Los gritos en mi nombre corrían,
abrí la puerta sin pensarlo,
me quedé paralizada,
la sangre desapareció de mi rostro,
me quedé pálida y sin aliento,
la desesperación me llenó todo el cuerpo,
vi el brillante metal en tus manos,
¡arremetiste!
me abalancé sobre ti y mi cuerpo tembló,
forcejeamos y logré sujetar tus manos,
me llené de temor,
te supliqué que no lo hicieras
que no me causaras ese dolor,
y por tu egoísmo,
por segunda vez
¡me mataste!
me hiciste pedazos y mi cuerpo se tensó,
te vi con esas tijeras en las manos
tratando de meterlas al cuerpo,
y yo contemplé esa imagen mientras moría.
Sentí la sangre en mi garganta,
se formó un nudo,
mi cuerpo se volvió frío y se dejó caer
sin ningún movimiento de resistencia,
mis latidos estallaron y desaceleraron pronto.
Logré separar las tijeras de tus manos,
sentí el metal frío entre mis dedos,
no me escuchaste y las lágrimas salieron,
todo se llenó de luto, el silencio llegó,
por un buen tiempo me quedé sin palabras,
la sonrisa desapareció
y todo de amargura se llenó;
en mi mente vi mis recuerdos contigo,
me mataste,
como la primera vez,
con esas otras tijeras
que se clavaron en mi alma para siempre,
con crueldad y sin importarte nada,
me hiciste daño,
formaste un gran vacío en mí,
el rencor y el resentimiento surgió en mi mirada,
las pesadillas se clavaron en mi mente,
te llenaste de odio,
dijiste esas palabras de despedida
y vi tu mirada sin sentido,
distante, llena de coraje y de odio.
Me mataste cuando intentaste suicidarte.
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