¿Alguna vez en tu vida has sentido tanto dolor emocional que dormirte, sentarte o respirar parece una tarea imposible? ¿Has llorado tanto que la cabeza te duele? ¿Has sentido tanta desesperación hasta el punto en el que tu cuerpo, en un noble intento de ayudar a desahogar el dolor y la tensión emocional, termina vomitando? Si en una situación así, donde el shock del dolor y la situación que pudo desatarlo son tan inmediatas, quizá nadie querría escuchar esta idea: “este dolor es lo mejor que pudo sucederte”, pero ¿y si te garantizo que es así?
Es probable que todo ser humano haya experimentado alguna contrariedad en su vida. Es igual de probable que algunos tengan que enfrentarse a más dificultades que otros, sean menos o más complejas. La cuestión está en que todos y cada uno de nosotros hemos vivido situaciones difíciles, es inevitable. En muchas ocasiones, cuando sucede algo doloroso y/o complicado es muy fácil que pensemos “esto es lo peor que me ha pasado” o “esto es lo peor que me pudo pasar”, y es completamente normal pensarlo así. Encontrar la paz después de circunstancias difíciles puede ser un camino complejo. No es raro que, en el momento, con todo el furor de las emociones, se sienta una grieta enorme e irreparable. Concediendo este sentir, es probable que no seamos las mismas personas una vez que el dolor haya pasado.
Aceptar el dolor como parte de la vida no significa que desaparece, pero reconstruir las creencias alrededor de él puede ser de mucha ayuda para hacerle frente con dignidad y enfoque. El dolor, aunque desagradable, no es malo. La filosofía puede recibirnos con los brazos abiertos ante el dolor y nos permite reflexionar sobre esta vivencia. Un enfoque que resulta particularmente apropiado es el estoicismo. Sin afán de hacer un análisis exhaustivo (habrá espacio en otro momento), me sirvo de este espacio para compartir las ideas que más me han ayudado a transitar el dolor con la esperanza de que, si hay alguien que necesita aliento en un momento difícil, lo encuentre en la filosofía.
El estoicismo de Séneca
La historia de la filosofía es sumamente amplia. Entre toda esa variedad de contextos, ideas y tradiciones, cada autor escribe de acuerdo con su tiempo. La belleza en esto es que, aun cuando hayan pasado más de mil años, sus palabras siguen haciendo sentido. Eso sucede con muchos antiguos, particularmente con Séneca. Si bien puede ser anacrónico aspirar a lo que un filósofo antiguo consideraba la mejor vida, leer con apertura la filosofía de Séneca es de gran ayuda para transitar una situación difícil, aunque no se limita a eso. En general, sus sabios consejos son de apoyo para cualquier momento en la vida y trascienden las barreras del tiempo. Me atrevo a decir que puede cambiarte la vida.
Si al atravesar una situación difícil y dolorosa dijera “esto es lo peor que me ha pasado” los estoicos opinarían lo contrario, especialmente Séneca. La primera vez que lo leí, mientras sentía un hueco y dolor abismal por un gran cambio en mi vida, me hizo cambiar el enfoque: estar atravesando un momento difícil es lo mejor que te pudo pasar. Es contraintuitivo pensarlo así, ¿cierto? pero la idea es tan simple como compleja. Si nunca nos enfrentamos a situaciones dolorosas, nunca entenderemos cómo salir de ellas, y al ser inevitables, cada adversidad es una prueba para la siguiente.
Por ello, el primer punto importante para afrontar el dolor con dignidad y enfoque es no negarlo. Muchas personas consideran que la filosofía estoica parece sugerir que el sabio es incapaz de sentir dolor, y que absolutamente ninguna circunstancia lo hace lamentarse, por más difícil que sea. Si bien el estoicismo exhorta a no permitir que una circunstancia difícil doblegue el espíritu de una persona, esto no necesariamente implica que no va a sentirla. En su texto Sobre la providencia Séneca escribe: “(...) el ataque de las contrariedades no trastorna el espíritu del hombre fuerte: (...) es más poderoso que sus circunstancias. Y no digo «no las siente» sino «las vence» e incluso se alza, por lo demás tranquilo y calmo, contra las que lo acometen.”[1]
Cuando una persona se juzga por sentirse abatida frente a una circunstancia compleja añade más peso a la circunstancia. Ahora no es solo tener que combatir la situación difícil, es combatir contra uno mismo por pretender que no debería sentirla. Pero, incluso si un estoico firme como lo fue Séneca reconoce que es humano sentir la dificultad y, en ocasiones, doblegarse, no debe considerarse debilidad sentir el dolor: “(...) no existe ningún mortal que no se duela de los males que han venido acompañados de sorpresa.”[2]
Pero, aceptar la dificultad de una circunstancia y sentirla no implica ser vencido por ella. Como la cita anterior de Séneca lo ilustra, las circunstancias difíciles pueden doler a una persona, por más fuerte que sea, pero su grandeza reside en afrontarlas sin renegar de ellas. La mayoría de las veces lo que duele proviene de circunstancias sobre las que no tenemos control, sírvase de ejemplo la traición, la pérdida, la enfermedad o el desamor; pero no son los únicos. Indiferentemente de la circunstancia, el estoicismo exhorta a volver la mirada hacía uno mismo y no a lo que está fuera de tu control. No es posible incidir en los actos de otra persona, no es posible incidir en la naturaleza y evitar un desastre natural, no es posible impedir la mayoría de los acontecimientos que, a gran escala, son difíciles (una guerra, por ejemplo).
