La espera había terminado
No podía creer que me iba a ir: ya tenía mi boleto de avión; el seguro médico; reservación en un hostal e incluso un Remis que llegaría al aeropuerto por mí, y aun así no podía creer que a pocos días iba a estar al sur del continente, en el país que yo había elegido para vivir durante cinco meses.
Veía fotos de la Ciudad: esos edificios tan diferentes a los que no estaba acostumbrada, las calles, esas grandes avenidas llenas de luces, aquella impresionante avenida 9 de julio la cual la adornaban enormes jacarandas moradas.
La preocupación de mi familia al pensar que iba a estar a 7668 km lejos de ellos en una metrópoli les causaba temor. Sin embargo, yo no tenía miedo, al contrario; me daban ganas de tomar el avión en seguida e irme, o de simplemente despertar y ver que me encontraba en ese lugar, en Buenos Aires, Argentina.
La Ciudad de la Furia
La ciudad que nunca duerme, donde siempre hay algo que hacer, aunque sea caminar por la avenida Corrientes por la madrugada, donde encontrarás restaurantes abiertos, bares, teatros, kioscos y supermercados. Esa avenida llena de luces, donde la banqueta está llena de estrellas con nombres de escritores, personajes ilustres y mis favoritos: estrellas del rock en español argentino tales como Gustavo Cerati, Luis Alberto Spinetta y Charly García. Estos tres artistas con sus poemas convertidos en canciones que me hacían entender el contexto en el que se vivía en aquellos años en el país hacían que me enamorara más de esa bella ciudad, el gran Buenos Aires. Ver el obelisco cada que iba a la escuela parecía magia, era pasada obligatoria. Incluso siempre tomaba una fotografía de ese monumento tan importante para la ciudad porteña cuando estaba iluminado por las noches o en días nublados y con lluvia, haciendo melancólico el escenario fotográfico.
También caminaba por el congreso nacional, un edificio hecho con cantera verde bastante imponente, ah, y la plaza de mayo no podía faltar en los recorridos de casa-escuela-casa. Las rutas variaban, sin embargo, esos lugares en el mero corazón de la ciudad no me los perdía en el trayecto.
En esa ciudad donde nacieron muchos de mis artistas favoritos, e ir a los conciertos eran una travesía: solo sabía la ruta para llegar a ellos, pero nunca sabía cómo regresar. Utilizaba en transporte público: el tren, camiones y el subte; el cual era mi favorito, así que la mayoría de veces regresaba de madrugada, siguiendo a la multitud porque llegar a mi casa era muy fácil: - ¿Va para el Obelisco o Plaza de Mayo? De ahí ya sabía cómo llegar caminando. Muchos me decían que debía tener más cuidado con eso, con la situación de las villas, crisis y migración uno ya no estaba seguro.
En fin, aprendí a andar sola en la ciudad sin ningún problema. También recuerdo las visitas a Puerto Madero: un barrio por donde pasa el Rio de la Plata y donde viven las personas más pudientes de la capital. El atractivo más visitado es el Puente de la Mujer que de noche es aún más impresionante. Ahí mis veladas las disfrutaba con medio kilo de helado Luciano’s; mi heladería favorita, ah, y un pucho que yo misma armaba.
El barrio que más visitaba y en donde más me iba de fiesta era Palermo, uno de los barrios más famosos de capital federal por su extensión territorial y por sus famosos bares, la famosa Plaza Serrano, cuadras y cuadras llenas de lugares para comer y beber hasta altas horas de la noche que también funcionan como el precopeo, que, de ahí, siempre nos íbamos a un boliche a bailar, también cerca de esa plaza sin dejar de ser de ese barrio. Eran tremendas fiestas, terminamos por ahí a eso de las seis o siete de la mañana, alcanzaba a tomar un subte de regreso a casa, llegaba a desayunar a una estación de servicio y directo a dormir. O a veces dormía más temprano pero igual llegaba a otro día a casa directo a desayunar y dormir, una rutina bastante cansada a final de cuentas pero que disfrutaba bastante, amaba la vida nocturna de allá, siempre qué hacer todos los días de la semana, inclusive si me iba sola salía plan con alguien. Era bastante loco.
¿Y las tortillas?
-Te las cambiamos por unas empanadas
Mi parte favorita: la comida. Así es, el comer tanta harina me hacía feliz, no sabía qué eran los Ñoquis y Ravioles y ahora no sé cómo he sobrevivido comerlos en estos largos tres meses.
