Somos la generación que le canta a la equidad, a la naturaleza y a la diversidad.
Queremos dejar la huella en nuestro siglo, como lo han hecho generaciones anteriores a la nuestra.
Queremos moldear esta generación para que personas del futuro puedan voltear hacia el pasado sin vergüenza de saber que vienen de nosotros.
El fuego de la lucha está latente, somos una generación de cambio, y como todas las generaciones que han estado antes, nos temen y nos desprecian.
Debemos unirnos en fraternidad, abrazar la multiculturalidad latente y aceptar que las redes sociales han llegado para quedarse.
Admitimos la ansiedad, el cansancio y la frustración.
No hay belleza más que aceptarnos en la diferencia.
Esta es la generación que ha decidido destrozar y romper muros con tal de que la mujer no sufra más violencia, no sufra más desigualdad.
Admitimos que tanto el hombre como la mujer son compañeros del juego.
Un hombre no vale más por su capacidad de destruir sino por su capacidad de comprender.
Una mujer no vale menos por una vida sexual activa ni tampoco por una vida sexual no activa.
Nos llaman la generación de cristal cuando somos más resistentes que un diamante.
Estamos aprendiendo a decidir sobre nuestros cuerpos, pero también a decidir sobre la identidad de género que nos identifica.
Hemos pensado en el aborto, la responsabilidad afectiva y la paternidad responsable.
Abrazamos el arte, abrazamos la vida.
Compartimos con el mundo nuestras ideas en una storie, pero también salimos a las calles a defenderlas.
El cuidado del medio ambiente es un legado que queremos dejarle a generaciones posteriores.
Y aunque una pandemia azotó un año entero de nuestras vidas, hemos vuelto a descubrir los libros, el tye-dye, los juegos de mesa, la contemplación y la reflexión.
Somos la generación de TikTok, de las vacunas modernas y del calentamiento global vuelto realidad.
Disparamos con la cámara en lugar de con las armas.
Nunca se han vivido tiempos más tecnológicos que estos.
Ya no le cantamos a la aceleración sino a la aceptación.
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