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Desplome


Soñaba, o parecía que soñaba, quizá ni era un sueño sino un delirio ocasionado por la congestión alcohólica. El punto es que sentía de nuevo un aire viciado, producto de su propio aliento. Estaba de nuevo en esa bolsa negra para basura que ocupaba al dormir. Su mente lo transportó a esos días previos a pasar al otro lado y en el que los fríos de Tijuana obligaban a cubrirse de esa forma. Y, al amanecer, despertar empapado de vaho y sudor. Pero esta vez no era sudor, sino sangre la que brotaba de sus poros. Los recuerdos se entremezclaban con una terrorífica fantasía, un puño tan grande como la ira de Dios le sujetaba hasta estrangularle.

Y no supo bien qué, pero algo le despertó, ya fuera la boca seca y el dolor de las articulaciones o las pesadillas. O tan siquiera eso, sino los gritos de su mujer apurando a los niños y el canto de un gallo.

Con los ojos aun cerrados busca la cobija para echársela encima, pero sólo encuentra una sensación arenosa y húmeda. Se había quedado tirado en el patio. Mientras toma consciencia de sí mismo, siente el calor del sol en una pierna y comienza a arrastrarse hacia ese lugar. Igual que una hoja balanceada por el aire, cual gusano gordo y lleno de pus, o como lo que realmente es: un borracho desesperado a punto de explotar.

Por fin consiguió lo impensable y salió de aquel desmayo alcohólico en el que se encontraba. Empezó a dormir lo que le había parecido una eternidad. Sin embargo, sólo habían pasado unos minutos cuando los despertaron sus niños que iban para la escuela. Ellos estaban acostumbrados a tan penosa escena y trataron de no hacer demasiado ruido para no escuchar los alaridos de su padre crudo.

Trinidad se forzó a despertar, a que su alma se reconciliara con su cuerpo mallugado. Tenía el pendiente del día de hoy. Debía recomponerse como pudiera. Mientras levanta la parte superior del cuerpo comienzan las arcadas y después sobreviene el vómito. Cuando por fin estuvo sostenido por sus cuatro patas recobró los recuerdos de la noche. Vio a Tomás muerto delante de él. Pero para ello también le ayudaron los alaridos de la vecina, la esposa del occiso, quien acababa de enterarse del cadáver.

No tuvo más qué hacer y tomó fuerza de quién sabe dónde, se sostuvo como pudo en posición homínida o un chiste de ella y se encaminó a la cocina. Buscó la botella de tequila para la cruda cuando en eso entró su esposa Dolores, quien en vez de regañarlo le besó el rostro y dio gracias al cielo de que el muerto no fuera él.

- ¿Qué quieres para desayunar? Te lo hago rápido y me voy con esta pobre mujer atormentada que le mataron al marido- Dijo Dolores consternada y con una voz llena de alivio.

- ¿Pus qué paso Lola? -

Tuvo que fingir sorpresa a lo largo del relato de su mujer. Escuchaba a detalle la manera en que encontraron el cadáver y reconstruía de a poco las memorias de la noche: los gritos, los golpes y la sangre. Los ojos vidriosos de la resaca le hicieron pensar a Dolores que su marido contenía el llanto. Y así era, Trinidad quería arrancarse los ojos al recordar todas las escenas, pero mantenía la calma, se preguntaba cómo quedaría ante el mundo si supieran que él estuvo delante del asesinato y no hizo nada. Prefirió callar mientras un sentimiento ajeno a él le invadía. Quería dejarlo todo. Iría a su cita con Eduardo para hablar de lo que pasó, saldría del convenio que tienen juntos y delataría a los asesinos. No había más opción y lo había decidido con lo último que le quedaba de dignidad en el cuerpo. Pero antes de todo ello, descansaría un poco. Apenas eran las 8 y faltaban 2 horas para ir a verle.

Evadió de cualquier forma ir a visitar a la reciente viuda, no podría verla a los ojos. Se despidió de su mujer con beso largo y lento, agradeciendo estar vivo. Y ella lo besó, sintiendo un renovado alivio de que estuviera ahí. Comió el desayuno con desgano y arcadas, cada bocado era otro intento por no devolver. Puso a calentar agua para darse un baño y mientras espera se toma un sal de uvas.

Estaba decidido, saldría del negocio. Se terminaba de convencer a cada jicarazo que se aventaba y para el momento en que estaba vestido se acabaron las dudas. Salió de casa en camino a la cantina, tratando de tararear una canción para no escuchar los gritos adoloridos de 3 almas en pena.

A cada paso se hacía a la idea de que todo terminaría pronto y no había vuelta atrás. Todo terminaría con un apretón de manos y hasta luego. Hasta que sus piernas le hicieron llegar a una sábana blanca que cubría un cuerpo.

No pudo más, sintió que se quebraba. Que era igual a una rama seca que se partía a la mitad. Pensó en desplomarse, las piernas se le volvían de gelatina. Hasta que le rescató una mano en el hombro y una voz, llena de seriedad, le dijo que entrara al lugar.

No volteó a observar de quién era aquella mano que le conducía al interior de la cantina, sabía bien que era él. Seguía en un estado de decaimiento, no contaba con que el cadáver de su compadre continuara así tumbado en el piso. Mientras movía las piernas con dificultad, sólo pensaba en quitarse lo pazguato. Como pudiera tenía que hablar y hacer lo posible para salir bien parado de este problema.

