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Elvira Ávila

Parásitos en los oídos

Sobra decir que estas ideas no están a favor del desprecio radical hacia las expresiones musicales populares mexicanas, más bien, son pensamientos en voz alta de un ciudadano preocupado por un malestar cultural que al parecer es intocable o innecesario de abordar, me refiero a la degradación moral de los consumidores de música popular mexicana en torno a su explotación comercial. El arte es una invención humana, no un regalo de los dioses. Por lo tanto, si toda obra se parece a su creador, el arte puede ser sublime o nefasto. Al centro de tal oposición prevalece el arte mediocrizante. Hace no más de cien años los caciques de la cultura detectaron en la música popular un negocio rentable, al paso del tiempo tal expresión artística derivó en una inmensa lista de canciones plagadas con historias de resentimiento y angustia destructiva. La estatura ética de estas producciones es escasa, los consumidores fueron integrando acríticamente dichos mensajes rancios a sus vidas, así, durante casi diez décadas, se ha venido heredando la miseria emocional.

La lírica popular musical en México tiene dos lecturas antagónicas; sus letras son el reflejo del sentir común y también del distanciamiento temático a situaciones cotidianas en la vida de los consumidores. Diminuto, casi inexistente, es el número de canciones que comuniquen el horror ordinario a ser desaparecido por el narcotráfico, a perder familiares en un cruce de balas entre grupos criminales, el miedo a solicitar auxilio y ser abusado por las autoridades, a quedar desempleado, a caer enfermo y ser maltratado por trabajadores de la salud hartos de una sociedad civil que los desvalora y humilla, a sacar adelante un negocio y ser víctima de extorsión, a volver a casa a la misma rutina nociva, a ser asaltado y obtener una demanda del asaltante por haberse defendido del atraco.

Cual placebo maligno la canción popular mexicana al servicio de los intereses empresariales del entretenimiento masivo dota al mexicano de valor y desinterés para no buscar soluciones a problemas que él (a veces) no creó, pero que sí sufre y reproduce. Misoginia, revanchismo, apología de la vida delincuencial, analfabetismo político, resignación cultural, orgullo por lo precario, rechazo al pensamiento ajeno, inmadurez sentimental, egoísmo denigrante y el aplauso masivo a la violencia práctica como único medio de interacción entre parejas y familiares son al menos una decena trágica del racimo de mensajes expresados en la canción popular pervertida por el capital empresarial en México.

¿Qué obscuro placer genera masticar palabras? ¿Por qué se prefiere la forma sobre el contenido? En los últimos años han muerto varios cantantes de música popular mexicana, algunos aún campean los escenarios, otros ven pronto ese destino. Cuando la muerte reclame a sus artistas seguidores de todo el país aullarán a la luna, clamando que les sean devueltas voces técnicamente admirables pero carentes de mensajes sustanciales. ¿Cuántos años llevamos escuchando el mismo viejo lamento de seres de otras épocas? ¿Esta agonía moderna es genuina o es un cínico reciclaje que pone en evidencia la nula capacidad creativa para adquirir nuevos problemas? Cualquier principio de esperanza se derrumba al escuchar a un niño entonar canciones versadas en promesas de matar al ser amado para que nadie más lo ame. Las frases huecas inundan a las personas vacías. El arte no da respuestas, el arte es interrogación, el arte da consuelo.


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