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La Bruja y el colibrí

-¡Todo sea por el amor! – Dijo con cierto desdén “Urma” nombre propio con el que se anunciaba en un negocio de hechizos de amor, amarres, retornos del amor, lectura de tarot, rituales y conjuros.

-Es que si no me ama por las buenas… pues que me ame como sea, pero que me ame. – Respondió con entusiasmo Danilo López, abriendo sus ojos, lo que apenas se notaba, pues estos eran pequeños y obscuros, aunque en situaciones como estas de exaltación, los mismos parecían que saltaban como animal hambriento debido a las largas pestañas que los circundaban.

-Me tienes que traer para el amarre – Continuó Urma, un trozo de carbón, cincuenta gramos de menta para que no falte abundancia en el amor, cincuenta gramos de canela para abrirles los caminos, veinte gramos de mejorana, esta servirá para potenciar el hechizo, una foto reciente de la potencial enamorada, y los dos ingredientes más importante, una planta de estramonio, de preferencia que esté floreada y cuando la compres ten cuidado que no te vayan a dar Toloatzin, tiene los mismos efectos para lo que necesito, pero no serviría para este amarre, porque este amarre es especial, este tiene que involucrar a la mente y no solo al corazón, por lo que tiene que tener tanto la flor como el indumento, y esto para que la pasión tampoco falte; y el otro componente, el que hará que el amarre sea fuerte y nunca termine, el que hará que el amor que ella siente por su hombre de ahora, muera de manera inmediata, sucederá cuando en el ritual muera un colibrí.

-¿Un colibrí vivo? Pregunto Danilo, abriendo tanto los ojos que el mismo sintió que se le salían de las órbitas.

-Sí. Será el sacrificio del colibrí, el que te dará el amor, la pasión exacerbada, el olvido de la pareja amada, la paciencia y sabiduría para retener a un amor, que sábelo desde hoy, ese amor no era para ti, por lo que solo la muerte del colibrí y por consiguiente la liberación del alma de un príncipe azteca que en él habita, será el alma que velará contra todo lo que quiera destruir el amarre, porque estamos yendo contra los designios de los ángeles y arcángeles, estamos yendo contra un destino que no te pertenece, y sólo el alma de ese príncipe azteca podrá lograr que el mundo no entre en desequilibrio.

Danilo pagó su consulta y se fue, las piernas le temblaban, iba nervioso y asustado, eso de desequilibrar el mundo le daba temor, pero lo que más le daba miedo, era eso de tener un príncipe azteca, que no mexica, algo en lo que no reparó, metido en su relación, una relación por la que había esperado años, y por la que estaba dispuesto a hacer lo que fuera, cuando un pensamiento obscuro y obsceno pasó por su mente viéndose en la cama con su futura enamorada y su antepasado azteca.

-Me volé la barda – Decía Urma en voz alta, pero hablando con ella misma. – Eso del príncipe azteca pensé que no me lo iba a creer – reía – la cara que puso el Danilo – Reía más alto – sus narices se abrían como el batir de alas de colibrí – carcajeaba Urma.

Urma tomó notas en un calendario amarillento y lleno de manchas de grasa, la cita estaba concertada para dentro de dos sábados en que habría luna llena, sería a la media noche, Danilo sin embargo debería de comprar los ingredientes previamente y llevarlos el viernes previo a la cita, un poco de estramonio con aguardiente un día antes del ritual no le vendría mal, pensaba Urma. Estaba sentada junto a su soledad, misma que no la había abandonado desde que era niña; contando los pesos de la consulta dada, volteó hacia dónde ella sabía que su soledad estaba sentada acompañándola como siempre y le dijo:

-Un día de estos me hago un amarre con un hombre, con cualquiera, para que se venga a vivir conmigo, a ver si así te vas a la mierda de una vez.

Sabía que su soledad no le iba a contestar como siempre sucedía, pero sabía eso sí, que la escuchaba, y Urma la escuchaba reír y burlarse de ella porque estaba sola, porque sus remedios, amarres y abre caminos no funcionaban, si no, hacía mucho que se hubiera hecho uno para ella misma.

