: sacar a pasear a tu mascota, tomar mucha agua, comer con desesperación lo que encuentres, hacerte presente en las redes sociales de forma compulsiva, texteando a todas horas, trabajando como si no hubiera mañana o de plano: pasando horas nalga escribiendo tus zozobras con la esperanza salir ileso de la tempestad. Las adicciones son un territorio vasto para perdernos en su laberíntico no retorno, son un rival potente y feroz que puede hundir a cualquiera en la locura. La mesa está servida: cada quien sus dulces.


Los adictos somos como niños perdidos en el mercado. Buscamos y buscamos de puesto en puesto quien consuele la aflicción de sabernos abandonados entre la muchedumbre. Andamos lloriqueando por aquí y por allá buscando quién sabe qué. Basta afinar la mirada y observar el tianguis de la vida: vamos y venimos en trajes gris Oxford, en pants, en zapatillas con tacón hasta las nubes, en auto, en metro, en jeans, uniformados, perfumados, a la moda, despeinados, malolientes, sonrientes, en grupo, absortos en nuestros teléfonos, vociferando a la nada por las calles. Todos guiados por la incertidumbre y las ganas de salir adelante en el muladar en que se ha convertido este país. Vamos como niños perdidos navegando la cotidianidad sin seguir entendiendo absolutamente nada, añorando entre adicciones regresar al país de nunca jamás.







Nombre del autor: Francisco Payán

Escribe de vez en cuando para acompañar el ocio. También dibuja y pinta universos alternos. Se gana la vida trabajando en el sector privado. Para afrontar el mundo se declara ronero profesional; acompañado de libros, música y algunos amigos.

Instagram: @pacopayan8

Twitter: @Paco_Malacara


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