Cierra tus pestañas,
que vuelen en tejidos,
hasta alcanzar los polos
de países extraños.
Las muñecas te persiguen;
mis sombras cubren maizales;
dentro de la alacena se besan
aquellos amigos prohibidos.
Nadie lo corta libremente,
la narrativa nos lo impide,
sudando y temblando ufanos,
rechazando el descanso enfermo.
Son deseos internos, eternos,
extremos como grandes miedos,
pero con sabores adictivos,
que amargan al poco tiempo
la risa del recién veraniego.
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