Había una vez un sujetillo llamado XXX. A este sujeto en diminutivo le encantaba mirar al cielo durante muchas horas que al mismo tiempo eran segundos, sobre todo cuando el cielo se tornaba oscuro y profundo como la pupila que tienes justo en el centro de tus dos lunas, rodeadas por dos hileras de finos y rizados asteroides. XXX miraba al cielo durante segundos, que más bien eran horas, contemplando las estrellas y en busca de algún objeto volador no identificado. La mayoría del tiempo solía encontrar uno, dos o tres o cuatro o cinco, cada noche. Pero esa noche, la más larga y oscura de todas las noches que ya ha habido en toda la historia del universo, encontró el objeto volador no identificado más brillante de toda la Vía Láctea, Andrómeda y alrededores.
El ovni salió directamente de uno de tus cabellos, el último o el primero, según lo veas, donde inicia o termina tu testa. Y fue recorriéndote, inmensa. XXX tuvo que seguirlo atento con una mirada de águila azul por todo tu lienzo estelar y así descubrió que todita tú estabas llena de estrellas.
Primero descubrió un valle gravitacional bajo el cual descansaban tus dos lunas, enormes, brillantes y con sabor a leche con chocolate, después observó que las rodeaba una constelación de estrellas de miel esparcidas sobre tus pómulos cubriendo tu nariz universal. Encontró, también, casi saliendo de tu sistema solar, un agujero de gusano en el que se perdió un buen rato ya que no resistió el tremendo deseo de besarlo y sumergirse en él para viajar en tu espacio-tiempo eternamente. Después de un millón de años luz y veintinueve, casi treinta, besos, XXX continuó su recorrido por tu cuerpo en busca del ovni que todo ese tiempo había permanecido expectante como un voyerista pi-caroso.
El objeto volador, navegó huyendo presurosamente por tus dos volcanes estelares. XXX intentó atraparlo inútilmente devorando las dos estrellas que se coronaban en la punta de tus volcanes, pero el ovni ganó la carrera y fue bajando hasta esconderse un rato en el centro de tu universo, un sol sumergido en el medio de tu cuerpo. Pero conforme XXX se fue acercando al objetillo voladorcillo, este desapareció, o más bien fue tragado, por lo que parece un agujero negro entre dos galaxias de piel de seda. XXX, retando a la gravedad, a la energía y a todo el universo entero se acercó al agujero negro e intentó atrapar, primero con sus dedos y después con su lengua, al forajido ovni. No funcionó y lo intentó succionar con sus labios colocándolos en los labios del agujero aquel. Y cuando estaba consiguiendo, por fin, hacer resurgir a aquel objeto después de que el agujero negro comenzaba a convulsionarse liberando una energía erótica, y mientras con un dedo acariciaba el agujero blanco que comienza donde aún no existe tu espalda, XXX paró y decidió sumergirse por completo en el hoyo negro, haciéndose uno solo con tu cuerpo.
Después de varios años, que más bien fueron minutos, del agujero negro surgió, por obra de arte, un enorme y líquido quásar, y se desencadenó en seguida y casi al mismo tiempo lo que se conoció como “la gran explosión”.
Y al final, así surgió de nuevo de tu cuerpo, en un eterno retorno, la Vía Láctea, llena de leche y estrellas y sistemas solares. Y XXX se transformó ahora en el agujero negro y el bendito ovni ahora será a ti a quien guíe hasta el quásar infinito del dichoso sujetillo.
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