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Andrés Martínez Guzmán

El gigante y las habichuelas mágicas

I


Imaginemos, por una vez, que la historia ocurre de otra manera

y que es allá arriba, en las nubes, donde el gigante intercambia

al ganso de los huevos de oro, por unas tristes y miserables habichuelas.


Imaginemos que, al cabo de un tiempo, de las habichuelas

crece una planta enana, pero con raíces de monumental tamaño.

Supongamos que el gigante se da cuenta y se decide a bajar,

con su enorme panza, su adusta barba y su estúpida sonrisa.


Y baja que baja cantando alegre de la vida.

Y ríe que ríe desbordando alegría.

Y la raíz lo acompaña: jijiji.

Y el gigante le responde: jajaja.


Mientras tanto, en una aldea venida a menos, los granjeros lloran,

hace unos días que bajó una raíz del cielo, hace unos días que los cultivos se resecan.

Del otro lado, en la misma aldea, los feligreses oran de rodillas,

imploran que se salve la aldea, imploran a Dios que envíe una señal.

Y en medio de tanto llanto y tanto rezo, la tierra comienza a temblar,

no es Dios ni su contrincante, sino el gigante que acaba de llegar.


Y canta que canta rezumando en júbilo.

Y anda que anda por toda la aldea.

Y el gigante carcajea: jajaja.

Y los aldeanos responden: ayayay.


II


Piensa el gigante vanidoso que todo se reduce a su presencia

que todo cuanto existe es de su pertenencia.

Y los aldeanos poco hacen para refutarlo,

le entregan todo y hasta han aprendido el idioma del gigante.


De uno en uno van perdiendo sus posesiones.

Antaño cada aldeano tenía un nombre diferente

los había Juan, los había Mario, los había Alberto;

ahora, por decreto imperial, sólo los hay Jack.


Y el gigante, sentado en su trono de cráneos, comienza a cantar:

“Jack, Jack, dame una almohada, Jack, Jack, dame tus tierras,

Jack, Jack, quiero monedas, Jack, Jack, no te me pierdas,

Jack, Jack, cumples condena, Jack, Jack, vas a la hoguera”.


III


Ha pasado tanto que ya no recuerdan su vida sin el gigante,

las horas y los días se miden de acuerdo a sus pisadas.

Todos se han resignado a la perpetuidad de la cadena,

todos, excepto un pequeño grupo de Jacks rebeldes.


Cierto día, animados por el vino de plátano,

deciden que es hora de llamar al destino;

toman las armas, toman sus almas

y marchan al funesto encuentro.


Suena una trompeta que despierta al gigante,

y a la molestia del sueño interrumpido

se le suma el inconveniente de la pólvora,

tatuando la inmensidad de su cuerpo.


Y son los puños y son la ira,

y son los sueños y las melodías,

los que hacen a los aldeanos dejarlo todo.


Finalmente, el gigante es amarrado a la raíz que comenzó esta historia.

Los aldeanos apresuran a sus hachas a destruir el tallo,

el cual se rompe, pero en lugar de caer se eleva

y con él, el gigante que llora y patalea en las alturas.

Los aldeanos lo observan elevarse, como una pesadilla que se desmorona.


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