Urma prendió un cigarrillo sin filtro y le dio un trago a una taza de té amargo de varias yerbas que la calmaban, pensaba ya en ella misma y en su niñez, recordaba en cómo se ganaba la vida por dos pesos leyendo la mano, tirando las cartas, leyendo el café y adivinando un futuro que ella misma nunca había podido adivinarse, hacía amarres de amor sin que ella pudiera nunca haber amarrado uno para ella; lanzaba maldiciones para personas envidiadas, mismos que nunca funcionaban, pero que cualquier tribulación de la vida convencían a quienes la contrataban para tales maldiciones, de que algo hacía la maldición por torturar a quienes por envidia no soportaban ver felices; lanzaba de igual manera trabajos especiales para conseguir un buen empleo, que en zonas atacadas por la más dura miseria y dónde el noventa por ciento de los que allí vivían que eran muy pobres, sólo conseguían, ya con mucha suerte que se les contratara por jornadas intercaladas de cargadores o haciendo labores físicas, hasta que había tanta oferta de brazos, que nuevamente provocaba que se quedaran semanas sin poder conseguir trabajo, ni que comer, y así, hasta que acudían nuevamente a Urma, la adivina, la bruja. Le llamaban Urma, su nombre indígena pues nadie conocía el nombre con el que había sido registrada ante la ley, la misma ley blanca que no permitía que se les bautizara con sus nombres indígenas a los oriundos del lugar, María de la Soledad González era su nombre, pero ella, ya no lo recordaba, siempre desde niña le dijeron Urma “La que deja caer cosas buenas a su paso”; quizás había dejado caer tantas que nunca guardó una sola para ella, huérfana desde los seis años ahora era una mujer madura de edad indefinida, de figura delgada, algo encorvada, andaba siempre envuelta en un chal de colores llamativos que ocultaba una blusa blanca raída por los años, a veces usaba faldas de algodón de franjas negras anchas alternadas con otras más delgadas y otras veces, faldas de muchos colores ya descoloridas como el mismo chal. Su cara era ancha de pómulos salientes y ojos rasgados, pequeños y negros, su sonrisa era amplia y no parecía la de una persona que se dedicara a vender filtros de amor, por el contrario, su sonrisa esparcía en el ambiente la confianza de que se está con alguien sincero. Su cabello era negro y lucía muy grasoso, lo amarraba en dos largas trenzas que caían a los costados, siempre por el frente, hacia sus pechos marchitos por los años.

Cuando niña parada en una esquina pregonaba:

-¡Les adivino el futuro, les hago filtros de amor, les abro los caminos y la buena fortuna, los hago ir al futuro sin necesidad de máquinas del tiempo!

Urma nunca adivinaba nada, ni siquiera había sentido nunca un “Déjà vu”, y a quienes la contrataban, ella los veía con conmiseración, pues veía en los ojos de los necesitados y urgidos, la misma miseria de la que ella era presa y para la que no tenía remedios ni filtros.