Llegaron por fin a la mesa. Tomó con mano temblorosa la silla y se dejó caer sobre ella, como si fuera un bulto. La decisión que había tomado durante la mañana le recorrió el cuerpo de pies a cabeza. Tenía que comenzar la conversación antes que Lalo, no había otra posibilidad. Dio un vistazo rápido a su alrededor y observo pocas personas en las mesas, todas curándose la cruda. No tendrían problema con hablar de manera franca.

Ya lo tenía mentalizado, empezaría la plática hasta que Eduardo estuviera sentado de frente a él. Improvisó una pequeña sonrisa y tenía el quihubole en los labios, pero chocaron con las palabras de su interlocutor.

-Ya sé lo que pasó- Dijo mirándolo a los ojos, sin titubear y con los brazos cruzados -Son pendejadas Trini, tú lo sabes-

-Sí, la mera verdá’ es que todo se salió de control. Yo traté de calmarlo, pero la borrachera se me subió. No sé qué pasó, la neta vale- Trinidad trataba de parecer lo más calmado, aunque el dolor de cabeza hacía sus estragos.

- ¿Calmar a quién?, ¿A ti mismo? El chivo ya me contó lo que pasó – seguía hablando con calma, sin que el aspecto deplorable del hombre que tenía de frente le sorprendiera. Es que, a pesar del baño, Trinidad continuaba con los ojos inyectados de sangre y las ojeras de no haber dormido por meses. El brutal acontecimiento había logrado chuparle la jovialidad del día anterior y, quizá, la de toda su vida.

- ¿De qué te fue chismoso ese pendejo?, ¿ya se había limpiado la sangre de las manos por lo menos? - La calma de su rostro luchaba por no desvanecerse, pero todo su cuerpo hervía dentro de una rabia repulsiva y se manifestaba en su pierna izquierda que no podía estarse quieta.

-Bueno, yo no entraré en conflictos de señoras chismosas, el punto es que un cabrón está muerto y el mero día de …-

- ¡Tomás! ¡No cualquier cabrón! - interrumpió Trinidad, subiendo un poco el volumen de su voz mientras que le palpitaba el cráneo.

-Bueno, bueno, el punto es que está muerto- golpeaba la mesa con el dedo medio de la mano derecha, parecía perder el semblante de calma- Y vieron a los seis cabrones, hijos de su madre, salir de aquí. ¿Qué vamos a hacer? Entre dimes y diretes a mí todos, hijos de la chingada, me parecen culpables. Y todo una noche antes de lo de al rato, son mamadas cabrón. Parecen escuincles pendejos-

Trinidad se lamía los labios. Sentía algo extraño, impropio del momento. Su corazón latía acelerado, los venas sanguíneas del cráneo se agrandaban y, de inmediato, se contraían. Le faltaba el aire a pesar de la rápida respiración, cada fibra muscular de sus brazos estaba contraída y lo envuelve la sensación de que una cosa horrible pasará en cualquier momento. Todo este sentir era similar a un día largo de trabajo como albañil en Estados Unidos, largas jornadas de sol a sol para que al final sólo se preocupara de que no se lo llevara la migra. Se pidió un tequila, no se le ocurrió algo mejor para relajarse.

No pasaron ni dos minutos de todo este escenario cuando al fin habló Eduardo de nuevo.

-Ni modo, no podemos hacer otra cosa. No puedo prescindir de ninguno de ustedes en este momento- Hablaba con tranquilidad recuperada – Pero después de hoy, si todo sale bien, se me van los cinco a chingar a su madre con su parte del dinero de esta gente. No los quiero volver a ver. Y del cabrón – esta palabra la subrayó al pronunciarla lentamente – muerto ya no hablaremos más. ¿Está entendido? -

- Entonces, ¿siempre fue por el dinero? – preguntó incrédulo.

- ¿De qué hablas? No actúes como idiota, siempre fue por eso- respondió quedito y conciso.

El pistolas, Trinidad o Trini como le decía con cariño, ocasionalmente, su esposa, sintió en ese instante como la frente se le fruncía y los dientes se le apretaban como pinzas, no podía relajar el cuerpo. Su mente se fue a visitar un sinfín de escenarios, todos tan caóticos como el anterior, y trataba de encontrar solución a este malestar.

-Pero vaya, ya me tengo que ir cabrón. Entonces quedamos para la una, necesito que estés repuesto para ese momento. Que revises a todo mundo junto con los otros, nada de pleitos entre ustedes. Ya hablé con ellos y llegamos al mismo acuerdo, nadie dice nada y después de hoy se largan como yo- Le estiró la mano para darle un apretón, pero Trini estaba distraído. La tomó y Lalo sintió el temblequeo del otro, lo atribuyó todo a la cruda y se largó.

Trinidad se quedó un rato a solas para pensar en todo el caos de su mente, ¿cómo salir de este laberinto? Escuchó la sirena de una patrulla y salió de inmediato, cortando de tajo todos los pensamientos. Trató de no mirar al suelo empolvado y con un charco de espesa sangre seca, que los perros callejeros relamían con gusto.

Caminó de manera desesperada para casa, quería echarse sobre la cama y relajarse. Sentía que el pecho le iba a reventar. Sus reflejos estaban puestos en todo y nada a la vez. Y su mente, su destrozada mente, cambiaba de ideas a una velocidad incontenible. Hasta que, por fin, una cuadra antes de llegar a casa obtuvo la codiciada respuesta ante sus cansados ojos. Obscura y tenebrosa, solo como puede ser una solución final. Se detuvo en seco y miró a la nada, apretó con fuerza los puños y se mordió los labios. Voy a matar a Lalo en la junta, no hay de otra, pensó con voz sombría.

Emprendió el camino restante para casa con paso apretado.

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