top of page
  • Nimue

139081

Cuando me encomendaron la tarea de explorar el planeta 139081 –mejor conocido como Norwane– pensaba que no existiría día en el que no quisiera salir a explorar y observar, sentía una profunda emoción por, literal, descubrir el mundo. Tomé lo poco que consideraba valioso e indispensable para emprender mi nuevo camino, me prometí no llorar porque más que triste y asustada, me sentía orgullosa y optimista; recibí las últimas instrucciones por parte de una emotiva Rizé y viajé con mi infalible amiga, una pequeña nave de color amarillo a la que llamaba Uchi, hacia el planeta 139081. Esperando sentirlo como mi nuevo hogar.

Eso fue hace ya unos cuantos años y ahora estoy aquí, sentada en una gran roca en la montaña más alta de Norwane, está a punto de amanecer y no sé cuánto tiempo pasé observando a la nada, pero a la vez a todo. Mi cuerpo se siente un poco entumido, no siento frío, es solo las horas que he pasado inmóvil. Pero es en estos momentos que mi mirada se ilumina a causa de las auroras de color azul, rojo y verde, creo que nunca he observado algo más bello, siempre es un panorama único no importa cuantas veces lo haya presenciado. Y conforme miro su leve danzar, siento a cada extremidad de mi cuerpo doler intensamente, las lágrimas mojan mi rostro, no entiendo por qué me siento de esta manera, no encuentro un motivo, solo quisiera que se detuviera.

Pasar por momentos así es algo normal, estoy segura de que cada ser en el universo en algún punto lo ha vivido, no hay una razón en concreto, simplemente es así. Es abrumador e inevitable, y por más que quisiera creer que eventualmente me acostumbraré, siempre duele. Estoy en el vaivén del columpio –arriba, abajo, arriba, abajo–, no me detengo, me dejo arrastrar e impulsar hacia algo incierto. Me marea y me consume, me aparta y reduce, soy un ser indefenso entre esta multitud de acontecimientos.

A decir verdad, no sé cuándo empecé a sentirme de esta manera, pero sé que no soy la única que se extraña de esos insólitos días de la vida; una mañana despierto y no hay nada, ni en mi mente, en mi aspecto o el exterior, que me haga sentir mal, sonrío y planeo hacer algo emocionante con mi día, incluso mi cuerpo pareciera ser tan liviano que no me pesa moverme, ni me siento cansada al respecto; de a ratos llego a creer que puedo saborear la felicidad, pero, de nuevo, sigo en el columpio y así como me invadió ese rayo cálido, la tristeza se cuela en mi cuerpo como una ráfaga fría de invierno, tan fría, que siento que al mínimo movimiento, me romperé en mil pedazos.

Dicen que no puedes apreciar la felicidad sin experimentar y sentir tristeza, ¿pero por qué parece que mi vida se rodea solo de pensamientos caóticos y tristes?, tengo un deber y un camino, es la razón por la que estoy en el planeta 139081 y me esforcé mucho para lograrlo, las personas esperan algo de mí, yo misma espero algo de mí, pero muchas veces dudo en si podré llenar tales expectativas, o si en todo el camino a ello, parte de mí siempre se sentirá tan perdida y desolada. Es sentir esa confusión de que lo que tanto querías, de a momentos parece no serlo.

Me enfoco de nuevo en la vista que tengo enfrente, es tan hermosa que podría quedarme por siempre aquí, observando, en la quietud del ambiente y el olor tan agradable, sé que viviría maravillada por cada instante, pero a veces ni el paisaje más hermoso puede salvarte de la angustia de existir y dudar. Precisamente, me pregunto si algún día dejaré de sentirme así. Como odio que la incertidumbre sea parte de la vida.

Con la suave brisa dándole movimiento a mi cabello, regresan a mí algunos recuerdos: momentos que compartí con las personas que en algún momento amé y me amaron; cuando por un error llegué tarde a mi primer examen de admisión al área que quería y sentí que no servía para nada, recuerdo que Rizé me obligó a cantar con todas mis fuerzas nuestras canciones favoritas –me reí tanto, que al día siguiente mi voz se escuchaba ronca– se ofreció a llevarme hasta la base de Ravwe una hora antes del examen; o el día en que, en una misión importante, Uchi fue golpeada por un meteoroide dejándonos varadas, creí que no sobreviviría, pero logré reparar el daño y regresar a casa; también están los momentos en los que lloré hasta quedarme dormida, las mañanas en que decidí que no me rendiría o el día en que le dije a Rizé que me retiraría del programa porque sentía que no podía más y fue hasta mí para gritarme lo capaz e increíble que era, por último, recuerdo mi llegada a Norwane, lo feliz que estaba, lo mucho que caminé y aprendí, la primera vez que pude observar las auroras y el color cian de la naturaleza. Tan hermoso e impactante.

He tenido muchos momentos de quiebre, me he lastimado una y otra vez, me he querido rendir y huir a un pequeño lugar del universo en donde no pueda sentir dolor y mis pensamientos no me atormenten, pero mientras observo cómo los seres vivos de Norwaine comienzan a despertar, mis latidos se tranquilizan, pues reconozco que a pesar de esos días malos, he llegado hasta aquí. El pasar del tiempo no ha sido de lo más amable, pero no me detengo, simplemente avanzo, la vida sigue y yo me moveré con ella hasta que eventualmente se detenga; viviré los momentos felices y los tristes -o la existencia de ambos-, lo mejor que pueda hasta donde pueda.

Encuentro la calma, mis lágrimas cesan y el dolor de mi cuerpo es ahora una leve sensación de hormigueo que me indica que debo moverme y lo hago. Me pongo de pie, con un poco de dificultad y lentitud, pero así, caminando de a poquito, emprendo mi camino hacia Uchi pensando que está bien tener días tristes.


52 visualizaciones0 comentarios

Entradas Recientes

Ver todo

El ala rota

bottom of page