Porque éramos amigos y a ratos, nos amábamos; quizá para añadir otro interés a los muchos que ya nos obligaban decidimos jugar juegos de inteligencia.
Pusimos un tablero enfrente equitativo en piezas, en valores, en posibilidad de movimientos. Aprendimos las reglas, les juramos respeto y empezó la partida.
Henos aquí hace un siglo, sentados, meditando encarnizadamente como dar el zarpazo último que aniquile de modo inapelable y, para siempre, al otro.
Rosario Castellanos, México
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