Al leer por primera vez a Nietzsche, pensé que ya sabía todo de él al haber escuchado en repetidas ocasiones la famosa frase de “Dios ha muerto y lo han matado los hombres”, creí que a eso se resumía su filosofía, su forma de conectarse con el mundo: ácida, transgresora e imprudente. Sin embargo, con el tiempo descubrí que, para comprender su pensamiento, también era necesario conocerlo como hombre y ver por qué la crítica hacia el catolicismo no era burlona o sinsentido, venía de su pasado, de un ámbito personal y también curioso.
Cuando te introduces en la filosofía, surge la pregunta del por qué decides estudiarla, por qué cuestionas todo y a todos, qué es lo que pueden ofrecerte esos autores o ese tipo de pensamientos que no llevan a ningún lado, o eso creemos en algún momento. Considero que Nietzsche comenzó a filosofar al preguntarse por la muerte de su padre, y al hacerlo, también se empezó a cuestionar la divinidad y la forma en como los hombres llevan la religiosidad.
Nunca encontraré a un filósofo tan contestatario como él, a alguien que desde las primeras páginas puedes sentir su asco, su dolor y también su repulsión hacia valores que, desde su perspectiva, vuelven al hombre un animal enfermo. Donde Aristóteles veía a un hombre de virtud, Nietzsche mira a un hombre desgraciado y hostil, recubierto por valores cristianos altamente dañinos para el espíritu.
En cada valor cristiano encontramos su contrario; para el amor el odio, para la vida la muerte, para el dolor el resentimiento. Un resentimiento que si no se deja salir, termina por volver al hombre loco, ¿por qué loco? Porque se ha hecho consciente de que ha tenido que reprimir toda su vida aquellas pulsiones prohibidas que son expuestas como dañinas, cuando lo verdaderamente dañino es esconder su sentir ante la vida, ante las acciones de los demás.
¿No nos sentimos impotentes cuando sabemos que podemos hacer algo y nosotros mismos nos lo impedimos? ¿No volvemos a la misma idea una y otra vez hasta que termina por desquiciarnos?
“[El resentimiento puede ser consecuencia de haber guardado enojo contra alguien o por algo que sucedió. El Señor, sin embargo, nos exhorta a olvidar el pasado.] Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, 14 prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.”[1]
¿Por qué si es de santos olvidar, nosotros no podemos hacerlo? Porque el dolor hace que recordemos y eso termina por volverse contra nuestro espíritu, termina por lastimarnos. De ahí que Nietzsche no tenga piedad al hablar del hombre y de Dios y se mofe de estas ideas.
“Yo llamo corrompido a un animal, a una especie, a un individuo cuando pierde sus instintos, cuando elige, cuando prefiere lo que a él le es perjudicial”.[2] Cuando F. Nietzsche vuelca su mirada sobre el hombre y descubre que todo lo dicho, lo fabricado por la aristocracia, por los valores cristianos, son aquellos que trastornan al hombre volviéndolo carente de sentido, de vida, y de ideales que lo favorezcan; es donde inicia su crítica y también su obra.
El resentimiento de los hombres reside en el escondite de las pulsiones negativas, volviendo al hombre enfermo y dañino para otros, sobre todo para sí mismo. Este resentimiento no se oculta o se escapa del espíritu, sino que espera el mejor momento para atacar o, en el peor de los casos, para volverse contra sí mismo. Nietzsche está preocupado por el hombre, ve que su escala de valores se ha ido deteriorando y quiere salvarlo de él mismo.
Recordemos que el filósofo alemán durante la mayor parte de su vida padeció de su salud, abandonando puestos importantes, dejando una vida académica y recluyéndose en lugares donde no se perturbara su ánimo, aunque esto último no creo que sucediera con demasiada frecuencia. Si somos capaces de leer más allá de sus líneas críticas y mordaces, podemos encontrarnos con un hombre que quería vivir a la par que los demás, poder exponer sus ideas y dedicarse a la crítica como otros. Lo que ha caracterizado a Nietzsche como un filósofo de la sospecha no se debe simplemente a una crítica o una destitución de los valores actuales, sino a pensar si nos dedicamos a reprimir las pulsiones que están en nosotros desde que venimos al mundo. Y si es precisamente esta negación, lo que no nos permite sentirnos libres dentro de la vida.
Esta represión puede desembocar en otras acciones: desconfianza, hipocresía, locura y muerte. No olvidemos que con el psicoanálisis del siglo XIX nos dimos cuenta de que el hombre puede guardarse esta parte “repugnante” y, sin embargo, escaparse por otros lados: ya sea que se termine matando a quien nos trató mal durante muchos años, que nos guardemos nuestra peor cara para nosotros mismos o cuando el resentimiento que sentimos contra otros, lo transformamos en resentimiento contra nosotros mismos. No es que estas pulsiones nos vuelvan locos, sino que nosotros, al privarnos de sentirlas, las hacemos más presentes que nunca.
