Mi dulce Anaïs,
no sólo eras la amante de aquel
con quien buscaron opacarte,
eras la escritora por derecho propio,
la escritora vanguardista,
una mujer liberalista,
eras un párvulo pajarillo
que rozabas con tus alas
ese obscuro deseo,
abriste la puerta a lo prohibido
y fuiste el temor de algunos
que no gustaban del erotismo,
les aterraban los espejismos,
trataban de borrar tu nombre
porque en tus páginas guardabas
los más peligrosos secretos,
mi Delta de Venus,
les lamías la oreja
con tu fuerza volcánica y tu fogosidad,
eras el olor del demonio
que tanto les aterraba,
eras una cajetilla de fósforos ardientes,
que se encendían con cada revolución;
la revolución de tus anárquicos libros,
los quemabas sin la necesidad de fuego.
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