El tiempo pasa. Tick, tick, tick, tick. Como odio ese reloj. Es como si supiera que no puedo huir de él, incluso si me encuentro en otra habitación, me acecha, me desespera. Me recuerda que sigo atrapada. A veces creo que me volveré loca al son del tick, tick, tick.
Como cuando la vecina de arriba comenzó a contarle a todo el edificio que había empezado a ver sombras, nadie le tomó importancia hasta que un día comenzó a gritar porque alguien le había jalado del cabello mientras dormía, ahora se la vive haciendo limpias a su casa de manera continua, y bueno, yo la apoyo si eso le hace sentirse más segura y no perjudica a alguien más. Tal vez será como el vecino de abajo, a menudo nos encontramos en el balcón principal cuando yo quiero escapar de ese molesto reloj y él busca el rincón con mejor señal para esperar la llamada de su novia, dice doña Margarita que: “conoció a la muchacha por internet, se mandaban fotos y se quedaban platicando hartas horas, Juansito aclama estar profundamente enamorado de esta mujer. Ay, y disque se van a fugar juntos, pero como ella vive en otro lado, le pidió dinero según pa venir hasta acá. En serio, doña Laurita, yo le escuché, se lo juro. En fin, yo no le sé mucho a las cosas del internet, pero para mí que nomás se aprovecharon del pobresillo, hace días que la chamaca no le responde los mensajes ni le llama…”
Pobre Juan, me imagino que lo que más duele no es la pérdida de dinero, si no la decepción por amor. Pero él sigue subiendo, todos los días, se queda a la espera por horas sin emitir sonido alguno; una noche, por primera vez en las mil esperas, le escuché decir algo parecido a un “sé que un día llegará a mi puerta, pues estamos locamente enamorados”, no sé si me hablaba a mí o simplemente fueron palabras al aire, pero no sentí que necesitara respuesta. Una persona loca por amor, vaya, creo que no veo muy posible que esto me pase, pero hablando de Juan y observando a mi alrededor, puedo notar que hoy no está aquí esperando, a lo mejor al fin se rindió, o de verdad perdió completamente la cabeza y fue en búsqueda de su amada. De todos modos, de cierta manera, yo también siento que me estoy volviendo loca.
Así que aquí estoy, escuchando el sonido del viento, sintiendo que mi nariz se congela. Me agrada poder observar aunque sea un par de árboles moviéndose al compás de la brisa, y así me dejo perder en mis pensamientos, reflexionando en esta posible locura.
Mientras me mantengo en este momento, siento como si de ponto alguien estuviera a mi lado; no siento que me esté observando, ni tampoco me parece una presencia amenazante o desagradable, incluso es tranquilizante. Cuando me doy la vuelta, logro distinguirle, al menos en parte. Creo que me faltarían palabras para describirlo, pero haré un intento; lleva puesta una especie de capita que de algún modo me recuerda al otoño, unas botas que conservan el poder del tiempo y un gorrito del color que veo cuando observo reír a alguien que quiero. No entiendo si esto es real, tal vez al fin enloquecí. ¿Debería gritar?
– Ah, disculpa por entrometerme en tu noche, es solo que escuché tus pensamientos sobre la locura. ¿Sabías que tus pensamientos suenan muy fuertes? – Hizo un ademán suave en mi dirección mientras me miraba con cierta ternura. – En fin, mi nombre es Kelure, te escuché y de repente recordé que hace unos días estaba yo en mi usual lectura donde repasé unos libros muy clásicos y buenos al respecto de esos temas, porque, por si no lo sabías, La Memoria Errante está hablando de ello este mes. Así que se me ocurrió venir y, por qué no, recomendarte un par de libros para que pases el tiempo. – Hablaba un poco rápido y por poco no le entiendo, además lo hacía como si ya nos conociéramos, pero su presencia era muy agradable.
Un poco sorprendida, pero menos asustada, pensé en que sería bueno leer un poco más y tener una amena charla con alguien tan especial, por lo que me dispuse a escucharle. Sí, definitivamente enloquecí.
– Ok, cuéntame, ¿qué has leído últimamente? – Me miró muy emocionado y podría jurar que sus ojos cambiaron de color.
