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De cielos e instantes permanentes

Alguien tocó a su puerta, revisó quien era.


—Pasa, qué onda. No sabía que vendrías, te acabo de ver hace un par de horas. ¿Todo bien? —preguntó ella con cierta extrañeza.


—Hola, eh… si, ¿estás ocupada? ¿podrías acompañarme? —preguntó él sin ocultar su nerviosismo.


—Pues vamos, te alcanzo —tomó sus llaves, aseguró algunas ventanas y cerró la puerta.


Al salir notó que no había llegado en su coche, de hecho, el modelo de este era muy reciente y un tanto lujoso por las pantallas táctiles del tablero


—¿Y este carro? —preguntó ella mientras subía.


—Es una larga historia, te lo explico en el camino —contestó él ya con el vehículo encendido.


—Luces extraño, no me asustes —afirmó ella con un dejo de preocupación.


—Vine en busca de tu ayuda, pero no lo creerás hasta que lo veas —comentó él mientras conducía ya en las afueras de la ciudad, manteniendo su mirada fija al frente.


—Puedes ir explicándome —insistió ella mientras observaba el asiento trasero y por completo el interior del coche.


Sin duda no era una situación habitual y su comportamiento no hacía más que provocarle ansiedad. Pero confiaba en él y estaba segura de que pronto se aclararían sus dudas.


—No recordaba como lucía este lugar, más verde. Llegamos —dijo él, reduciendo la velocidad y deteniéndose a la orilla de la carretera para posteriormente bajar del coche y comenzar a caminar confiando en que ella le seguiría.


Era un lugar desolado, justo algunos metros de un puente colapsado, esa vía interrumpida por la mitad parecía no haber tenido vehículos transitándolo a gran velocidad. A pesar de su silencio, de no mencionar palabra alguna, evidentemente sudaba y se mostraba preocupado.


—Vamos, trataré de ser breve —comentó al detener su paso, girarse y mirarle a los ojos.


Justo en ese momento ella notó que, aunque era su amigo, había algo en su mirada un tanto diferente, incluso su rostro no lucía igual y eso le asustó.


—“Podría haber sido engañada por su parecido y haberlo confundido, pero ¿cómo sabía dónde vivía y que estaba ahí?” —se preguntó inquieta en sus adentros.


—No soy quien tú crees. Mejor dicho, ya no lo soy. Es complicado de explicar y te prometo que lo haré; pero ahora por increíble que parezca te he traído aquí porque solo tú puedes evitar lo que está por suceder —le dijo él con un tono serio al buscar tomarla de las manos y percibir su molestia.


—Estoy a punto de hacer una estupidez. En realidad, tu amigo, quien crees que soy va a lanzarse en unos momentos —Afirmó con la naturalidad al sujetarse de los antiguos muros de contención del puente, mientras buscaba con la mirada hacia abajo, dándole la espalda a la joven. Mostraba tanta templanza que ella no comprendió del todo lo que dijo, por lo que le jaló fuertemente del hombro hasta girarlo y cuestionó.


—¡Ya! ¿Por qué estamos aquí? ¿A que me trajiste a este lugar? —gritó firmemente.


—Tienes que verlo, tranquila. Sólo observa —comentó con voz calmada al verla a los ojos.


—Había olvidado tu mirada, eso explica mucho —afirmó él mientras tomaba su mano.


En ese preciso momento se escuchó el ruido de algunas piedras caer del puente, justamente algunos metros debajo de ellos.


Y fue en ese instante que ella casi se desvanece de la impresión. Su amigo, con quién compartiría las tardes al salir de la escuela en aquel prado cercano a su vecindario, con quien coincidió en clases en la universidad y de quien tantas veces se burló por haber dejado sus estudios por perseguir sus sueños de músico, aquel con quien lloró la muerte de su padre y con quien actualmente trabajaba; estaba a escasos centímetros de un barranco, solo sostenido por la apertura de sus brazos sujetados de las piedras a su espalda.


—¡No lo hagas! —gritó ella mientras las lágrimas recorrían sus mejillas.


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