De álamos como agujas amarillas
pinta la muerte del verano…
y el frío quemando mis pies.
Fue entonces que desperté del letargo,
aspirando bocanadas de esperanza…
y angustia.
¿Quién era yo? Ya no recuerdo,
las cosas en mis bolsillos dan una idea.
Pero ¿qué hay de las cicatrices y rasgaduras en mi ropa?
¿Andar? No sé a dónde voy,
e ignoro el detenerme.
Hay destellos en mi memoria de una mujer…
Tropiezo,
instantes después mis rodillas sangran
y me incorporo notando un relicario oxidado colgando de mi muñeca.
Sus sonrisas y sus abrazos llegan a mi mente cual rayo que cae en la tierra…
una mueca se asoma entre mis barbas,
mi sucio aspecto.
Un largo bostezo acompaña mis pasos
y avanzo…
dejando besos en el filo de las piedras.
Con el sol a mis espaldas y la fatiga de los años vuelvo a caminar erguido,
como aquella vez en que sostenía un universo entero.
Ahora los álamos me impiden ver el sendero
y está bien…
caminar a ciegas es guiarse por el corazón.
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