Mi destino estaba dado, a mi alrededor había pesados y elegantes tabiques de diversos tamaños, habían estado ahí desde antes que naciera. La verdad nunca quise hacer nada para destruir esos tabiques, preferí cargar con ellos y descubrir sus detalles poco a poco, de igual forma ya estaban ahí, cubrían la gran pared de la sala, hasta parecían parte de la estructura misma.
La casa familiar es mágica, ahí vivieron tus tías, tíos, tu madre o tu padre, tus abuelos, alguno que otro invitado o colado; en algunos casos esa casa es tan antigua que varias generaciones de la familia o de otra familia vivieron ahí ¿Cuántos secretos guardan esas paredes? En la casa de mis abuelos se guardan los más grandes tesoros que existen en la tierra, está llena de historia, no solo por las aventuras que se vivieron ahí y todos los recuerdos que resguarda, sino también por los libros que la habitan.
Cuando era niña pensaba que los libreros eran enormes, tenían tantas enciclopedias y novelas que se habían juntado por varios años. En la actualidad me siguen pareciendo enormes, pero ahora contribuyo a la colección de libros. Digo que la casa de mis abuelos está llena de historia porque es cierto, puedes encontrar la historia del ser humano prehistórico, su migración y paso al sedentarismo hasta la historia del México posrevolucionario. Supongo que estudiar historia no fue de a gratis, se me guió sin querer al fantástico mundo del pasado donde todo fue peor o mejor. En la primaria me obsesioné con los griegos y los romanos, todo fue culpa de la enciclopedia titulada El hombre. Origen y misterios, imagina abrir el cuarto volumen y encontrarte con la foto de un fresco encontrado en el Palacio de Cnosos o un mapa de la Península griega y de las islas del Egeo, no tuve más opción que enamorarme de la historia y las enciclopedias me acompañaron desde entonces.
Lo peor vino cuando entré a la secundaria, La metamorfosis llegó a mis manos, entendí poco y me daba miedo la idea de convertirme en un insecto; luego leí Frankenstein, Romeo y Julieta, Las batallas en el desierto y para compensar leí la saga de Eragon. Me enamoré pronto de la historia prehispánica y adivina qué encontré en casa para alimentar mi hambre de conocimiento, exacto, una enciclopedia. Ya en la primaria me había ganado el título de ratón de biblioteca, pero en la secundaria fui más un ratón de ropero, me la pasaba encerrada en el ropero de mi mamá leyendo a solas, en ocasiones no me encontraban, pero yo nunca me movía de mi lugar; siempre me gustó leer a solas, es una acción muy privada y llena de intimidad, se me hacía difícil dejar que me vieran reír, llorar o enojarme por unas letras.
Cuando entré a la preparatoria me sentí la más inculta de todas las personas, mencionaban libros que yo no conocía, los describían de una forma tan interesante que me decidí a leerlos, ahí conocí a Gabriel García Márquez, me dirán que es muy popular y bla, bla, bla, la verdad no me interesa lo que piensen, para mi fue un gran descubrimiento, El amor en los tiempos del cólera me hizo enamorarme del amor, mi único pesar es que no he podido terminar de leer 100 años de soledad, quizá no ha sido tiempo de que ese libro sea parte de mi vida, por lo mientras es mi gran frustración.
Regresando a mi relato, en la prepa tenía que cumplir ciertas horas de mediateca por la clase de inglés, ha sido de las mejores cosas que me han pasado, leí La vuelta al mundo en 80 días, Las aventuras de Huckleberry Finn, Las aventuras de Tom Sawyer y La isla del tesoro. Luego en la biblioteca de la escuela encontré Orgullo y prejuicio, Mujercitas, Hamlet, Ana Karenina y La sonata a Kreutzer. Para los últimos años me acerqué a otro tipo de libros, La nausea, El extranjero, La mujer rota, El cuchillo, Crimen y castigo, Pedro Páramo, El llano en llamas, Cuentos de amor y de muerte, Rebelión en la granja y La divina comedia fueron algunos de mis acompañantes.
En un momento de mi adolescencia conocí a Marx, uno de los tabiques en el librero de la casa de mis abuelos era El capital, también encontré un pequeño ladrillo que resultó ser Cuatro tesis filosóficas de Mao Tse-tung, otros libros que incluí en mi lista fueron Fundamentos de la filosofía marxista-leninista, Revoluciones burguesas y Pasajes de la guerra revolucionaria. No me hice revolucionaria, pero si expandí mi horizonte y las ganas de un mundo mejor donde todos fuéramos iguales, solidarios y felices, inundaron mi mente.
En la universidad sí que he leído todo tipo de libros, tenía mucha hambre de conocimiento, quería saber qué había ocurrido en otras épocas. Leí a muchos clásicos, me enamoré de Jenofonte y su Anábasis, Witold Kula me dio una nueva percepción de las medidas con Las medidas y los hombres e Historia universal del hombre de Erich Kahler, Ensayos heréticos sobre la filosofía de la historia de Jan Patočka y Mi historia de las mujeres de Michelle Perrot me dieron mucho en qué pensar. Leí a la gran Rosario Castellanos y a Rosa Montero, me acerqué más a Simone de Beauvoir y a Gabriel García Márquez.
He recorrido un gran camino de lecturas, no recuerdo todos los libros que he leído, y algunos los tengo que releer para acordarme de todo lo que narran. Sigo disfrutando de leer a solas en mi rincón (ya no es un ropero), recurriendo a las enciclopedias de la biblioteca familiar, descubriendo tesoros en forma de novela e imaginando los mundos que describen los libros. De todo esto me quedan dos cosas: la primera es que mi destino ya estaba dado porque esos pesados tabiques me acompañaron durante toda mi formación, y la segunda es que no cambiaría esas horas de lectura por nada.
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