Yo era el último testigo del grupo de playeros vacacionistas que quedaba en la ciudad abandonada, por eso conté cada minuto de mis últimos días para describir lo que estaba sucediendo en Cuba. Al terminar mi fábula, entre lágrimas y besos, me sentí una heroína de la resistencia cubana. Ninguno de ellos era capaz de aguantar lo que aguantamos cada día, ¿para qué?, lo veía en sus ojos, allí sólo quedábamos los residuos, el resto, el casco y la mala idea, los extras de este desperdicio de película. Éramos las mulas de carga para avanzar al abismo que empuja el dolor, la brutalidad, la necedad incoherente y la vulgaridad, sobrellevando lo poco que nos queda de aquella utopía nacida en los años sesenta. Este sentimiento, sin dudas, venía como una anticipación del malentendido que me restaba por vivir. Así soy, una adivina insulsa que presiente cuándo la desgracia llega, se paraliza, y es incapaz de hacer algo por detenerla.
Wendy Guerra, Cuba
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