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Carlos Sampedro

La reseña

Es el producto de las vicisitudes en la vida encontrar la cocina de la señora Elba, pues un día entre tantos otros vagaba en las calles de la colonia México, una colonia de viejitos, con hambre pedí asilo en una casita beige con bordes marrón, y mi aparato gástrico rugió indecente como siempre, recibiéndome como si obrero exhausto de la mina se tratara, así expidió la carta de la casa en tablas reconstruidas de madera de pino y cedro marrón rojizo del duramen, que llevaban una armonía con los adornos industriales-eléctricos del Señor José David (el esposo), insistió servir con el debido “por favor” y en contestación “gracias”, lo hizo — ya me sentía mimado— el impresionismo falso Van Gohgniano que no siempre arruina la degustación de la primera vez esta ocasión lo hizo magnifico, no es recomendable, pero es una trampa pues la arquitectura del salón es un automóvil grandote, sadomasoquismo del conductor cuando es invitado a la colera del motor, si se atreve a oír a la criatura metálica tan siquiera, te obliga a vestirte de mecánico veterano, hace que desesperes ansioso, te calienta . La maestría de Doña Elba sale a relucir al crearte delirios, con la delicada locura u ollas de barro que venden las chiapanecas en el Centro de la ciudad, chocando sin tempo acorde al ritmo de la mano de “Los Charlies”, llamados cariñosamente por la matrona en el cuarto de a lado, se trata de la banda de su hijo, el joven hechicero que estudia para leer mentes en el nido de los halcones. Es una maestra inquisidora, a fortalezas de Veracruz amurallado que en planeación del lugar se empero desde la concepción de la idea que los muros iban a ser de los recursos que rodeaban, sin distanciarse a la dirección de arquitectura colonial, es calidez de lo verdadero, de lo que nos tocó vivir y así no olvidar que en lugares parecidos también se puede comer exquisito, la conquista de mi paladar fue producto igualmente del orgullo de pescao que se ha de producir en estas las playas de la vera, no gracias a las redes de los jarochos, bofeteándome con sus estufas y rollos de aluminio si me escucharan decirlo, que con las mismas manos dan a nacer el sabroso sazón que le han dotado, eso sí es gracias a ellos, cosa que como es de imaginar, la cocinera presente heredó, no hay flacas actuaciones por la humildad en las palabras que expresa en forma de corrido sureño “Esto no es restaurante”, “La cocina se cierra a determinada hora”, “Se sirve solo el que llega tarde”. Los libros de la antesala son de teoría de ingeniería, investigaciones del año del caldo, que es impensable botarlos a la basura. Para nada en copla, la señora me contó que sus recetas se encuentran en libretas sobre el garrafón de agua o bien, en una caja donde guarda pastas, semillas y chiles, las escribe en libretas que dejaron sus hijos “La ina”, “El Davichin” y el otro cuyo apodo se desconoce porque no se le hizo referencia más allá que su propia existencia.


Al pasar a la mesa sucede catástrofe tras catástrofe, montañas de títulos de la fina cocina francesa alzándose sobre los cimientos, tapando los bosques de cocinas como esta, quedando ocultas al ojo del buen crítico, no tiene que suceder en este cotidiano proceder, lo recibí irónico, admito que las grandes cocinas de Europa encontraron en sus expediciones platillos envidiables, pero, el eclipsamiento lo he de recibir como discriminación, tal experiencia y tal rebeldía no la he visto ni en puestos de tacos callejeros. Las virtudes de “la nena” enterándome de su intrépido apodo de orígenes misteriosos, te lleva de paseo a la estratósfera, la ejecución de las cucharas, el salpicar de las especias y el cuerpazo de las salsas acompañando el platillo es solo artístico, son caricias al paladar con marcos de guerra, te cree capaz y te asesina frente al plato servido, porciones titánicas del cereal principal de los chinos, armando la orgía con pechuga seca, bañada con la exportación robada de las abejas, definitivamente sintética de sabor fabricado en laboratorio, adicionando la bebida olímpica, insulto astuto a los grandes baristas en la región sublime del café no arábico de Coatepec, líquido pasado de mano en mano sudorosa gracias al clima furioso caluroso, como la señora si en el proceso de la preparación se le cae algo, degustación de emociones vivas y muertas, a mitades de luto, y otras de blanco por la fiesta a la fogosidad dentro de paredes carnosas, negro por el novenario de la profesión de barista.


Conclusiones:


Es óptica, es como llevar vestido de noche rosa pastel y estiletos verdes fastosos, crea conflicto ideológico con la simpleza, lo que en filosofía crearía crisis, aquí crea un platillo mal educado y sucio que despierta mis gustos enterrados hace muchos años de una forma amistosa con las imágenes de una vida ideal y tranquila. Una gran comida que a mí llega como el abrazo de mi madre, en cuanto a la señora Elba, decir que es una esplendida cocinera es limitarme, pues en sus procedimientos encontré el secreto del que en mis recuerdos identifico al amor maternal, me rindo al amor, máxime si este es ingrediente en la preparación y la satisfacción.


Si pudiese dar las Michelin, le daría un chingo.

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