Volaba libre, sus alas se batían a gran velocidad, sin saber que el zumbido que producía, provenía de que estas se movían hasta ochenta veces por segundo; para él, no existía ese mundo que lo codiciaba por supuestos poderes mágicos que decían tenía, él simplemente volaba, iba de un lado a otro, buscaba savia de los árboles, volaba buscando néctar de las flores, de paso y sin saberlo también su polen, y cumplía entonces su función en este mundo, su verdadera función: ayudar a la conservación del medio ambiente, ese al que los humanos han dado por llamar Ecología; pero eso no le importaba, ni siquiera lo sabía, él seguía volando con su cabeza llena de polen y lo depositaba sobre otras flores que no le agradecían, porque no necesitaban hacerlo, el agradecimiento llegaba con la vida misma que florecía a cada vuelo del colibrí, de las abejas y los abejorros que volaban junto a él, zumbando, dando colorido a los jardines y regenerando la vida, que humanos, que él no conocía se dedicaban a destruir en nombre de la modernidad, esos humanos de los que alguna vez había visto, con los que alguna vez se había encontrado por error, cuando por error atravesó una ventana abierta y se encontró con dos humanos que eran pequeños y que gritaban asustados al verlo, corrían, gritaban y se alejaban de él, hasta que llegó otro humano, este era mayor y también se notaba asustada, como los pequeños; el temor de aquellos seres extraños se le había contagiado, y después de mucho volar en círculos encontró el lugar por el que había entrado y mientras aquellos seres extraños batían cosas que él no conocía, mientras gritaban, reían y corrían en todas direcciones, él recobraba su libertad, sin embargo ya no salió solo siendo un colibrí más; aquellos humanos después de la histeria vivida, contaban entre risas nerviosas y carcajadas a otro ser humano de esa familia que había llegado después el episodio y le habían puesto nombre al colibrí, lo habían llamado “Dichosofuí” en honor a un tío de esa familia que chiflaba como el “Dichosofuí”, así que el pequeño colibrí ya estrenaba nuevo nombre sin siquiera saberlo, y sin ni siquiera tener parentesco con el ave que le prestaba su nombre, el “saltador grisáceo” originario de la América Central, un ave cantadora a diferencia de él, sin embargo al pequeño colibrí eso no le importaba, el continuaba con su vida, alegre, vivaz, y polinizadora, trayendo vida a la vida, era joven y no pensaba aún que en que en algún momento debería de batir sus alas hasta doscientas veces por segundo para atraer al ser amado, sin considerar hasta ese momento que su vida serviría para un amarre de amor que atraería a un ser humano hacia otro ser humano de manera anti natural, porque alguien en una infatuación, dejándose llevar por una pasión adictiva e irracional que nada tenía que ver con el amor, estaba destinando a “Dichoso fui” a perecer sin importarle el colibrí ni como ave, ni como ser vivo, que merecía vivir, porque él no daba el amor, daba la vida.

Danilo López, un poco más alto que la estatura promedio, se podría decir que era un hombre de buen ver, alto de tez morena clara, aunque lo que más llamaba la atención en él era su nariz, ancha y demasiado grande para su cara, dando la impresión que era una imagen en tercera dimensión, que su cara había sido dibujada en primer plano y la nariz era un cuerpo geométrico. Procedía de una familia acomodada, había estudiado en buenos colegios y procedía de una buena universidad con estudios de maestría, y aunque estudiado y preparado, ni él sabía cómo había adquirido el gusto por el tarot, la adivinación, los amarres y las atracciones de vibras esotéricas, al grado que creía más en dichos temas que en la ciencia, misma de la que vivía, con la que mantenía una familia y una vida cómoda, excepto por ese capricho que anhelaba, ese amor que había perdido años atrás, que sin más, después de muchos años le quemaba las entrañas, y le quería a su lado, de regreso, pues sabía en el fondo de su corazón que ella, no sería feliz con él y ese sería su gran logro y su gran venganza, porque no sabía manejar la vida si algo se le iba de las manos, si algo por lo que había luchado, simplemente se iba, creía entonces que la vida era llana, no entendía que el vivirla, cambiante y retadora era lo que realmente representaba vivir; vivía en un mundo equívoco, en el que la finalidad de su vida era tenerlo todo, aunque a cada cosa que obtenía, el vacío se hacía más grande en lugar de llenarse.

Urma bebía aguardiente mientras preparaba el menjurje para el amarre, mismo que no llevaba estramonio, con ese ya había preparado un cigarro de papel arroz y tabaco sólo para su disfrute, comenzó a fumarlo, quizás antes de tiempo, pues cuando tomó a “Dichoso fui” entre sus manos para asesinarle, este que había sido atrapado hacía un par de días en una trampa con agua y azúcar, al principio asustado, ahora triste y decaído volteó a ver a Urma y sin más le preguntó: ¿Para qué me quieres? ¿Por qué no me dejas ir? Urma sonrió mientras torrentes de sangre intoxicada por el estramonio recorrían su cuerpo y alteraban su cerebro.