Mi talón de Aquiles siempre ha sido la pizza y sin saberlo es parte de la dieta de los porteños. La mejor pizza que he probado en mi corta vida fue en Buenos Aires.
Las facturas. ¿Me están hablando de un comprobante fiscal? Pues no, no era así, esas famosas “facturas” son pan de hojaldre rellenas de dulce de leche que forman parte del desayuno y merienda de los argentinos. Me volví fan de ellas a tal grado de comer mínimo dos al día, la repostería fina ni se diga; en cada cuadra encontraba “confiterías”, es imposible definir mi favorita, hasta visualmente me atrapaban.
No se me olvida el helado de la 1:00 a.m. después de la cena. ¡Hay heladerías abiertas hasta las 02:00 a.m.! ¿Están locos? ¿Quién quiere helado a esa hora? Pues más rápido cae un hablador que un cojo y a los dos meses ya era parte de mi dieta. Es irresistible el helado de noche, aunque estuviera haciendo mucho frío.
También mi parte favorita era el vino, era tan barato que siempre había en mi despensa o en el refrigerador.
El mate para despertar por las mañanas nunca faltaba, era tan necesario en mi día a día porque me ayudaba con las desveladas del día anterior, con las resacas y el frío que hacía, que comenzó a intensificarse en el mes de junio hasta agosto. Amaba cada desayuno porque siempre me topaba a alguien en la cocina, terminamos cocinando y desayunado juntos, compartiendo lo que había preparado uno y otro.
Me llamaba mucho la atención las parrillas en gran parte de las zonas de comida: era como carne asada siempre, en todos lados. Y pues bueno ¿qué esperaba? Si la carne es su especialidad, la consumían en grandes cantidades, siempre había personas comiendo choripanes, bondiolas, asados, empanadas de carne y miles de cosas con carne y pan, no sabía la diferencia de muchos nombres de platillo entre ellos.
Un mes de mochilazo
Se había llegado el día de hacer mi mochila para irme de viaje por la provincia Argentina sentía miles de emociones inexplicables. Una de ellas era tristeza al dejar a mis amigos que se habían convertido en mi familia, amigos que no volvería a ver al regresar de ese viaje.
Ya tenía mis boletos de avión y camión, no podía echarme para atrás. Nadie sabía exactamente en qué lugar estaba, mis padres no sabían qué estaba viajando. Un tanto peligroso, pero era parte de la travesía. Solo era yo con mi mochila, un diario de viaje y mi mate; ese no podía faltar. Agregando una herramienta clave para moverme: mi celular, en estos tiempos es necesario contar con uno para saber cómo y hacia dónde moverse, aunque bueno, dicen que preguntando se llega a Roma.
El llegar a Salta fue toda una locura: para empezar ese no era el primer destino, pero bueno, ahí comencé a moverme. El llegar a Salta capital fue tan placentero para mi vista ya que tenía meses sin ver cerros que son los principales atractivos de ahí, también tenía tiempo sin estar en un lugar pequeño, no tenía nada planeado más que el dato de un hostal por el centro. Extrañaba pueblear por plazas principales, subir a los cerros, andar por mercados llenos de comida a muy buen precio.
El siguiente punto en mi lista era Jujuy, específicamente La Quiaca que es la frontera con Bolivia. Así que llegué de madrugada y crucé ese país del que Eva, una de mis mejores amigas, me había hablado tanto. Resulta increíble viajar en camión ya que dormitaba un poco y cada que despertaba cambiaba el panorama, en Tupiza, Bolivia, me pasó muy seguido, unos cerros tan lindos por los que pasaba por un costado que para los bolivianos era normal, sin embargo, para mí no. Había llegado la hora de irme a otro tipo de clima, tomé un camión para viajar hasta Misiones, específicamente a Iguazú a visitar las famosas cataratas del lado argentino y brasileño el cual me pareció un espectáculo increíble con miles de turistas que buscaban el calor y clima tropical.
Después de tres días, era hora de partir a capital para tomar un vuelo al sur, al bello sur Patagónico. Llegué a un pueblito hermoso rodeado por montañas y lagos llamas San Carlos de Bariloche. Hacía un frío tremendo. Parecía una colonia suiza de las que salen en las películas, con las calles totalmente empinadas y cubiertas de nieve, pero la vista era hermosa. No podía esperar el salir a caminar por el pueblo, en la rivera del lago y el bosque. Tenía muchas opciones para elegir: senderos en dos cerros, un circuito en bicicleta, esquiar, recorrido de 7 lagos etc. Decidí hacer un circuito en bicicleta de aproximadamente 80 kilómetros por en medio de algunos cerros y recorriendo lagos de paso. Ha sido la experiencia más increíble de mi vida hasta ahora; es un ecosistema el cual jamás había visto en mi vida, era todo un sueño para mí.Así estuve por dos días más, hasta que decidí visitar otro lugar llamado El Bolsón, un pueblo en medio de montañas y con un parque nacional muy cerca llamado Lago Puelo.