– Muy bien, tratando de no contarte la historia, el primero que quisiera recomendarte es de una escritora mexicana llamada Cristina Rivera Garza, y su libro tiene por título Nadie me verá llorar; lo interesante de esta obra literaria es que está desarrollada a partir de documentación oficial obtenida del manicomio La Castañeda, en específico del caso de las mujeres. Garza nos deja ver un poco de la historia de México en esos tiempos; no solo referente al asunto de determinar quién estaba loco y quién cuerdo a través de razonamientos ambiguos, sino de otros aspectos culturales presentes en un México que entraba a la modernidad, una obra que te permite reflexionar sobre diversos temas inmersos en la locura, incluso con un poco de amor incluido. Oh, lo olvidaba, también tiene un libro llamado, precisamente, “La Castañeda”, por si los otros textos en este número te dejaron intrigada y quieres saber más acerca de este famoso lugar.
– Wow, alguna vez escuché hablar de ese lugar, pero sinceramente nunca he investigado ni leído al respecto. Muy bien, oficialmente agregado a mi lista. ¿Qué otro libro tienes para mí? – Me agradaba mucho la manera en que Kelure se expresaba.
– Oh, ok, ok, algo muy interesante es que la idea que tenemos o asociamos a la locura no es la misma y no se atañe solo a un diagnóstico de enfermedad mental; hay muchas cosas que pueden hablarse a través del término locura. ¿No te causa curiosidad ver cómo se ha ido entendiendo y tratando a las personas locas?¿el término locura en sí?– asentí.– Existe un libro de Rafael Huertas que responde al nombre La locura, si bien no es un texto literario, me parece que podría interesarte este estudio que parte de la concepción de la locura como construcción socio-cultural que se ha explicado en función de ciertas normas y creencias de un época a lo largo de la historia. Muy, muy interesante y explicado de una manera amena. Tiene otros libros sobre el mismo tema, por si te interesa.
– Vaya, ese sí que suena como toda una experiencia para entender mejor cómo ha cambiado el concepto. Incluso ya me siento emocionada por conocer más. – Sonreí y Kelure pareció emitir una pequeña luz al escuchar mis palabras, creo que está feliz.
– ¡Sí! Todo esto ha sido muy estudiado y muchos han hablado y creado al respecto. Hay clásicos como los libros de Michel Foucault, Historia de la locura en la época clásica e Historia de la locura en la época clásica; o el libro de François Laplantine, Antropología de la enfermedad, un texto muy interesante pues reúne a las enfermedades mentales representadas en la literatura a lo largo de los años, hasta relatos más cortos como El sistema del Dr. Tarr y el profesor Fether, por el admirable Edgar Allan Poe. – Kelure desprendía cada vez más una suave luz, bastante cálida y muy conveniente para esta fría noche.
– Si hay algo que me agrada y alegra de cualquier ser, es la manera en que se emocionan al hablar de lo que les gusta, aprendieron o hicieron. – Con mi mano le animé a que continuara, observando como sus ojos volvían a cambiar de color. Increíble.
– Creo que, si hay algo que me gusta en el mundo, es platicar y recomendar cosas. – Su risa parecía una de las melodías más bellas que he escuchado. – Bueno, qué tal hablar sobre, ya no como tal la locura, pero sobre cómo entendemos la realidad, lo que es considerado como normal y lo que no, cómo se decide quién lo es y quién queda fuera. Para esto, me gustaría mencionar dos libros: el primero es de Paolo Giordiano y se llama La soledad de los números primos, dos historias bastante duras de leer, te juro que casi termino llorando, sin duda es una analogía bastante curiosa y que refleja mucho las dificultades, en específico, de la salud mental. Por último, mencionaré el libro de Rudolf Arnheim, Un mundo al revés, su nombre podría ya decirte algo, quizá, podría ser, tal vez, a lo mejor… – reí un poco por su tono y mirada, aparentemente misteriosa. – un buen inicio para cuestionarnos el orden y la realidad de nuestro mundo. – Al concluir sus palabras, Kelure hizo un expresión de reflexión, me parece que por un momento se olvidó de que yo estaba ahí.
En ese pequeño momento de silencio, el frío me envolvió completamente de cabeza a pies, no sé cuánto tiempo he pasado aquí platicando. Qué extraño.
– Bueno, agradable Kelure, le agradezco mucho por sus recomendaciones y la agradable plática. Sin duda me ha salvado de seguir dándole vueltas a todo, buscaré esos libros. Me vienen muy bien para estos momentos en los que yo creía estar perdiendo la cabeza…
“Todos estamos locos, solo que algunos no lo suficientemente locos.”
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