La Inquisición tenía una poderosa arma contra los disidentes: el “Índice de libros prohibidos” (Index Librorum Prohibitorum), el cual duró cuatro siglos. Era un listado de libros que, según la Iglesia, se consideraban dañinos para la fe, ya sea por tener erotismo, ideología marxista, carecer de virtudes capitales, hacer difusión de materialismo filosófico, burlas a la Iglesia –o a sus integrantes–, nihilismo, desesperanza, herejía o deficiencia moral; por ello “condena frases, imágenes, títulos y autores”[1]. Fue en 1559 que salió la primera edición oficial en Roma por obra de la Inquisición romana y bajo la observación de Pablo IV, quien antes de ser Papa fue inquisidor supremo, luego se siguió editando con Pío V y la Congregación de la Inquisición romana.
Como la Inquisición, el índice papal tenía antecedentes: “Los sumos pontífices y obispos consideraron desde tiempos inmemoriales su deber sagrado y derecho divino de censurar, prohibir y aniquilar toda obra teológica, científica o literaria que les pareciera inconveniente”[2], los primeros sacerdotes cristianos se esforzaron en eliminar la literatura griega y romana, posteriormente, con el texto canónico de la Biblia, las demás variantes o apócrifos se desecharon. Pasó lo mismo con obras de los heresiarcas del cristianismo primitivo y Edad Media.
Durante la Edad Media no era difícil perseguir a la literatura facciosa por las pocas personas instruidas en la lectura y las obras literarias en sí, pero se complicó cuando comenzó la imprenta. Esta ayudó a la alfabetización y fungió como arma contra el papado por humanistas renacentistas, protestantes y científicos. La Iglesia, en un inicio, vio de buena manera a la imprenta por la difusión del saber, pero poco tiempo después se cayó en cuenta del peligro que representaba por el tipo de ideas a las que se le podía dar atención. Así, los altos mandos católicos temieron la gran producción impresa e intentaron defenderse con anatemas, prohibiciones y excomuniones, de su lado no se podía imprimir nada sin la aprobación de los inquisidores designados: los que tienen el derecho es el sumo pontífice, cardenales, obispos, líderes de órdenes monacales; también se obligaba a creyentes y clérigos a denunciar libros peligrosos.
El Papa Sixto IV fue el primero en imponer la censura de libros. El V Concilio de Letrán fue dirigido por León X donde mandó una bula “Inter solicitudes”, que se aprobó para censura previa de obras impresas y se extendió a todo el mundo cristiano: los obispos locales serían censores.
El rey francés Francisco ordenó a teólogos de la Sorbona, en 1535, hacer una lista de libros prohibidos: “los culpables de editar, distribuir o leer esos libros estaban amenazados con la excomunión, el encarcelamiento e incluso la hoguera”[3]. Por ejemplo, las proporciones de la persecución francesa de obras indeseables para la Iglesia y el gobierno se pueden ver entre 1660-1756, donde se recluyeron en la Bastilla a 869 personas, autores, impresores, editores y libreros. Esto inspiró a Carlos V en España, por ello en 1546 los teólogos de la Universidad de Lovaina prepararon su propio índice, la Inquisición lo volvió suyo y lo reeditó constantemente con modificaciones y adiciones; sin considerar los Índices romanos donde prohibía biblias en romance, autores espirituales y mucho teatro, ambos nacionales y peligrosos por su gran difusión. Paralelamente, con pocas variaciones, los tribunales de Inquisición locales en Venecia (1551), Florencia (1552) y Milán (1554), hicieron sus ediciones.
“Desde que se publicó, en 1559, el primer Índice romano, la censura de todos los libros imprimidos en los países católicos estuvo en manos de la Inquisición pontificia.”[4] Pablo IV prohibió las impresiones no censuradas por inquisidores, los libreros debían informar de las novedades al Santo Tribunal así como tener su permiso para venderlas; examinaban desde librerías hasta bibliotecas privadas, y quemaban los libros confiscados. En 1490 hubo un auto de fe para libros en Toledo, en donde se quemaron libros de otras religiones; después hubo otro en Salamanca, en la plaza de San Esteban, se quemaron más de 6 mil libros relacionados a otras religiones, supersticiones, brujería, entre otros temas similares. Durante siglos se hizo hincapié en destruir el Talmud, el Corán, los libros religiosos de judíos y musulmanes.
Las acciones de Pablo IV fueron sancionadas por el Concilio de Trento, en 1562 se eligió una comisión con 18 obispos para completar y revisar el Índice de 1559, incluyeron en la lista (Index Tridentinus) todas las obras de teólogos protestantes. En diciembre de 1563 el Concilio aprobó un decreto sobre el Índice: “Dicho decreto disponía que todos los libros que habían sido condenados por Papas o Concilios económicos antes de 1540 y que no estuviesen incluidos en el Índice, seguirían estando tan condenados como anteriormente”[5]. El decreto se confirmó al año siguiente por el Papa Pío IV en una bula donde promulgaba 10 reglas sobre su censura.
