
Capítulo 4. Manual para amansar animales broncos
Es un día de calor moderado, las gotas de sudor resbalan por su arrugado cuello y solo detiene su tarea de acomodar mercancía para secarse con un paliacate viejo. Pero también se detiene ante las chillonas peticiones de la clientela:
- ¿Quihubolas, pinche Urbano? Aviéntame dos cocas, al rato te las pago- Decía cualquier señor, en cualquier momento del día.
- Asu, ¿ni un por favor, ni nada? –
-Ya carnal, tira el paro. Al rato que me paguen te lo paso-
Y la petición quedaba silenciada por el paso constante de camiones y coches por la gran calle principal, recién re–asfaltada.