Recorro filas de asientos,
ocupados con almas vacías,
tibias pero ahogadas
en espesa indiferencia.
¿Acaso yo los deprimo?
¿O son ellos quienes me infectan?
Chocolates, chicles y salvavidas,
así me arrojan el sucio bronce,
pues plumas y pulseras,
no les hacen apartarse
de la ventana empañada.
Seguro que solo buscan
algo dulce para olvidar
lo agrio y seco del trayecto,
del que no pueden escapar.
Aunque debo de admitir,
que envidio mientras les ofrezco,
pues ellos tienen un destino,
mientras yo sola me quedo
dentro de este agotador circuito.
Suben, duermen y se bajan,
a ninguno le duele la espalda,
y sin notarlo abro mi boca
rogando por sus migajas.
Reconozco a muchos de ellos,
y estoy segura que es mutuo,
pero jamás hablaremos solos,
los nombres seguirán imaginarios.
No sé qué ofreceré mañana,
a ninguno le alcanza para nada,
seguro que jalo más de payasa,
para que así al fin me sonrían,
aunque sea por pura cortesía.
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