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Desde mi ventana: La Historia del Pequeño Amolador

Al sonido melodioso de la zampoña le sigue el pregón: ¡Se afilan tijeras, cuchillos, corta cutículas! Luego al instante otra bocanada de aire hace resoplar la flauta, instrumento que por excelencia acompaña al conocido “Amolador” y tras hacer sonar de nuevo su chiflo vuelve a gritar: ¡Se afilan tijeras, cuchillos, corta cutículas!

Es temprano en la mañana cuando desde mi ventana lo veo aparecer. Miro la figura de un hombre delgado y joven; quién lleva terciado al hombro su tarazana para afilar. Su imagen parece como sacada de un retrato viejo. Al parecer no tiene prisa. Camina lentamente haciendo resonar su melodía, inflando cada cierto tiempo sus pulmones para volver a vocear a viva voz su pregón: ¡Se afilan tijeras, cuchillos, corta cutículas! Una y otra vez. Su rostro es afable y sereno. Al parecer no hay cuchillos sin filo ni tijeras que necesiten amolarse. Nadie se asoma a solicitar el servicio del elocuente amolador.

Recorre así las calles de la ciudad el amolador, como en otrora lo hiciesen sus antecesores en el oficio de afilar haciendo saltar las chispas centelleantes de la piedra contra los romos y gastados filos de los cuchillos y más. Nada se ha de votar o desperdiciar.

La canción del amolador y su incansable pregón me lleva irremediablemente a los sonidos e imágenes de mi infancia. Tiempo donde, desde otra ventana, veía acercarse al afilador; su silbido llenaba el aire y recorría la calle entera. Mi abuela a su llegada ya tenía todo dispuesto: el cuchillo grande ha perdido el filo y ya no cortan las tijeras. Entonces ocurría aquel espectáculo de luces, las chispas saltaban por todas partes y mis ojos fascinados no paraban de mirarle, a lo que mi abuela, ¡ay mi hermosa abuela! Cuántos recuerdos tuyos tengo, me reñía diciendo: -Cuidado con una chispa que puede dañarte la vista. Terminaba entonces el festín de destellos, era de verdad alucinante, ya tenían de nuevo filo aquel viejo cuchillo y las tijeras de mi abuela. Pero mi historia, la historia que me trae a este recuerdo empañado de añoranza es otra y la he visto desde mi ventana.

Al canto del chiflo aparece de nuevo el amolador quien desafiando el paso del tiempo, recorriendo la ciudad lleva consigo la historia de un oficio muy antiguo cargado de múltiples reminiscencias. Lo escucho le oigo vociferar otra vez su infinito pregón, la escalerilla musical de su flauta invade de nuevo la calle con su sonido peculiar; aquel que hiciera muchísimos años antes a algunos temer por el inminente acecho de la muerte, pura superchería por cierto aquella terrible idea. Pero hoy tantos años después a su anuncio incesante se le suma uno diferente. Una vocecita que pregona en una jerga medio incomprensible una vez más que ¡Se ailan tieras, uchillo, orta uticula! Me asombro. ¿Qué veo? Es un pequeño niño no tendrá más de cuatro años. Camina junto al hombre que al parecer es su papá. Es así como desde ese momento decido llamarle: El pequeño amolador. Me quedo fascinada viéndolo, es un niño grande y no en el sentido que puedan imaginarse. Luce bien vestido y acomodado, cargando en su espalda un pequeño bolso, va comiendo un bollo de pan. Va junto a su papá aprendiendo, recorriendo las calles, conociéndolo todo.

Hoy le he visto nuevamente. Le observo fascinada desde mi ventana caminar junto a su padre como cada mañana, acompañándolo con un lenguaje aún un poco inteligible voceando su pregón inagotable con un entusiasmo impresionante. Me quedo asomada hasta verlo doblar la esquina, durante unos instantes me quedo absorta en mis cavilaciones. Se oye cada vez más distante el sonido del chiflo con su melodía incomparable. Me ocupo por fin de otras cosas. Pero miento, no dejo de pensarle, confieso me ha conmovido aquel infante como nunca antes. Por fin el día finaliza dando paso a la noche, una cargada de estrellas fulgurantes y de silencios. Se ahogan poco a poco los ruidos de los automotores, los gritos en la calle, las bocinas y también el pregón del pequeño amolador; aquel niño grande que me emocionó. Caigo rendida en mi cama, el cansancio de la jornada me ha dejado extenuada, me dejo llevar. Mi mente empieza a viajar, se suceden automáticamente una tras otra las imágenes más incoherentes, nada es demasiado en aquel viaje sorprendente. En cuanto al pequeño amolador vaya con él una inmensa bendición y sus pasos puedan seguir una senda cargada de brillo y esplendor como las chispas fascinantes que brincan centellantes ante los ojos cándidos que miran con emoción la piedra que con gran arte utiliza el Amolador.

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