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¿Somos consecuencia de la guerra o la guerra es consecuencia de nosotros?

Un nuevo siglo trae consigo nuevos retos, nuevas formas de vida, nuevos mundos y claro, nuevas preguntas que responder. Casi pareciera que después de todo lo que ha pasado, la historia tiende a repetirse una y otra vez. Está de más afirmar que por lo visto el hombre es incapaz de aprender de sus errores y que la vida es un extraño bucle sin fin que termina ahogándonos en una paradoja incesante de muertes, destrucción y -posible- extinción.


Desde chicos se nos ha vendido una idea equívoca de la guerra. En las escuelas nos enseñan fechas y años que creen esenciales, pero no comparten lo que es importante. Nos infestan la cabeza con agobiantes relatos de principio a fin solamente quedándose en lo académico. Retacan nuestros cráneos de mentiras sin sentido como una base de datos que tiende a repetir todo lo que se le enseña y una vez que crecemos, se nos incita a defender nuestros ideales sin la verdadera esperanza de que algún día lo hagamos.


Todo este concepto se ha ido deteriorando con el paso del tiempo, es decir, después de todo, una época moderna trae consigo problemas modernos. No hay autos voladores ni -aún- existe la teletransportación, en cambio, dieciocho mujeres aproximadamente son asesinadas al día y la tasa de depresión en jóvenes y niños va cada vez en aumento.


A partir de la introducción de la modernidad y la industrialización, las luchas han dejado las calles y se han centrado en nuestra persona. Tal vez no vuelva a haber otra Independencia de México o Revolución Mexicana, pero es cierto que día a día vivimos deambulando sin sentido, preguntándonos cosas como quiénes somos o qué hacemos aquí. Nos encontramos agobiados y perdidos, tratando de remediar todo lo que el nuevo siglo nos ha traído.


Es notable identificar que el humano no puede evolucionar o avanzar sin el sentido que le otorga la guerra a la vida. Esto se puede identificar de la manera más sencilla, por ejemplo, nuestra historia está repleta de luchas armadas, guerrillas y peleas sociales que han cambiado de manera drástica nuestro entorno. Es arriesgado incluso decir que esta nos ha ido formando a lo largo de nuestras vidas y que, al parecer, sin percatarnos de ello, los hechos ya pasados nos complementan.


Nuestra vida está llena de disputas de principio a fin. Llevamos en nuestra sangre historias que ni siquiera hemos oído, peleamos en enfrentamientos de los cuales no tenemos consciencia y formamos parte de una larga fila de descendientes guerreros. Formamos parte de un todo del cual ni siquiera llegamos a observar de manera directa. Entonces, ¿es claro decir que la guerra nos hace? ¿Acaso las luchas y las peleas no nos han creado como individuos? Después de todo, nuestras raíces indígenas se resumen en ello. En una pelea interminable para llegar a una pronta respuesta de qué representa el ser mexicanos.

Esta misma crisis de identidad ya mencionada, comienza a partir de la Segunda Guerra Mundial, justo después de toda la catástrofe y destrucción. Gracias a los sucesos, una corriente pesimista empieza a postrarse sobre los ciudadanos de los países afectados, causando la inclinación de las personas por una visión más cruda y casi apocalíptica de su realidad. Ante esto, y como casi una respuesta al llamado de auxilio, las vanguardias y la corriente del modernismo llegan haciendo su entrada para salvar la sociedad.


Una idea modernista empieza a postrarse sobre todas las personas, pensadores, intelectuales y artistas. En ellos empieza a recaer la obligación y la tarea de reconstruir la realidad que se había dejado atrás. Aquí es donde se empieza a crear un enfoque más positivo de todo el caos, uno que justificaba toda la desestabilización económica y las consecuencias postapocalípticas de la industrialización.


A partir de este punto, el letrado, el artista, el escritor y pintor, empiezan a verse como encargados de restablecer el orden en el mundo y los países a su única manera. Los intelectuales empiezan a hacer sus primeras apariciones en Hispanoamérica y todo esto lleva a crear una nueva realidad que se antepone a la vieja.


Desde este punto, las vanguardias surgen como una ayuda inmediata. El individuo deja de ser un participante más de la sociedad y se pone en marcha recibiendo una etiqueta de creador. La modernidad crea un enfoque completamente ajeno a lo que se vivía en aquellos años, empezó con la aprobación de todos estos cambios y la destrucción causada por las luchas. Creían que sin guerra no había un cambio y sin cambio no había un avance significativo, por lo tanto esta era necesaria para crear un nuevo mundo a partir de las cenizas del viejo.


Esta forma de pensar caracterizó perfectamente al hombre moderno y a la mujer en la época de la industrialización. El cargo de conciencia que se nos atribuye, que nuestro futuro y vidas dependen de cada uno de nosotros. Que es primordial empezar el cambio con uno mismo para así poder cambiar nuestro entorno, cosa clara del individualismo.


Entonces, después de todo el recorrido es necesario llegar a preguntarse: ¿el humano crea la guerra o la guerra crea al humano? Es cierto que desde los principios de la humanidad las peleas y riñas han formado parte esencial del desenvolvimiento del hombre y la sociedad. Por lo mismo se replantea el hecho de que gracias a este tipo de sucesos México es república; tenemos derechos y se nos ha otorgado incluso el poder exigir lo que es nuestro. Casi como en un laberinto, la respuesta yace vagando en las alas de la ambigüedad de la vida misma. Al final todo se resume en ello, ¿qué vino primero?, ¿el huevo o la gallina? ¿Creamos la guerra o la guerra nos crea a nosotros? Es muy pronto para aceptar o negar algo en concreto respecto al tema, lo único que se rescata entre la paradójica relación de creación y destrucción del ser humano, es el cambio. Las peleas, discusiones, evoluciones, tratados, manifestaciones, actas y llamados, todos llevan a lo mismo, son un grito de auxilio, un grito al cambio.


Bien, si somos consecuencia de la guerra significa por lo tanto que somos hijas e hijos del cambio. Nos creamos y nos destruimos, nos rompemos y nos reconstruimos de nuevo. Es pronto para llegar a una conclusión, es pronto para no atender y dejarnos caer ante tal llamado. Por ahora sé que somos creadores, la guerra nos hizo así. De nosotros depende la realidad y todo lo que nos rodea, ahora, el problema aquí es, ¿por dónde empezar? ¿Qué hacer? Por mi parte, estoy empezando, estoy tratando.


Referencias:

Luja, P., Mercedes, M. (2014). El individualismo como elemento que influye en la vida y configuración de la ciudad. Legado, vol. 15, pp. 59-71.

Serna, R. (2012). El modernismo, un fenómeno amplio. Archivo de filología aragonesa, vol. 68, pp. 177-184.

Subirats, E. (1984). Dialéctica de la vanguardia. En La crisis de las vanguardias y la cultura moderna (pp. 79-104). Madrid: Ediciones Libertarias.

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