El Papa Pío V creó la Congregación del Índice, que posteriormente se volvió el Departamento de censura de la Iglesia Católica. Esta congregación con funciones judiciales imponía penas eclesiásticas a los autores. En 1847, Inocencio VIII hizo la bula Inter multiplices que obligaba a tener una licencia eclesiástica para imprimir libros. En 1908 el Papa Pío X le quitó sus funciones judiciales a la Congregación y en 1917 Benedicto XV hizo un decreto especial para unificar a la Congregación con la del Santo Oficio, es a partir de ese momento que se le considera una institución de censura; en 1948 se publicó el último índice y en 1966 el II Concilio Vaticano hizo que se dejara de editar en esa ciudad. Durante el siglo XVI-XX hubo 32 ediciones de la lista; en el siglo XVI se realizaron 4, durante el XVII hubo 3, en el XVIII se hicieron 7 y a lo largo del siglo XIX hubo 6.
En el siglo XIX hay dos tipos de prohibición de la Iglesia: 1) libros prohibidos de derecho, como los que eran en contra de la religión y no necesitaban ser especificados: traducciones de las Sagradas Escrituras, que propagaran herejías, atacaran los cimientos de la fe, estuvieran en contra de la religión y las buenas costumbres, escritos por autores no católicos que además tuvieran contenido religioso –a menos que hubiera certeza de que no iba contra la fe–, que deseaban se permitiera el suicidio o el divorcio, francmasonería y sociedades similares que se pensaban útiles o inofensivas, temas lascivos u obscenos, entre otros); 2) los nombrados por sus títulos: obra completa de un autor que no se detallan u obras sueltas que se citan por título. En el siglo XX la Inquisición vaticana comenzó a anatematizar a obras de autores católicos, principalmente, las más notorias y leídas.
En el índice no estaba Darwin ni naturalistas porque se sobrentendía su prohibición, también sobre los que propagaban y difundían el comunismo y socialismo; del movimiento obrero revolucionario internacional u obras soviéticas. “La ciencia fue la temática menos perseguida por el Santo Oficio. Según los cálculos del especialista José Pardo Tomás, las obras científicas por el Indice de 1559 representaron solo el 7.8% del total, menos aún en el catálogo de 1583 (6.9%), y nunca excedieron el 8%.”[6]
Hay cientos de escritores actualmente reconocidos en el índice: Giordano Bruno, Voltaire, René Descartes, Denis Diderot, David Hume, Jean Jaques Rousseau, entre otros muchos, resaltan también obras de; Francis Bacon, Víctor Hugo, Immanuel Kant, Michel de Montaigne, Charles de Montesquieu, Leopoldo von Ranke, entre otros literatos, pensadores y científicos importantes. Incluso Cervantes tuvo que modificar una frase de la segunda parte del Quijote por petición de la Iglesia; Los Miserables fue una obra prohibida hasta 1959; mientras que se prohibieron totalmente a Sartre, Ciorán, a Erasmo y La vida del Lazarillo de Tormes por las críticas a la Iglesia sobre sus vicios y corrupciones. El índice romano y la Congregación del Santo Oficio finalizaron en 1966, la última se transformó en Congregación para la doctrina de la fe.
Este fue un pequeño resumen de una historia represiva de más de cuatro siglos, en donde se juzgó a los libros, a sus autores y a todos los que se relacionaran con ellos, ya que se estimaba iban en contra del orden establecido, el cual buscaban mantener bajo su mando a través de cualquier método. Claro que, les fue imposible quemar todos los libros, censurar a cada autor, eliminar cada idea que no les agradara o fuera divergente con ellos. Por el contrario, los autores y sus obras sobrevivieron, llevando el poderoso mensaje de que la censura nunca es absoluta, menos en esta era de internet donde se puede publicar y leer de todo, aún existe la censura por diversos motivos, pero nunca volverá a este extremo y no debemos permitirlo.
Bibliografía
Degetau, Jorge, “Los libros prohibidos”, Letras Libres, (2011), https://www.letraslibres.com/mexico-españa/llos-libros-prohibido (consultado el 4 de abril de 2021).
Grigulevic, Iosif Romualdovich, “El Índice de los libros prohibidos” en Brujas, herejes, inquisidores: historia de la Inquisición en Europa y Latinoamérica, editado por Fritz Erik Hoevels, Zgorzelec, Polonia: Ahriman Internacional, 2001, pp. 373-381.
Fernández Luzón, Antonio, “Los libros que prohibía la Inquisición”, La Vanguardia, (2021), https://www.google.com/amp/s/www.lavanguardia.com/historiayvida/edad-moderna/20210120/6184272/libros-prohibidos-inquisicion..amp.html (consultado 4 de abril de 2021) (originalmente 629 de la revista Historia y Vida).
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