Sentados junto a su madre un par de niños escuchan atentos un hermoso cuento. Como ya es tradición cada víspera de navidad, la mujer les lee a sus pequeños hijos la increíble historia del Cascanueces y su encarnizada lucha contra el malévolo rey de los ratones. Quizás este cuento resulte muy familiar, ciertamente, pero ¿quién no ha leído? el fantástico relato del “Cascanueces”, aguerrido soldado de madera, en cuyo interior vive preso de un vil embrujo un adorable caballero, cuya cruenta batalla contra el “Rey de los ratones” casi le cuesta la vida y a quién al último momento, la valentía y el arrojo de una linda jovencita le ayudan a derrotar a la terrible banda de roedores y le conceden la mejor de las victorias: su joven e inocente corazón.
La navidad y su increíble brillo van llenando la ciudad, se asoman por doquier los adornos, campanas, árboles cargados de luces y más. El aire se va tornando festivo, mágico y un tanto melancólico también. Las memorias de épocas pasadas, se lanzan en frenética proyección. Mostrando aquellos recuerdos, hermosas postales; gigantes dormidos que habitan en el alma y en el corazón de los hombres que una vez fueron niños; niños que correteaban alegres unos detrás de otros, delirantes con las bocas llenas de golosinas; expectantes ante la fantástica aparición de un regalo envuelto en una suerte de creencias y leyendas que habrán de recordar para toda la vida. La lista de cosas pendientes va en aumento según se acerca más el día: compras, adornos, bebidas, etc. La víspera nos sorprende exhaustos, corremos agitados, pero ya no tan ansiosos ni delirantes, ya no tan niños, ya no tan inocentes.
Clarisse es un típico ejemplo de ese ajetreo pre navideño que nos deja agotados después de la llegada de la navidad. Ella, es una chica nada común por cierto, inquieta, soñadora y hermosa por demás, pero complicada muy complicada. Clarisse, hace muchas cosas: escribe, enseña, le encanta la poesía, leer, adora la música y sobre todo le encanta la navidad. Una época maravillosa del año, aunque por ratos agridulce también, llena de sueños y esperanzas que nos embriagan el corazón y el alma. Para ella no es casualidad que la navidad sea su época preferida, los recuerdos de esos días le han marcado extraordinariamente, tanto que al evocarlos, una mezcla de sensaciones diversas recorren su cuerpo y le estremecen.
Aquel año, Clarisse empezaba su último período de la escuela, su vida era para aquel entonces un sube y baja de emociones: su casa, la escuela y él. Lo vio por primera vez y su mirada le dejó pasmada; no cruzaron palabras pero la chispa se había encendido y el fuego sería imposible de apagar. Días después coincidieron nuevamente y el amor entre ellos surgió. Eran tan jóvenes, sólo deseaban estar juntos; cualquier cosa era un buen pretexto para verse. Se buscaban, se llamaban, se veían, se pensaban todo el día. Ellos estaban experimentando el amor por primera vez, todo era nuevo: las manos sudorosas, las risas nerviosas, la voz entrecortada y los labios temblorosos que se acercaron para aquel primer tímido beso. Se gustaban tanto, estaban tan enamorados. Durante mucho tiempo ese sentimiento los acompañó, de hecho jamás los abandonó; solo querían estar juntos. Corrieron así los meses y uno sucedió al otro con gran rapidez, ya casi era navidad. Clarisse no estaba segura de poder verlo aquel día, los preparativos no daban tregua; sin embargo, sí pudieron encontrarse y para sorpresa de ella, quedó fascinada; el chico le había regalado un hermoso y perfecto Cascanueces, narrándole la historia del gentil caballero atrapado en aquel soldadito de madera quién luego por la fuerza de su amada era liberado de un terrible conjuro viviendo así felices para siempre. Clarisse jamás había guardado nada con tanto recelo. Aquella historia que ya conocía resonó en su mente todo el día, pensaba que maravillosa aventura la del Cascanueces y su enamorada.
Desde hace varios meses, Clarisse está muy emocionada pues esta Navidad será por demás especial. Su madre y un grupo de amigas de la universidad a quiénes no ve desde que se mudó vendrán a celebrar con ella, así que anda de un lado para otro, organizando todo para recibirlas. Ha comprado adornos nuevos para decorar su pequeño pero acogedor departamento, ha puesto el árbol, horneado galleticas y por supuesto los obsequios no podían faltar. Sin embargo y como en otros momentos le asalta el recuerdo de aquella víspera de navidad cuando él le regaló aquel precioso Cascanueces. Guardado entre sus cosas más preciadas se encuentra la hermosa figurita. Clarisse la sostiene entre sus manos con fuerza evocando aquellos días en los que fue tan feliz, sin embargo sus ojos se llenan de lágrimas no las puede contener y nuevamente lo guarda con un dejo de tristeza.
El reloj ha marcado la medianoche, ya es navidad. Se chocan las copas, los abrazos no se hacen esperar. En casa Clarisse se ha quedado despierta un poco más, su madre y sus amigas han caído rendidas, mientras ella disfruta del silencio que se va apoderando de todo; ya solo se escuchan a lo lejos algunas voces que se van apagando. Clarisse por fin se ha quedado dormida, es una noche mágica, la más perfecta del año. Ha comenzado a nevar, hace un poco de frío. La nieve va cubriéndolo todo suavemente, la brisa mece las ramas de los árboles y el cielo se ve especialmente hermoso. Los pies de Clarisse se hunden al caminar. Sus manos a pesar de los guantes están aún friolentas y su abrigo no parece ser suficiente para darle calor, sin embargo, continúa andando, no hay nadie cerca, todo a su alrededor se ve bastante solitario pero a pesar de eso le parece magnífico. Buscando calentar un poco más sus manos, las sumerge en los grandes bolsillos de su saco que bien se siente ahora, descubriendo en ese preciso instante que el precioso soldadito, estaba allí, justo allí. Vaya sorpresa, lo sujeta con fuerza y no lo suelta. No sabe hacia dónde va, la nieve intensifica su caída y le cubre el rostro, hace mucho frío. Ella sigue caminando buscando donde refugiarse, apretando cada vez más fuerte entre sus dedos aquel cascanueces. Se siente perdida e increíblemente sola, está helada, sollozante y temblorosa. Se sienta, ya no tiene más fuerzas ha caminado mucho tiempo, necesita descansar un poco para retomar la marcha. Recuesta su cabeza un instante, un árbol le sirve de apoyo y cierra sus ojos; el frío quema sus labios. No siente las piernas, sus brazos están inertes y su corazón late muy lentamente. Clarisse abre los ojos despacio, ya no hace frío una cálida habitación en una casa grande con ventanales la acobijan. El fuego está encendido en la chimenea, sus guantes y su abrigo al parecer los ha perdido y su cascanueces también se ha ido. Clarisse suspira y sonríe.
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