-¿Sabes hablar? - Pregunto – vaya pues cuando menos hablará más que mi soledad, que es muda pero burlona.

-No sé si hablo o no, pero expreso mis sentimientos, usted me aterra y quisiera irme.

-¿Te aterro? ¿Tan fea estoy?

-No usted, sus ojos, sus pupilas están muy dilatadas y siento en su ser que me quiere dañar.

-No. - dijo Urma – No te voy a dañar tu muerte será rápida, no sufrirás y vivirás eternamente en el amor de dos, que se amarán gracias a ti y por ti.

-La decisión de amar corresponde a los enamorados, es más que un sentimiento, hay un discernimiento en ello, pues se están prometiendo amor ¿De que serviría mi vida en un amarre? Si en la razón de los enamorados no está la decisión de amarse.

Urma reía y carcajeaba, no entendía porque el colibrí le hablaba, le daba un trago al aguardiente, fumaba, y se preguntaba porque aquel pequeño ser le hablaba, entonces lo regresó a la jaula dónde lo tenía.

-Habla pequeño, eso te mantendrá vivo. - Decía Urma entre alucinaciones y destellos fugaces que llegaban a su mente de situaciones sexuales extravagantes que la hacían gemir entre la plática y las risas.

-No tengo mucho que decir, quizás solo de mi deseo de vivir, pues no entiendo porque yo he de morir para que alguien se una en una relación o para que alguien obtenga lo que no supo ganarse con su propia vida. Quizás Urma usted no lo sepa, porque yo tampoco lo sé, pero los fenómenos psíquicos se traducen en actos, y estos son la afectividad, que estos enamorados no tienen, la voluntad que se está forzando a través de mí, y el conocimiento del cual en usted es nula.

Urma tornó los ojos hacia “Dichoso Fui”, no sabía de esas cosas, ni siquiera sabía porque este pequeño ser se las mencionaba, pero entendió entonces que no todo momento de nuestra vida es voluntario, para ella era más como un instinto, de sobrevivir, y quiso entonces corregir el perverso acto de matar, aunque demasiado tarde.

-Nada justifica mi muerte – Contestó “Dichoso Fui” leyéndole el pensamiento a Urma. El amor es encontrarse con la mirada, suspirar por nada, pensar en la otra persona sin que sea un objeto inanimado, quererle tener y estar para él, el amor es mucho más que un amarre, es mucho más que engañar a otros haciéndoles creer que mi vida proporciona el amor; mi vida representa la vida la misma, polinizar, vivir libre, encontrar el amor para perpetuar la vida y no los caprichos de los seres humanos que por vanidad quieren tenerlo todo.

“Dichoso fui” hablaba cuando Urma golpeó la jaula con su cabeza dejándolo libre, “Dichoso fui, voló de inmediato, encontró la libertad y su vida nuevamente, Urma en cambio yacía sobre la mesa convulsionándose por Estramonio y pronta a ser el sacrificio de un amarre que no lograría sus obscuros fines.


Sobre el autor

Julio Fernando García Hernández

Nació en la Ciudad de México, el 24 de julio de 1967; con estudios de licenciatura en Finanzas y de Maestría en habilidades directivas, desarrolló desde muy joven el gusto por la crónica, la narración y la literatura. Con experiencia laboral como director de colegios, y empresas públicas de periodismo. Durante su niñez y juventud, radicó en ciudades como San Salvador, El Salvador; San Pedro Sula, Honduras y Melbourne, Australia, así como en las ciudades de Querétaro, y la CDMX, dónde actualmente radica.

“Nano” como le llaman con aprecio su familia y amigos es un apasionado del béisbol y la gastronomía latinoamericana, hoy día convertido en un escritor novel con una novela publicada y diversos escritos en Blogs; su novela “Las tertulias del Majara” cuenta la historia de personajes situados en un pequeño poblado de América Latina, en el que el protagonista vive a través de la locura encuentros con personajes de la historia latinoamericana como son el príncipe Xicotencatl, Margarita Maza de Juárez, Farabundo Martí, y el “Emperador Maximiliano”.


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