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Carta editorial V. 2 N.7

  • Foto del escritor: La Memoria Errante
    La Memoria Errante
  • 5 ago
  • 2 Min. de lectura

Migrar es, muchas veces, una forma de resistencia. Caminar con los pies descalzos o correr con los tenis bien puestos. Escapar de la guerra, de la pobreza, del olvido. Migrar es huir, pero también es buscar. Buscar una vida posible, una cama menos dura, un trabajo que no lastime tanto las manos. Migrar, sin embargo, se ha vuelto un acto criminalizado: una amenaza para las fronteras, un riesgo que se castiga, una libertad negada.

Hoy, ser migrante es estar en peligro. Peligro de ser deportado, encerrado, borrado. De ser separado de tu familia, de ser reducido a un número, de morir en el intento. Estados Unidos ha perfeccionado las formas de violencia institucional contra quienes sueñan con cruzar su frontera: desde los muros y las vallas electrificadas hasta los campos de detención, la vigilancia con drones, las deportaciones masivas y la utilización de cuerpos migrantes como moneda política. A la esperanza se le responde con jaulas. A la necesidad, con castigo. Pero la violencia migratoria no ocurre sólo en las fronteras: también sucede en las ciudades que expulsa la gentrificación, en los desalojos disfrazados de progreso, en los barrios que se transforman hasta volverse ajenos. Migrar también es ser empujado fuera de tu propia casa por un sistema que decide a quién le pertenece el derecho a habitar.


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Y si migrar es dejar atrás un territorio, a veces también implica dejar atrás una parte de la identidad. La guerra, el exilio, la diáspora fracturan no sólo la tierra, sino también la lengua, el nombre, la historia. Nos preguntamos: ¿quiénes somos cuando nos obligan a olvidar de dónde venimos? ¿Qué sucede con la memoria cuando no hay más tierra donde sembrarla?


Este número de La Memoria Errante se construye desde esa grieta: la que queda cuando se parte, la que arde cuando se llega. Nos posicionamos del lado de quienes caminan, de quienes resisten, de quienes exigen el derecho a moverse y el derecho a quedarse. Porque la memoria también migra, pero no se rinde. La memoria busca, reconstruye, conserva.

 

La Memoria Errante no olvida. La Memoria Errante camina.

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