En estos casos, pensar “esto es lo peor que pudo pasarme” o “la vida me odia” no ayuda, incluso lo empeora. Una circunstancia difícil es algo que puede pasarme a mí, a ti o a cualquier persona, la fortuna no distingue. Por ello, tampoco es necesario tomarlo personal, “¿por qué a mí?” te devuelvo la pregunta: ¿por qué a ti no? No somos las únicas personas en el mundo sintiendo dolor, ni las únicas que enfrentan circunstancias difíciles. Para el estoicismo cada vivencia individual es sólo un pequeño eslabón en el orden de lo universal: “¿Por qué tendría que indignarme o dolerme si no hago más que adelantarme en unos breves momentos a la catástrofe universal?”[3]
No siempre tenemos control sobre las circunstancias difíciles, es muy probable que no hayas elegido el dolor que ahora te acompaña, pero está sucediendo, y hay que hacerle frente de la mejor forma: “(…) existen estos bienes que preferirías no tener que experimentar, pero que, si nos han sido aportados por la fortuna es menester abrazarlos y alabarlos, e igualarlos a los mayores”.[4] La grandeza de una persona reside en quebrantar las cosas difíciles, ya que todos podemos apreciar lo agradable. En este sentido podemos decir “este dolor es lo mejor que me ha pasado”. No lo elegí, pero somos capaces de abrazar la circunstancia y considerarla un bien, una prueba que a largo plazo me permite valorar lo que hay ahora y fortalecerme para lo que podría venir después. Hay esperanza si soy yo quien elige levantarse de este dolor, incluso si no fui yo quien eligió vivirlo.
Por supuesto que, como en toda filosofía, hay matices que resultan importantes. Saber que no podemos incidir en situaciones a gran escala no significa que somos completamente indiferentes al mundo en el que vivimos. Tampoco significa aceptar injusticias, si es el caso. La idea está en reconocer la diferencia: no depende de mí mucho de lo que sucede, pero sí depende de mí la representación que hago de esas cosas que suceden. Si continuamente busco el control de algo que no puede controlarse en lugar de aceptarlo, estaré hundiendo más mi vivencia.
Una circunstancia difícil y el dolor que conlleva es algo que no depende de mí, pero que acepto: “«Nada», dice, «me parece más desdichado que uno al que nunca le ha ocurrido ninguna contrariedad.» Pues no ha tenido ocasión de ponerse a prueba.”[5] Es triste hacerle frente a una batalla si desde el inicio estás dispuesto a ser vencido. La fortaleza es algo que se trabaja, ser capaces de aceptar lo que sucede nos ayuda a no añadir dolor o ansiedad innecesarios. Es más valiente aceptar el dolor y vencer las circunstancias, que pretender que nunca estuvieron ahí.
Epílogo
Observé el cielo estrellado, la noche infinita frente a mí, la oscuridad del cielo y la belleza de la luna llena. En mi contemplación me acompañaba el dolor agudo de la pérdida, la brecha interna que creía imposible reparar. Jamás sabría lo que es vivir si el dolor no me acompañaba en esta escena: un alma herida recostada, observando la inmensidad del cielo, sabiéndose parte del ciclo de la vida, donde las cosas, así como empiezan, terminan. Nunca sabría la fuerza que reside en mí si no hubiera sido puesta a prueba. Agradecí saberme pequeña frente a la enorme fuerza de la vida que palpita en el suelo, en el cielo y en el mar. He regado este dolor con sangre, y de la profunda herida emergen flores. He aceptado, después de muchos lamentos, que no puedo ir contra corriente, ¿por qué he de maldecir a la vida por algo que sucede siempre? es como si el ave renegara del viento cambiante:
“Armoniza conmigo todo lo que para ti es armonioso, ¡oh, mundo! Ningún tiempo oportuno para ti es prematuro ni tardío para mí.”[6]
Referencias:
● Séneca, “Sobre la providencia” en Diálogos, traducido por Juan Mariné Isidro, 63-91. Madrid: Gredos, 2008.
● Séneca, Cartas a Lucilio, edición de Dasso Saldívar. México: Ediciones Culturales Paidós (bajo el sello editorial ARIEL), 2020.
● Marco Aurelio, Meditaciones, traducido por Ramón Bach Pellicer. Madrid: Gredos, 1977
Notas:
[1] Séneca, “Sobre la providencia” en Diálogos, (Madrid: Gredos, 2008), p. 68
[2] Séneca, Cartas a Lucilio, (México: Ariel, 2020), p. 121
[3] Ibid., p. 109
[4] Ibid., p. 104
[5] Séneca, “Sobre la providencia” en Diálogos, (Madrid: Gredos, 2008), p. 72
[6] Marco Aurelio, Meditaciones, Libro IV, 23.
Muy agradable de leer, y muy bueno, por supuesto. Fomentar la resiliencia en estos tiempos de dificultad es muy valioso para nuestra supervivencia.