La crítica es obvia, pero el enojo es palpable. “¡Aire viciado! ¡Aire viciado! Ese taller donde se fabrican ideales – me parece que apesta a mentiras”.[3] Nos habla a todos, nos dice que estamos enfermos y nos creemos sanos, que perseguimos la felicidad cuando lo único que hacemos es presenciar la muerte de nuestras más primitivas pulsiones en favor de una sociedad que al único al que privilegia, es al aristócrata, al sacerdote.
Estos valores surgen desde una burguesía opresora pero muy inteligente, creando gente que prefiera ser tratada con miseria y misericordia a recuperar su fuerza, que oculta su resentimiento pensando que algún día alcanzará la gloria eterna en otro lado aun cuando el daño que se hace a sí mismo podría ser irreparable. De ahí que estos valores cristianos que tanto son promovidos terminen por echar a perder al hombre, lo dejan enfermo y con resentimiento, un resentimiento que bien puede convertirse en locura o transformarse en odio. Ninguna de las dos opciones termina por hacerle bien a nadie.
Lo que repugna a Nietzsche es sobre todo esa falsa modestia, la represión del instinto, de poner la otra mejilla cuando bien uno puede defenderse a sí mismo sin la necesidad de un “alma caritativa”. ‘No nos hagamos tontos’, es casi como nos lo diría coloquialmente, actuamos de esta manera sumisa y entregada a la religiosidad porque es lo que hemos conocido toda nuestra vida, ¿qué pasaría si esos valores no existiesen?, ¿qué pasaría si descubriésemos que ese Dios al que le rendimos tributo no piensa en nosotros? Comprensible que en su época prefirieran ignorarlo, tener que aceptar que depende de nosotros ser fuertes y no de Dios, entender que el resentimiento que siento por otros podría no existir si sacara mis pulsiones a la luz y no me volvería loco al hacerlo. En otras palabras, darle al hombre la oportunidad de redimirse consigo mismo y ante otros, también tiene una carga personal terrible.
Por ello Freud no sacará las pulsiones de vida y de muerte de la nada, Nietzsche es su antecesor, él pudo notar que la misma sociedad promueve el escondite perfecto de las pulsiones negativas, sin darse cuenta que, dentro de aquellas personas que no son privilegiadas de poder, se acumula ira, enojo, miedo, culpa y, sobre todo, resentimiento.
Es por esto que siempre invito a las personas a leer a Nietzsche, pero sobre todo a entender su contexto, este sufrimiento que contrasta con sus ganas de vivir. Está enojado porque ve que desperdiciamos nuestras vidas disfrazándonos de valores anti vitales: “En este lugar no consigo reprimir un sollozo. Hay días en que me invade un sentimiento más negro que la más negra melancolía- el desprecio a los hombres”.[4] Nos grita en cada página como si le gritara a nuestro espíritu para que recupere lo que es suyo. Pero también al leerlo, no me pongo triste porque sé que, aunque viera todas estas carencias y represión, nos deja un legado de esperanza latente en Así habló Zaratustra: “yo amo a quien ama su virtud: pues la virtud es voluntad de ocaso y una flecha del anhelo.”[5]
Leerlo no es ir en busca de una tragedia, es entender que mientras más reprimamos los sentimientos “negativos”, éstos buscarán la manera de salir por nuevos caminos, el resentimiento no es de locos, es de personas que quieren dejar salir su pulsión, pero no se lo permiten. Es entonces cuando esto se vuelve realmente una tragedia, porque nos volvemos enfermizos.
Cuando somos capaces de reconocernos como seres sensibles que están trastocando tanto lo positivo como lo negativo de las pulsiones sin nosotros mismos considerarnos buenos o malos por arbitrariedad social, es entonces cuando alcanzaremos un nuevo tipo de valores que en lugar de convertirnos en locos, nos volverán más fuertes.
Bibliografía
Conti, Alberto. Versículos bíblicos sobre resentimiento o rencor, tomado de: https://institutobuenasnuevas.com/versiculos-biblicos-sobre-resentimiento-o-rencor/ el 26 de enero de 2021.
Nietzsche, Friedrich. La genealogía de la moral, Alianza: 1973.
Nietzsche, Friedrich. El Anticristo. Alianza: 1973.
Nietzsche, Friedrich. Así habló Zaratustra. Alianza: 1972.
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