La tarde estaba cálida. Lentamente los rayos del sol se fueron escapando de mi ventana dejando entrar aquel azul a mi habitación. Ya no se encontraba amarilla. Tumbada en mi cama miré el techo que asemejaba ser una ola, la misma que veía aquella tarde que te tenía. Ahora en mi mente estabas tú. Cerré los ojos y, poco a poco, sentí esos jadeos que hacías al, con tus manos, acariciar mi cuerpo. Fue así como comencé a recordarte.
La tarde era la misma, cálida, azul, bella. El tenerte en mi habitación me ponía nerviosa, sobre todo por cómo me mirabas. Tus manos frías al tocar mi piel provocaron que mis músculos se fueran tensando y mi piel erizando. Tus dedos en mi cintura fueron quienes me guiaron a ti, acercándome; con calma me hundieron en la cama y tus labios se encontraron con los míos, mientras posabas tu cuerpo con el mío.
Con los ojos cerrados pude sentir cada parte de ti, escuchando tu respiración agitada que jugaba rítmicamente con la mía. Después de unos minutos nuestras miradas fueron mutuas, y así, juntos, desprendimos de nosotros las telas. Tu piel se pintó azul, un azul oceánico y, aquel océano, se dejó venir junto a mí, me consumió por completo hasta robarme el aliento.
Nuestras siluetas, que se encontraban envueltas en una luz tenue celeste, danzaban en las paredes. No podía hablar, empero no hacía falta, pues aquel lugar estaba revuelto de nuestros sonidos. Hacíamos música y con ella calmaba mis pensamientos dejando uno solo, el cual, se reflejaba en mis ojos. Tú.
Durante aquel espectáculo antes del anochecer, me di cuenta lo mucho que te quiero y que, realmente, quiero conocer cada parte de ti, cada persona que eres, cada sentimiento que tienes, cada sueño, problema, anhelo, trauma, cada esencia de ti. Ahora, que te encuentras lejos, mis ojos extrañan esa sonrisa; aquella nariz que se pone roja al besarnos; esas orejas que se ponen frías con tan solo ser rasgadas por el viento helado; o, esos ojitos que se cierran con una sonrisa, haciendo que parezcas un niño pequeño.
Comments