Esos pueblos en medio de las montañas llenas de nieve me recordaban a las películas que veía de niña en época de navidad, pueblos fríos y sus habitantes súper abrigados siempre, así me sentía, sentía como si fuera a ser navidad, pero nada que ver, era julio.
El objetivo de mi viaje era llegar hasta tierra de fuego sin embargo por falta de transporte debido al frío invierno, me era imposible viajar por tierra, así que mi último destino y mi punto de partida hacia Buenos Aires fue de nuevo San Carlos de Bariloche, un pueblito tan bello entre las montañas blancas de nieve y al lado de un enorme lago me había atrapado, deseaba vivir ahí sin importar las bajas temperaturas y falta de accesibilidad en ciertos aspectos. Como sea, es uno de mis lugares favoritos hasta ahora.
Decidí pasar mis últimas tres semanas en Buenos Aires pasando el tiempo con mis amigos, visitando lugares nuevos y favoritos, haciendo lo que más me gustaba en cada uno de ellos, probar una y otra vez mi comida favorita, tomando mucho Fernet al lado de Nathaniel, quien era mi roomate a mi regreso en casa azul.
Hubo muchas visitas que quedaron pendientes, sitios que nunca visité, barrios que no conocí, y así muchas cosas que quedaron en plan pero que por una y mil cosas no logré realizar, cosas que me funcionan como motivación para regresar en cuanto me sienta preparada para volver.
¡¿Qué!? ¿Ya es agosto? No me quiero ir...
7 de agosto y yo sin poder creer que mi avión salía ese día. ¿Cómo pasó tan rápido el tiempo? Aún recuerdo cuando había llegado y ahora ya iba al aeropuerto de regreso.
Por la mañana había salido a comprar mis últimas empanadas de diez y nueve pesos, que vaya sorpresa me llevé al ver que ya costaban veinte de una semana a otro, sí, la crisis está fea. Me las llevé a comer en Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada. Muy raro ya que allá nadie come en la calle al menos que seas un vagabundo, pero en ese lugar nadie comía en la calle así que de igual manera fue un acto muy raro, pero a la vez nostálgico para mí.
Caminé por mi barrio: San Telmo, un barrio bohemio en microcentro con una arquitectura vieja, bastante francesa. En fin, caminé y caminé, recordando la primera vez que había llegado a ese lugar, a la primera papelería a la que entré, el primer local de lotería de la ciudad donde había comprado mi tarjeta sube por cien pesos, la primera vez que había tomado el subte para llegar a Palermo sin saber dónde me tenía que bajar. En fin, todas esas cosas que para los demás pueden sonar insignificantes a mi llegaron a marcar mi memoria y cada que los recuerdo los revivo de uno en uno haciéndome sentir nostálgica y con sentimientos encontrados.
Pensé muchas veces en quedarme y trabajar allá, mínimo para pagar el alquiler y la comida ya que estaba atrapada en ese ritmo de vida, al fernet y al mate, no podía imaginar mi vida sin Yerba mate con alfajores, masitas o facturas con dulce de leche, entonces se me ocurrió comprar en una estación de servicio varios alfajores y facturas que llevaría en la maleta documentada, las últimas en no sé cuánto tiempo.
Me rehusaba a regresar, a subirme al avión y darle cuenta que todo se había terminado. No obstante, también me hacía feliz el saber que iba a regresar a mi país a comer pozole, tacos y cuanta comida venden en las calles. Aun así, estaba dispuesta a quedarme sin embargo decidí regresar para después volver. Hubiera querido detener el tiempo para poder quedarme en esas tierras en donde la mayoría de extranjeros decidían mudarse y hacer su vida ahí.
Era bastante extraño saber que a otros les pasaba lo mismo: llegaban de paso y ahí se quedaban, dejaban su casa y su carrera para vivir en el “Hollywood de Latinoamérica” así le llamaban, creo que por tanta influencia en las artes o al menos eso quiero imaginarme, pero sin duda alguna sé que ese país tiene algo que nos hace querer volver y que al recordar nos hace sentir añoranza y tristeza.
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