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Marie Betancourt

Poesía que delire

El demonio en la voz de papá,

acecha las esquinas de mi casa.

Rompí su reloj favorito

y el tiempo ahí se detuvo.


Crecí en una niña alta,

atrapada en la celda del miedo.

Papá está lejos, pero el miedo

es una bestia grabada en mi cara.


Lo recuerdo haciendo ruido,

tirando botellas alrededor,

haciendo berrinche como un niño

al que le quitaron su caramelo.

“Eres mi peor pesadilla”

Nunca sabré si se lo decía

al monstruo que en él habitaba

o si a mí, me hablaba.


Pero esas palabras hicieron eco,

tanto que decidí hacerlas mías,

hasta que de repetir, me las creí

y en mi peor pesadilla, me convertí.








Entre al campo de batalla

con nada más que una pastilla,

un espejito que brilla,

un libro y un lápiz sin puntilla.


“¿Cómo se declara, acusada?”

pregunta curioso el juez,

pero yo ni siquiera soy persona

en frente de esta droga.


“ADICTA” dijo mi sentencia,

creo que voy a perder la consciencia.

“POETA, debería ser mi etiqueta”

digo inquieta e igual cerraron mi carpeta.


Que tonta fui

cuando mi cabeza hundí

en esa nube de anís,

pensando que no me perdería ahí.


No soy inocente, tampoco culpable.

Me declaro, oficialmente,

terriblemente sensible

para esta tierra -cruel.







- Sentencia de muerte.

Seguí meticulosamente el mapa perdido,

intentando escapar este closet de vidrio,

soñando con ser libre en mi delirio,

como si se tratase de un privilegio.


Cárcel dorada, que solía llamar hogar

en la que me encerraron sin preguntar.

Ahora, llueven dandies en mi almohada.

Gotas de brandy se mezclan con mis lágrimas de hada.


Apretar el gatillo suena sencillo

porque de tal palo, tal astilla

y papá hacía papilla,

todas sus pastillas.


Mamá decía: “Amas esa porquería

más de lo que amas esta familia”

Palabras que escuché repetidamente

saliendo de su boca rápidamente.


Solían ser rayos dirigidos hacía papá,

ahora son cuchillos tirados en mi dirección

y me siento como una mala broma

pensando en la adicción.


Solo soy una pequeña rebelde,

tratando de liberarme de mis propios genes;

del castigo generacional que me persigue.

- Pero ¿qué hago si son mis raíces las que por mi deciden?



Me trague todo de ti

pensando que sabrías

mejor que la gracia divina,

pero eras agria y arisca.

Te tomé pensando que

serías dulce como miel.

Un beso terso en la piel

que erizaría mi cien.

Pero alteraste mis sentidos

e imitaste el incesante zumbido

de una abeja dentro de mi cerebro,

escuchando mis pensamientos.


Hadas riendo, duendes cayendo,

los escucho en mi cimiento

y sombras persigo con sigilo,

mientras el pavimento vigilo.


Triste acepto que amé cada bocado

de ese pecado que he ocultado

y mi percepción ha agujereado

hasta dejarme trastornado.


Encarcelado en cristal-

atrapado sin saber que es real,

amanezco en el hospital

por un error mortal.


- Hielo fatal, decretando mi final.

Girando fuera de órbita

sin control, ni cuidado, escapando-

de lo que me brindaba certeza,

pero hoy apuñala mi cabeza.


La caída de la montaña de euforia

pensando en el elixir prohibido

que difícilmente consigo.


Maldito tornado mórbido,

arrasa el frío y los días sombríos,

mientras bailo en el limbo,

sin seguir ningún camino.


Infinito valle de miseria,

me pierdo en histeria

y espirales alucina,

mi mente en cada esquina.


Doy piruetas de bailarina,

consumiendo cocaina,

cumpliendo el ciclo

con otra recaída.







- Polvo de estrellas.

Sangre saboreo,

siento gotas cayendo

desde mi boca

hasta mi estomago.


No lloro, no río,

no como, no duermo,

no siento, no existo,

no reacciono, no vivo.


Pero incluso este castigo,

puede sentirse romántico

con una dosis de ese -antídoto-

que en realidad, es veneno.


Vuelvo a mi cuerpo,

solo para darme cuenta

que mordí mis labios

más de la cuenta.


Me perdí profundo en este laberinto,

pero me levanto -de nuevo-

e intento imaginar un mejor día

sin la compañía de la sustancia.


Intento que la corriente no me arrastre,

mientras arreglo mi desastre,

dejándola ir como cuando le dices adiós

a un amor que no ha acabado.



Amor del que no te quieres despedir

pero qué te ha herido tanto,

que no te deja más que gritar

“nunca más, me vuelves a tomar”.


- Pastilla de amor.


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